MUSAS, DE MIEDHO

Alma de colores, Iván MIEDHO (2019), acrílico y técnica mixta sobre lienzo, tamaño 80x30cm

Hoy hablo de una publicación peculiar, en la frontera del arte y la escritura, en las lindes del catálogo y el relato. Solo he conocido dos proyectos parecidos: uno en el que tuve que ver yo mismo escribiendo relatos como écfrasis de cuadros de un pintor cuyas imágenes, auténtico centro de atención, formaban el catálogo; y otro, la titánica empresa que inició Jaime Hernández de la Torre que consistía en componer un conjunto de cuatro novelas y cincuenta cuadros, que se llamaran de la letra al lienzo, y viceversa. Llegué a ver los dos volúmenes de la primera novela Ciudad soledad, e ignoro el estado actual del proyecto. Pues bien, en esta línea inscribiría yo este Musas de Iván MIEDHO (Vernacci, 2022), un relato de su puño y letra cuya publicación contiene a la vez el catálogo de parte de las obras en exposición.

Es el propio artista el autor del relato cuyo hilo narrativo va enhebrando su obra plástica. Una obra que ha germinado desde la semilla que, hace ahora cinco años, en 2017, se plantó en el Ateneo de Madrid y la exposición Art of Somoza: una interpretación de la obra de José Carlos Somoza que fusionaba diversos elementos de novelas como Clara y la penumbra, El cebo y La dama número trece con su concepción artística. Así, MIEDHO realizó entonces, en el Ateneo, trece escenas artísticas donde el hiperdrama y la máscara que Somoza desarrollaba en sus novelas estaban presentes tanto en el concepto y la técnica como en el resultado plástico de MIEDHO. Como ya demostré, la novelística de Somoza y la trayectoria de MIEDHO han resultado coincidentes en muchos aspectos, y es de sumo interés ver qué más puede entregarnos este cruce de caminos literario y artístico, cuya siguiente etapa está en el libro del que hablamos.

Además de con aquella exposición en Ateneo, Musas guarda fuertes lazos con tres exposiciones siguientes: su título fue el título de la exposición de hace tres años en Madrid, entonces como Damas y musas, en el Centro Pilar Miró, y en Valencia, donde se acortó al conocido Musas; además, sale hermanado con otras dos exposiciones, a cuya nómina pertenecen las obras que ilustran el libro e hilan el relato al modo de storyboard: la inaugurada diciembre de 2020 en Matadero Madrid con el título Reflecting Gods —serie a la que pertenece Trece musas, obra central en el relato—, y la más reciente, en primavera de este año, 2022 en el Teatro Buero Vallejo, titulada Monstruos, sueños y deseos. Es, por tanto, una síntesis y un homenaje a sus últimos cinco años, un regalo a sus seguidores.

Portada de Musas (Vernacci, 2022), de Iván MIEDHO

El relato de Musas viene precedido por unas palabras del propio Somoza, muso —si me permiten el chascarrillo neológico— de MIEDHO durante esta etapa artística, desde aquellas trece escenas del Ateneo que evocaban su mundo literario. Somoza abre las páginas del libro diciéndonos: «En cierto modo, todo artista es escritor. Hay un trasvase constante entre las palabras y el arte (…) Su escritura es dibujo y es imagen (…) Al escribir, como pronto comprobarán los lectores, Iván nos pinta la escena y somos ojos dóciles que lo siguen a través de la curva de las palabras». Y ese es el concepto en este tipo de trabajos: las palabras, que no dejan de ser garabatos, líneas, curvas, rayas, actúan como ilustraciones; y las imágenes, antes solo objetos visuales que acompañaban e ilustraban el texto, son ahora el objeto de la lectura. Y así veo este Musas, donde las imágenes son previas al texto, el cual las enhebra y traza una lectura coherente de las mismas, adaptándose a su correlación narrativa. Aquí está la funcionalidad que el libro tiene como catálogo de obra, para el que el protagonismo es de la imagen sobre la palabra —aunque, insisto, debemos tener en cuenta que no contiene toda la obra expuesta—.

Ahora bien, en libros así hay otra funcionalidad: la funcionalidad del relato sobre la imagen, que está en el otro plato de la balanza. Cuando se presentaba Art of Somoza, allá por 2017, el artista hablaba ya, más que de trece escenas, de trece actos. Y lo subrayo porque es importante hacerlo para hablar de Musas, pues, en efecto, este relato se divide en actos, ocho en concreto (más un epílogo), lo cual nos lleva (o nos devuelve) al universo dramático y a la teatralidad tan destacada en la plástica de MIEDHO, de la que ya hablé en su momento. Así lo evidencia también la narración que tenemos entre manos en sus páginas finales: «Como si fuera una obra de teatro, el telón rojo cayó anunciando el fin de la función» cerrándose con el shakesperiano «All the world’s a stage, / And all the men and women merely players» (de la comedia As You Like It —acto II escena 7—, de 1599).

El argumento, en sí mismo, es típico: la historia de una envidia insana entre dos artistas. Tenemos a un artista, llamado Mara, bloqueado y en busca de inspiración, y al amigo músico, llamado Valentín, que goza de la gracia de las musas que al primero le son esquivas; y veremos la espiral en la que entra el primero para lograr lo que tiene el segundo. Para mayor aliciente, señalemos que el segundo es un descreído de las musas frente al primero. El plantel no augura un final feliz. Como decía antes, el argumento se construye a partir de una pintura, Trece musas, la cual es descrita por MIEDHO del siguiente modo: «evoca un momento de inspiración. Esta pintura tiene como protagonista a un artista con rasgos mefistofélicos en el centro superior del lienzo que bebe de la esencia vital de las musas caídas. Las utiliza y las doblega para crear algo a capricho» a lo que cabría añadir la explicación en la página del artista: «Las musas, atraídas por la mente del artista, son absorbidas para transformarse y nacer en el mundo real. Es una devoración [sic] de ideas, una máquina que no tiene piedad, subyugando a la inspiración, supeditando la creación a la mercadotecnia de la realidad. La necesidad de crear, la necesidad de llenar un lienzo en blanco, se convierte en una obsesión. Un monstruo que se debe alimentar cada día».

Trece musas, Iván MIEDHO (2019), acrílico y técnica mixta sobre lienzo, 70×120 cm.

Cuando en este relato hablamos de inspiración, no debe tomarse con el sentido actual de servirse de algo como punto de partida, fuente de la que se bebe, como aquellas novelas o películas que se inspiran en hechos reales, o artistas que se inspiran en la obra de otro artista. No, el sentido de inspiración es el más viejo y místico, implica ese avivarse el espíritu creativo insuflado por alguna fuerza exterior y divina a la que se invoca, como Dios a sus evangelistas, o al caso, la mítica musa al creador. Supone que el poder de crear, en ese momento, no lo posee el artista, que queda a merced de la voluntad exterior, divina, que lo posee y lo arrebata, a la que se encomienda como su mera herramienta. La inspiración del relato entiende al artista como médium entre dos mundos, razón por la que en la misma narración de MIEDHO queda definido el arte como la conexión con el mundo eidético, como expresión del alma en su comunicación con la divinidad.

Alguien me dijo que el arte es una forma de expresión del alma. Una puerta que conduce a la habitación del mismísimo Dios, donde los artistas son los únicos que tienen la llave para entrar.

Sin embargo, la inspiración no es un camino de una sola dirección: dos son los puntos conectados, el artista y la musa. El relato refleja en sus primeras páginas el primer sentido en el que la musa inspira al artista, al caso a Valentín, pero pronto vamos a descubrir que las musas no actúan del modo angelical que solemos creer: las musas también se alimentan del genio del artista al que inspiran en una «simbiosis entre un músico y sus musas». Un acto de posesión, violento, una lucha por el dominio en la que veremos que Valentín se deja vencer mientras que a Mara no le basta. En una sugerencia del aquel Ars gratia artis, Mara no se subordina ni subordina su arte, y su rebeldía, su desmesura (hybris, dirían los griegos), qué duda cabe, tendrá consecuencias fatales. En este punto, el relato alcanza ciertos tintes mefistofélicos

Si todo esto solo ocurre en la cabeza de Mara en una espiral de locura, si estamos ante aquel malvado otro yo, el lado perverso y diabólico de Mr. Hyde, el doppeltgänger reflejo de otra mitad oscura y desconocida de nosotros mismos, del artista, o si realmente sucede fuera de su mente, o si suceden ambas cosas, es algo que queda a interpretación del lector. El relato queda envuelto del halo del misterio sombrío habitual de lo victoriano y simbolista, nos deja en la desdibujada frontera de la locura descifrando los signos.

Hay un punto muy sutil pero que creo interesante tener en cuenta en el relato Musas, algo que, comúnmente pasa desapercibido y que bien podría ser la razón, ya casual o ya a propósito, por la que MIEDHO eligió un músico y un pintor: originalmente la iconografía clásica de las musas en el arte solía representarlas acompañadas de instrumentos musicales como atributos, ya una lira, una cítara, una trompeta o una flauta. Tiempo más tarde, cada una recibirá atributos específicos, aunque los instrumentos musicales perdurarán en varias de ellas (Calíope, Clío, Erató y Euterpe). Sin embargo, el museion, que es el templo dedicado a las musas, era el espacio que los griegos reservaban para que poetas, escritores y científicos desarrollaran sus labores, lo que acabó configurando lo que nosotros hoy llamamos, realmente, una biblioteca, una colección de libros. Es el Renacimiento el que dará al museo el significado de lugar donde se reúnen obras de arte conservando también su sentido primigenio de templo de las musas. Tardó en asumirse, pues, que la casa de las musas fuese también la casa de las artes plásticas.

Los nombres escogidos tienen también relevancia en el relato. Cada uno procede de un origen cultural distinto. Por ejemplo, que el protagonista se llame Mara, sea incapaz de avanzar y revivifique una fuerza demoníaca nos puede llevar fácilmente a la entidad que en el Budismo constituye la parte negativa de uno mismo a partir de una ilusión mental en el interior de la propia mente, la cual impide alcanzar el Nirvana, un demonio enfrentado a Buda mismo. Otro es Valentín, figura legendaria de un santo (o de tres en uno, dos obispos y un médico) de la tradición cristiana, nos aproxima más a la entrega enamorada, la sumisión. Morgana, nombre de una hipnoterapeuta que, en el relato, parece pertenecer a ambos mundos, y cuya mención nos trae a la mente de inmediato el personaje literario del ciclo artúrico, curandera, hechicera —así se titula el acto III en que aparece— o hada, discípula del mago Merlín y la mayor de las nueve hermanas —mismo número que las musas— que gobiernan Ávalon. A tenor de este personaje, que en un momento dado pretende hacer una regresión hipnótica a Mara, cabe recordar que las musas son hijas de Mnemósine, y reciben el nombre común de Mneiae (recuerdos), lo que daría carta de naturaleza a la regresión como medio en la persecución de las musas; también esto reforzaría la mención de la teoría dualista platónica que es mencionada en el relato: el acceso al mundo de las ideas solo es posible mediante el recuerdo, pues nada nuevo se aprende, solo cabe recordar (anamnesia) lo que se ha olvidado (amnesia) tras la caída desde el mundo inteligible.

Te estoy hablando de una teoría formulada por el filósofo Platón. Sus estudios afirmaban que existen dos mundos: uno sería el mundo visible, el nuestro, el que nos rodea y vemos cada día. El otro, conocido como mundo de las ideas, donde coexisten las cosas universales, más allá del tiempo y del espacio, eternas y perfectas. Platón creía que el mundo tangible que vemos era en realidad una copia del mundo de las ideas, un a mera ilusión. Y que para acceder al real, tendríamos que desconfiar de nuestros sentidos. La única forma de acceder a ese mundo, a la verdad, era a través de la razón.

Y, por último, el personaje de Minerva, que en la mitología romana es la diosa de la sabiduría y las artes, y que MIEDHO coloca a la cabeza de las musas, aun cuando a la cabeza de las musas debiera estar Apolo y su lira. Quizás, es suposición mía, se deba a que en el arte sí se ha representado a Minerva en el Helicón junto a las musas, así como en sarcófagos romanos Minerva aparece en lugar de o junto a Apolo. Por otro lado, acabamos de asentar que el acceso al otro mundo solo puede ser racional, por lo que tampoco es de extrañar que Minerva, a una misma vez diosa de la sabiduría y las artes, comande a las musas en nuestro relato y sea la anfitriona de Mara.

Un elemento desconcertante en el relato es el narrador. Cuando abrimos el relato topamos con un me, un pronombre en primera persona que nos sitúa en una perspectiva homodiegética: o bien el protagonista o bien un testigo de los hechos va a narrarnos la historia. Sería la voz interna de Mara, por lo que cabe interpretarse de los tres primeros párrafos, ya que la apertura «Alguien me dijo…» se cierra con «Mara todavía seguía perdido en estos pensamientos…»: luego, esta primera persona habita en los pensamientos de Mara. No obstante, el tono de esas primeras líneas es el tono de una narración analéptica, a toro pasado, para que nos entendamos; de hecho, los pensamientos descritos en la apertura del relato, en realidad, son las explicaciones sobre la conexión con el mundo de las ideas que, a mitad de la historia, Morgana trata de hacer entender a Mara; además, esta voz no vuelve a aparecer en el relato, sustituida por una tercera persona omnisciente hasta la última página. ¿Y si detrás de este me estuviese el propio autor, MIEDHO, introduciendo pensamientos en la mente de su protagonista? Es una hipótesis muy sugerente, porque supondría que quien desencadena los acontecimientos es MIEDHO mismo al imbuir las ideas que despiertan el conflicto en Mara, pues en esos pensamientos:

Hay quien piensa que esta conexión con el mundo de las ideas es innata. Otros que es pura palabrería (…) en el fondo, es innegable que existe un aura mística en torno a la figura de los artistas

El espacio de la narración es Madrid, con ubicaciones como el Café Gijón, el Parque del Retiro, el museo Reina Sofía, el casino de Madrid o las afueras de la ciudad, donde pasa consulta la hipnoterapeuta, descrito con un aurea aetas irónico: «una de esas localidades donde todavía quedan construcciones que recuerdan al nostálgico pasado, donde se supone que todo fue mejor». Es ironía sobre un pasado concreto, porque no es contario el autor al tópico de la edad de oro, como vemos nada más empezar el relato al describir el Café Gijón con «una decoración que evocaba los mejores tiempos de la cultura, cuando se creaban cosas de verdad, con el alma». Existe, no obstante, un segundo espacio, ese segundo mundo donde habita Minerva y las musas, ese otro lugar al que se accede por regresión y que está tras nuestro reflejo en un espejo.

El tiempo de la narración es el nuestro, como lectores, a tenor de la existencia de hipnoterapeutas, relojes de pared, automóviles, teléfonos móviles y series de televisión, además de visitar el Reina Sofía y, en concreto, un cuadro: el archiconocido Un mundo de la gerundense Ángeles Santos —nombre que me fascina en la combinación de ambos sustantivos—, cuyo cuadro mezcla de forma precozmente intuitiva el cubismo y realismo mágico, se inspira en los versos de Alba de Juan Ramón Jiménez, y forma parte de la exposición permanente desde 1992. Se trata de una obra que nace de una idea muy simple: querer mostrarle a los habitantes de Marte (en la esquina inferior derecha) cómo era el mundo de la Tierra, donde básicamente representa cuanto ella, con diecisiete años, había visto en viajes con su padre en tren —Valladolid y Portbou, fundamentalmente—. Solo he de hacer un apunte a la descripción del cuadro en el relato, y es que en él se dice que los ángeles encienden el sol, cuando en realidad, al menos según explicó la propia Santos, lo que sucede es que acuden al sol para encender sus teas cuyo brillo servirá de estrellas en las antípodas a las que se dirigen cuando descienden las escaleras de cristal. Si me detengo en esta breve mención por parte de MIEDHO de la obra de Ángeles Santos, es porque su protagonista Mara comparte rasgos vivenciales con la artista y con ciertas interpretaciones de la pintura Un mundo, que seguramente el lector podrá ahondar por sí solo —si lo hiciese, desvelaría más de lo necesario—.

Iván MIEDHO, autor de Musas (Vernacci, 2022)

Musas rezuma MIEDHO en cada página, no ya solo por estar presentes sus últimos cinco años de trayectoria, como ya he mencionado, sino también fetiches culturales como la absenta tan cara al malditismo, la guitarra como instrumento musical, el mencionado cuadro Un mundo de Ángeles Santos, el tema del doppeltgänger, la música como catalizador creativo, las comparaciones con la cultura de masas, ya la televisión ya el cine, o la cultura nipona a partir de la espada japonesa conocida como wakizashi y descripciones que recuerdan singularmente a escenas y personaje de manga: «el wakizashi seguía manchado de sangre reseca. Su pelo lacio, enmarañado, le daba un aspecto de vagabundo».

Actúe como catálogo o actúe como relato literario, es, en cualquier caso y en su conjunto, una puerta de doble hoja, literaria y artística, al universo y al personaje de MIEDHO que, quien quiera acercarse, deberá atravesar. Y no hay camino de vuelta.

Héctor Martínez