A LUIS MIGUEL MADRID

Los que en algún momento hemos tenido
un palabras con la muerte
solemos perder la prisa
pero nos quedamos para siempre con el gesto
de quien recibe un traje de astronauta
para su papel de extra
en una peli del oeste

Cara de galgo
«El cine de las sábanas blancas» (2009)

No lo supe hasta ayer. Durante años me resistí a tirar de redes sociales, pero el confinamiento al que nos vemos sometidos prácticamente me ha arrojado a los brazos de aquellas. Hace pocos días que he dado mis primeros pasos en Facebook, y sin previo aviso, entre conocidos, descubro la noticia irreal de primeras, pero tan cierta de segundas: la pérdida de un amigo, de un artista de la vida, un pulidor de sonrisas, un virtuoso del gintonic, un poeta del humor sincero, generoso anfitrión del refugio de las Vistillas para el descanso del ajetreo de la urbe: Luismi Madrid, se nos fue el 18 de abril.

Ha sido enterarme y sentir al instante el hueco de silencio dejado, saber que habrá ya por siempre un taburete vacío en el Pandora y una gorra marinera jubilada sin su portador —como premonitoriamente ilustró la portada de Moscas tres—. El que habitaba el espacio intermedio de gorra y taburete ya no está, víctima de la pandemia. El que dirigía atardeceres (y amaneceres) frente a la Catedral, ha enmudecido para siempre. Ya no habrá más versos derrotados que paradójicamente exhiban una mueca de socarrón triunfo, de pírrica y modesta victoria.

No he sido un amigo del alma. Quizás para él un conocido simpático más de entre la clientela, uno que alguna vez fue participe de alguna fiesta improvisada a las tantas en la champañería. Si le pudiesen preguntar, casi seguro que ni me reconocería de primeras, a lo mejor al verme sí caería en la cuenta. Algo parecido cuenta Alvarado Tenorio en El Nacional. Pero lo que en otros podrías tomarlo a mal, con Luis Miguel era imposible: formaba parte de su ser, y si no, no sería él. He sido y he sabido ser un parroquiano, el lugar que me adjudicó Pandora, uno más que tuvo la suerte de compartir horas, charla y brindis con Luismi, viviendo el presente mismo. Un madrileño de tercera junto alcalde de las Vistillas. Un lujo.

Recuerdo noches hablando de Gabriel Miró, a cuyo nombre está la plaza y jardínes a que se abren las puertas del Pandora. Para Luis Miguel, de los mejores novelistas y muy olvidado. Recuerdo fiestas de la Paloma, con su alegría en la cara, y contemplar atardeceres recostado en un sofá frente a los ventanales abiertos en calurosas tardes de estío, con su buena charla. Esos momentos ya son pasado sin él presente.

De las últimas veces que lo vi, como suele contarse en estos casos, él lidiaba con una cascada de agua que caía del techo, desde alguna tubería rota; en otra, no sé si posterior, hablamos de Un gol en la frente y de los dibujos de Ras de Rashid, de quien había un libro que tomé a la entrada. Y también comentamos su último poemario, Moscas tres, que había visto la luz dos años atrás. Esas fueron parte de la última vez, (además de una juerga improvisada, que no voy a contar), y aunque sean días distintos, en mi mente se agolpan los momentos con fluida continuidad como si fuera el mismo día, como si fuese ayer. Dos años entonces, tres ya de aquel libro. ¡Madre mía! Sí que ha pasado el tiempo.

Hay algo que, sin embargo, no he olvidado. Le prometí que le regalaría un libro mío, y él lo aceptó encantado. Lo que él ignoraba era que ese parroquiano escribía un pequeño librito comentando su obra y que ese era el libro a regalar. Este punto él lo ignoró siempre. Cuando me preguntaba de qué trataba, le decía solo que de literatura, un comentario de un poeta que de seguro él lo conocía. Nada más. Imagino qué me respondería si hubiese sabido que se trataba de él: no, no me suena de nada; o, con su burlona humildad: los hay mejores. Una vez que me preguntó por el libro, porque ya llegaba tarde entonces, le dije que tenía erratas que debía subsanar, y él me respondió que se lo diera con erratas, que si así había salido ese era el libro, natural, con sus imperfecciones. Que eso es lo bello. Al final, por mi demora no he podido cumplir. Y tenía razón: lo bello hubiese sido dárselo con erratas. Era el momento. Ya no, llego ya tardísimo, fuera de su tiempo, y ya no podré dárselo en mano. Nunca sabrá que sus verso son el tema del libro, y él, el protagonista. Por ello no ha de quedar a medias. Mi compromiso es terminarlo y que salga, a ver si este otoño es posible, en su memoria. Ya no podré sonsacarle nada, al menos nada que no esté en sus líneas, en las que aún he de encontrar su compañía, su voz, su ser. Él se ha reunido con su Isidra, y yo quiero estar feliz de haberlo conocido. Al menos eso… ya que nos lo arrebataron.

ENTREVISTA DE PAZ MEDIAVILLA EN CROSSROADS RADIO: LUNES DE TEATRO #4 (feb. 2013)

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ENTREVISTA EDITA (2020):

*La imagen que acompaña este recuerdo pertenece al Facebook del propio Luis Miguel Madrid.