SOBRE LA DÉCIMA Y LA ESPINELA

Pocas estrofas dan tanto jugo en su estudio formal e histórico como la Décima. Todos hemos aprendido de carrerilla que fue un invento de un andaluz, Vicente Espinel, el mismo que le puso la quinta cuerda a la guitarra española, y que por ello lleva su nombre. Sin embargo, esto no hace más que arañar la superficie. Las estrofas de diez versos ya existían antes de las Diversas rimas de Espinel, en 1591, como combinaciones de estrofas de cuatro versos -redondillas- y de seis -sextinas-, uniones de dos quintillas -la Copla Real que veremos-, e incluso evoluciones previas y exactas a la que, posteriormente, bautizaría Lope de Vega en su El laurel de Apolo, con el nombre del andaluz.

Clásicamente, bajo espinela conocemos la décima que combina dos períodos de redondillas -por tanto octosílabos consonantes-, con pausa a partir del cuarto verso, y dos versos puente entre ambas -también octosílabos y consonantes- que ligan en pareado con el verso final de la primera redondilla y el verso inicial de la segunda: «abba ac cbbc». Ahora bien, no es infrecuente encontrar décimas en las que los versos puente no formen pareado, siguiendo estructuras de rima cruzada como «ca» o «cb» o décimas de versos heptasílabos y rima irregular, como en Manuel Acuña. Además de ser incluída entre las estrofas del Siglo de Oro español, asunto de Lope, Góngora y Calderón -véase el monólogo de Segismundo en La vida es sueño-, la espinela cruzó el charco y se implantó en las américas, por ejemplo Cuba, Panamá, Puerto Rico, Ecuador, Venezuela, México o Argentina, en recitales de improvisación oral como la principal estrofa popular. En esta línea son conocidos los payadores argentinos y autores como Nicolás Guillén y Sor Juana Inés de la Cruz. Es llamativo también el uso de Espinelas por Cervantes en su Quijote, con versos de cabo roto -véase los Versos preliminares de la primera parte.

Ahora bien, no se debe caer en el reduccionismo que conlleva que toda décima es espinela. No es cierto. Existen, dentro del conjunto de estrofas de diez versos, la Décima irregular, la Copla Real, la Seguidilla chamberga o el Ovillejo cervantino.

La Décima irregular resulta algo confusa, pues refiere tanto a estrofas de, en realidad, 12 versos –guajira cubana-, como a estrofas de diez pero con sólo dos rimas siguiendo el esquema: «abba ababbb» o «ababb aabbb».

La Copla Real, también llamada «falsa décima» o «quintilla doble», octosilábica e igualmente de rima consonante, es predecesora de la Espinela con las tres rimas propias de las décimas, en general, del siguiente modo: «abaab cdccd». Se trata de la estrofa fijada en el medioevo -s. XV- por Juan de Mena en su poema Coronación, dedicado al Marqués de Santillana. Sin embargo, frente a la Espinela, la Copla Real se origina a partir de quintillas en dos estrofas, así como suele realizar la pausa en el quinto verso, y no en el cuarto. Precisamente por formarse en quintillas, según las normas de esta última, existe variabilidad de combinaciones y carece de una estructura fija. Debe tenerse en cuenta que nunca ninguna de las dos estrofas que la conforman compartirán rima, sino que serán independientes. También aquí llama la atención Cervantes y el Quijote, por el uso de Coplas Reales con estrambote tetrasílabo y libre -en el cap. XXVI de la primera parte- las glosas en Copla Real -cap. VIII de la segunda parte- y la colección de Coplas Reales simples por todo el libro.

La Seguidilla Chamberga consiste en la adición de tres pareados, trisílabos los impares, y heptasílabos asonantados a una seguidilla normal, formando un estribillo, del siguiente modo: «7- 5a 7- 5a 3b 7b 3c 7c 3d 7d».

El Ovillejo, de ilustrísimo origen cervantino en, por ejemplo, La ilustre fregona o en el cap. XXVII del Quijote, consiste en tres pareados octosílabos y trisílabos -en ocasiones podemos hablar de pie quebrado cuando son tetrasílabos-, y final en redondilla, cuyo último verso suele recoger los términos señalados de los versos cortos de los pareados. Existe cierta confusión al haber bautizado Quevedo con el mismo nombre a varias composiciones de su Urania, aunque son combinaciones de heptasílabos y endecasílabos pareados y consonantes. Otra variante del Ovillejo son las combinación de pentasílabos y endecasílabos que hizo Miguel de Unamuno.

Lope de Vega, en su Arte nuevo de hacer comedias, asignó un papel concreto a las décimas dentro del teatro como formas ideales para la expresión de quejas. Pensemos en el citado ¡Ay, mísero de mí, y ay, Infelice! de Calderón, como el largo monólogo de queja y lamento de Segismundo. Precisamente, durante el s. XVII se liga la décima a la Glosa con el fin de prolongar el tema poético. Sin embargo, la décima también se empleó para el epigrama satírico, al caso el conocido ejempo de Nicolás Fernández de Moratín y su Admirose un portugués. Por lo general, y sobre todo en la Espinela, se presenta el tema de la narración en los cuatro primeros versos o redondilla y lo sigue y profundiza en los seis siguientes sin añadir ningún motivo nuevo, rasgo que lo aproxima a la perfección estrófica del soneto y consagra la décima al panteón de estrofa clásica.

Para finalizar, como viene siendo costumbre, dejo un ejemplo personal de Espinela en glosa con inicio en redondilla presentando el tema, como mero ejemplo ilustrativo sin pretensiones.

Nadie llora cuando siente

En su corazón el peso

De la caricia y del beso

Suave del labio que miente.

.

No se llora si se tiene

Al amor por verdadero

que con cadena de acero

Nos esclaviza y retiene.

Es el amor que conviene

El que entra por ojos ciegos

El que no sabe de ruegos,

Llega en olas de pasiones

Cantando dulces canciones

Y abrasando con su fuego.

.

¡Ardiente! Pero, ¡Ay, luego!

Son primero las punzadas

Pequeñas, finas, clavadas,

Sin que se rompa el apego.

Después se prolonga el juego

Entre el sí, y el no, y el puede;

No se sabe qué sucede

Ni porqué queman las llamas

Y hacen del amor los dramas

Que impiden que el beso quede.

.

Quizá el corazón herede

Algunos recuerdos bellos

Que en la memoria, destellos

Sean de un amor que cede.

Será fugaz luz que enrede

Entre la sangre impaciente,

Que al corazón desoriente

Para que no logre ver

Cómo llegará a doler

El suave labio que miente.

Héctor Martínez