EL PRÍNCIPE DEL PARNASO: EL APÓCRIFO CERVANTINO DE RUIZ ZAFÓN

«La comedia nos enseña que la vida no hay que tomarla en serio y la tragedia nos enseña lo que pasa cuando no hacemos caso de lo que la comedia nos enseña»

Carlos Ruiz ZAFÓN

Hace algo más de un año que Ruiz Zafón falleció. Pocos meses después de su marcha, Planeta sacaba un último título, en memoria del autor, quien, según el editor, quería darlo a publicación como regalo de gratitud a los lectores. No es una novela, sino un conjunto de once relatos, siete de los cuales ya andaban desperdigados por distintas publicaciones mientras cuatro son inéditos, y que lleva por título La ciudad de vapor. Todos ellos se incluyen en el universo literario del cementerio de libros olvidados, tal y como sucede con el relato del que quiero hablar en este post: El príncipe del Parnaso.

Se trata de un relato ya publicado con anterioridad. Es, si no me equivoco, el relato más extenso de La ciudad de vapor, de una treintena de páginas. Se define como un divertimento, o, como me ha convencido más, modesto romance apócrifo, donde ficción —el universo de Ruiz Zafón— y dato histórico —en este caso la biografía menos conocida de Cervantes— se conjugan para crear la historia. Con este relato, el escritor sumaba al propio Cervantes y su inmortal obra al cementerio particular salido de su pluma. El relato aúna el homenaje a Barcelona, a las letras universales y a su propio universo de ficción, pues sirve de origen del famoso cementerio con tan ilustre habitante como Cervantes. Y es por Cervantes que me detengo en este relato, y por el hecho de que ejerza de origen del universo zafoniano, pues con él se inicia la historia secreta del cementerio de los libros olvidados.

Hecho real de la biografía de Cervantes es su salida de España camino de Italia en 1569 a la vez que Felipe II firmaba la detención de un tal Miguel Cervantes por un duelo en el que hirió a otro hombre. Siempre ha existido duda de si se trataba de la misma persona o si solo era la coincidencia del nombre, una coincidencia que llevó a los biógrafos a establecer una relación directa entre la providencia del rey y la marcha de Cervantes. Demasiada casualidad es que aquel hombre herido en duelo, Antonio de Segura, fuese pretendiente de una hermana de Cervantes, y que en el Persiles el propio Cervantes confiese hechos similares. Zafón asume también que esto es cierto para el contexto de su historia, y también porque ¿quién no quiere tener a un duelista fugado de la Villa y perseguido por la Corte en su protagonista, que además es Cervantes?… la imagen es perfecta para dar rienda suelta al relato y la imaginación.

Que Cervantes pisó tierra catalana y suelo barcelonés, se sabe que es cierto, aunque no se sepa cuándo ni cuántas veces, lo que le da alas a Zafón para ubicarlo allí en tantas ocasiones como quiera, y así pasearnos una vez más por su querida Barcelona. De hecho, Zafón lo lleva tres veces a Barcelona: en 1569, en el viaje entre España e Italia, en 1610, siguiendo a Martín Riquer, quien sitúo a Miguel de Cervantes en la ciudad en aquel año para ser recibido por el conde de Lemos y ser aceptado en su séquito; y en 1616, muriendo y siendo enterrado en la ciudad condal.

Zafón nos pide a lo largo del relato «conceder crédito a la leyenda y aceptar la moneda de la fantasía y el ensueño». Y así teje la ucronía que es el relato de El príncipe del Parnaso, inscrito en tiempos en los que «la historia no tenía más artificio que la memoria de lo nunca acontecido», y que inicia con el cortejo fúnebre del ilustre Cervantes por las calles de Barcelona. Zafón se apoya en que «a día de hoy se desconoce con certeza dónde reposan realmente sus restos»… y, hombre, cuando uno ha pasado por Alcázar de San Juan donde dicen tener una partida bautismal e incluso te muestran la casa donde nació Cervantes, pues ya puedes aceptarlo todo —y esto del nacimiento Ruiz Zafón también lo subraya: «Miguel de Cervantes Saavedra, natural de ninguna parte y de todas»—. Porque una cosa es no saber dónde exactamente está la tumba (al margen de si alguien se quiere creer que hace poco hallaran los restos en el Convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid) y otra pegar el salto de Madrid a Barcelona con la excusa. Zafón lo hace en la ficción, literariamente lo advierte, y lo hace por amor a la literatura y a su propia tierra. Nada de ello me parece mal. De hecho, el cementerio en el que Zafón lleva a descansar los restos de Cervantes es el cementerio de la familia Sempere, por deseo del impresor (facedor de libros, como es conocido en la época y en Barcelona) Antoni de Sempere. Obviamente, es un nombre que no puede pasar desapercibido para el lector de Ruiz Zafón, y en concreto, al lector de La sombra del viento. Dicho de otro modo, la Barcelona en que se entierra a Cervantes es la Barcelona del universo de ficción de Zafón.

También es real la rivalidad poética y dramática de Cervantes con Lope de Vega, elemento biográfico que Zafón va a aprovechar para introducir el componente mefistofélico. La rivalidad y también un amor, Francesca di Parma, que son quizás tópicos, pero efectivos a la hora de poner a un joven Cervantes frente al oscuro personaje de Andreas Corelli, y ofrecernos un pacto fáustico. Zafón nos presenta a Correlli también como impresor en el siglo XVI, pues ya conocimos a este personaje en El juego del ángel en la Barcelona de los años veinte. La casa editora de Corelli se llama Stampa della Luce, y eso hace que recordemos que el nombre de Mefistófeles significa el que no ama la luz o bien, si es Lucifer, el portador de luz. También nos trae a las mentes que es Corelli quien, en El juego del ángel, le pide a Marlasca escribir Lux Aeterna de forma también mefistofélica. Corelli, cumpliendo su papel de Mefistófeles le ofrece al particular fausto literario que es Cervantes la gloria sobre Lope, escribir la gran obra (El Quijote, que llega a tener una tercera parte en este relato) a cambio de lo que más ama (Francesca di Parma).

De esta manera la realidad biográfica se funde con la ficción zafoniana, pues empiezan a narrarse también los hechos no biográficos al pedir Cervantes que se imprima su primera obra, Un poeta en los infiernos, inspirada en Francesca, y que «narraba los trabajos de un joven artista florentino que de la mano del espectro de Dante se adentra en las simas del averno para rescatar el alma de su amada, hija de una familia de nobles crueles y corruptos que la habían vendido al príncipe de las tinieblas a cambio de fama, fortuna y gloria en el mundo finito y terrenal. La escena final tenía lugar en el interior del Duomo, donde el héroe debía arrancar de las garras de un ángel de luz y fuego el cuerpo exánime de su pretendida», según la sinopsis del mismo Ruiz Zafón.

Cervantes relata a Antoni de Sempere y al mozo Sancho Fermín de la Torre su periplo en su huida de Madrid hacia Italia, la historia de Francesca di Parma con quien llega a Barcelona desde Roma a lomos de su caballo y el pacto con Corelli. Toda esa historia, aparece ante nosotros como extracto de Las Crónicas Secretas de la Ciudad de los Malditos, de Ignatius B. Samson, publicado en 1924 (¿acaso los lectores de Ruiz Zafón necesitan mayor aclaración de quién es Ignatius B. Samson, cuál es esta obra suya y qué significa todo ello?). En los extractos descubrimos en una capa más profunda otra historia más, el enfrentamiento de Anselmo Giordano con Leonardo Da Vinci: el primero, que arde en deseos de superar al maestro Da Vinci porque le juzgó como un pintor sin talento ni ambición cincuenta años antes, hizo lo posible por casarse con Francesca di Parma, una muchacha bellísima que ya posaba para otros artistas. De este modo podría reservársela enteramente para él y su obra, creyendo que a través de ella y su belleza lograría crear una pintura que superara en todo a Da Vinci y le inmortalizara. Algo que, evidentemente, no logrará, pues donde no hay talento, nada puede sacarse, por bella que sea la modelo. Cervantes, que verá en una sola ocasión a Francesca, quedará prendado de ella de los pies a la cabeza; incluso caerá en la misma tentación que aconteció a Anselmo Giordano: creer que atrapando en su literatura aunque solo fuese una parte de la magia que Francesca desprendía, escribiría una obra inmortal y vencería Lope.

Con esta otra historia Zafón crea un escenario tópico: bella dama secuestrada en un castillo por un desalmado loco. Y en ese punto, el Cervantes duelista y perseguido por la corte se convierte en el caballero que intenta salvar a la dama. Acto seguido, no obstante, se convertirá en Fausto, y también en una especie de héroe romántico, que persiguen la belleza en la creación artística hasta descansar en el cementerio de libros olvidados: «una pequeña parcela cerca de la antigua puerta de Santa Madrona, junto a la calle de Trenta Claus (…) humilde camposanto en el que, en los peores tiempos de la Inquisición, la familia Sempere había salvado libros de la hoguera escondiéndolos en sarcófagos que habían enterrado en un amago de cementerio y santuario de libros»

Zafón teje el relato con puntadas que constituyen una sucesión metaliteraria de relatos-marco extendidos en el tiempo (entre 1569 y 1924) y que van abriendo en abanico un arco cada vez mayor de relaciones intertextuales. El mismo Zafón subraya en un momento dado del relato esta técnica sin despeinarse, pues asegura que Cervantes iba a «narrar la historia dentro de la historia, aquello que los asesinos y los locos llaman la verdad». También destacan los guiños con El Quijote mismo, tales como la existencia de hogueras de libros y quemas de páginas, la presencia de un personaje llamado Sancho, por cuyas interacciones a veces Cervantes parece don Quijote, o la escena de la playa de Barcelona que evoca la derrota del de la Triste Figura frente a Sansón Carrasco disfrazado de Caballero de la Blanca Luna… por cierto, que no se dan puntadas sin hilo, y aquí Zafón escribe: «la playa, donde algún día el bachiller Sansón Carrasco habría de derrotar al ingenioso hidalgo Alonso Quijano». Obviamente todo el relato es previo a la escritura, no ya de la primera, sino de la segunda parte de El Quijote, y por ello mismo, es de suponer que Cervantes estuvo en la playa en Barcelona como para proponerla como escenario del final de la novela. Por otro lado, es de señalar que Zafón dice que Sansón habría de derrotar al ingenioso hidalgo Alonso Quijano. Y este detalle, parecerá nimio, tonto, pero tiene para un servidor, hondo calado. No pocas veces he señalado que la primera parte de El Quijote se titula El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha mientras que la segunda parte se titula Segunda parte de El ingenioso caballero don Quijote de La Mancha. Y no deja de ser curioso observar que don Quijote no era hidalgo, sino que el hidalgo lo era Alonso Quijano. Y Zafón aquí no dice que se derrote al caballero, sino al hidalgo Alonso Quijano. Quizás sea una de tantas que saco los pies del tiesto pero, ¿acaso no parece que para Zafón Don Quijote no debía ser derrotado? ¿Acaso por eso podría existir una tercera parte que jamás leeremos?

Sin duda, es un excelente regalo póstumo de Ruiz Zafón, de aquel que dicen que es el segundo autor español más leído con La sombra del viento tras Cervantes, a sus lectores. Y, claro está, un excelente alegato procervantino perfectamente conjugado con su propia ficción.

Héctor Martínez

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