«TIEMPO DE MAGOS», WOLFRAM EILENBERGER

Allá por el siglo XIX, la supuesta rivalidad, el divorcio, entre ciencia y filosofía, que venía a emular la anterior entre religión y conocimiento, conllevo uno de los mayores errores que en el seno de la filosofía podía cometerse: adoptar la profesionalización, institucionalización y especialización científica. Desde entonces, no se es filósofo si uno no está en una universidad enseñando filosofía, es decir, enseñando historia, traduciendo o interpretando textos como el científico está en su laboratorio con sus probetas y máquinas; de hecho, uno no es filósofo, sino epistemólogo, ontólogo, metafísico, ético… El antiguo filósofo abandonó la calle, la plaza pública, el café, y se encerró entre los muros del academicismo para ocupar una plaza en un departamento de una de las ramas. Ya lo empezó Platón, ya lo siguieron los medievales y lo avivó la Ilustración. La institucionalización del filósofo era la conclusión, nefasta, pero lógica de este movimiento. De aquellos barros, estos lodos.

Un libro que, singularmente y sin pretenderlo (quiero pensar), refleja este cambio de rumbo es Tiempo de magos de Wolfram Eilenberger. Se trata de un libro de divulgación filosófica que abarca una década, de 1919 a 1929, de la vida y obra de tres filósofos en el momento de despuntar (Ludwig Wittgenstein, Walter Benjamin, y Martin Heidegger) y uno despuntado que siente moverse el trono: Ernst Cassirer.

Eilenberger pretendía, y soy consciente, sacar a la palestra cuatro titanes de la filosofía del siglo XX cuya sombra es muy alargada, tanto que llega hasta nuestros tiempos. Presenta sus, en la mayor parte de casos, atribuladas vidas mientras desarrollan sus actividades filosóficas. En este aspecto, se llevan la palma los excéntricos Wittgenstein y Benjamin. Sí, es un libro lleno de anécdotas sobre la vida de los cuatro: el carácter difícil de Wittgenstein, el disoluto Benjamin, el saber estar de Cassirer o… bueno, Heidegger y sus costumbres; y es un libro alrededor de Davos, el combate del siglo, como se habría llamado si fuese un combate de boxeo, entre Heidegger y Cassirer, sobre Wittgenstein y la formación de aquel Círculo de Viena en el que poco tenía que ver, y de Benjamin dando tumbos entre el marxismo, el judaísmo y la bohemia. Elinberger lo narra excelentemente como peripecias novelescas, entrelazadas, que dan el cuadro completo de una evolución temática en la filosofía del siglo XX, sobre todo en lo que respecta a la metafísica y al lenguaje, y más que la pregunta ¿qué es el hombre?, pregunta obvia tras la debacle bélica vivida, la escombrera dejada y las vidas cercenadas, planteada en Davos, la pregunta por un hombre en concreto: ¿qué es Kant? Se puede leer el libro como todos contra Cassirer.

Si lo sucedido en Davos no hubiera tenido lugar, los futuros historiadores de las ideas habrían tenido que inventarlo. Este memorable acontecimiento refleja con minuciosidad los grandes contrastes de toda la década. (…) el tema elegido por los organizadores del encuentro en Davos (…) el leitmotiv de la filosofía de Immanuel Kant.

El libro trae, junto a los protagonistas, un elenco de secundarios de primer orden como Theodor Adorno, Hannah Arendt, Aby Warburg, Rudolf Carnap, Edmund Husserl, Karl Jaspers, Mortiz Schlick, Bertrand Russell, G. E. Moore o Gershom Scholem, los cuales acompañan a los protagonistas, conforman el alrededor filosófico sobre el que se levantaron aquellos (bueno, salvo Cassirer, cuyo camino era el inverso). Y expone el contexto social y político de aquella vieja Europa tratando de levantarse tras la Gran Guerra, sumida en la pobreza, la hambruna o la desesperación inflacionaria, el cada vez más descarado antisemitismo y auge de las ideologías totalitarias: así, Cassirer sirve para mostrar ese antisemitismo activo del que es víctima, Heidegger, el germen del nacionalsocialismo ya más que en ciernes, cuyo líder había sido compañero de escuela del judío Wittgenstein en Linz, y Benjamin, además de mostrarse también como víctima del antisemitismo, refleja la influencia que tras la Revolución Rusa tuvo la instauración del bolchevismo y su calado en las capas culturales allende Moscú, por ejemplo en la Escuela de Fráncfort, Bertolt Brecht o Ernst Bloch.

Ya sabemos cómo acaba esta década: abriendo las puertas a otras décadas ominosas, las cuales también han alargado sus sombras hasta nuestros tiempos; sombras que algunos alargan más y más aún.

Pero, como empecé diciendo, si algo muestra el libro es, precisamente, la institucionalización de la filosofía a comienzos del siglo XX a consecuencia del terremoto decimonónico. Todos los protagonistas del libro pelean por lograr una plaza en una universidad o por no perderla o mejorarla. Todos ellos no ven filosofía más allá de la Academia y la profesionalización. Todos tratan de hacer contactos y tirar de conocidos para lograr entrar: una firma, un apoyo, una recomendación. Ninguno, ni siquiera los más alejados al sentido común, como Wittgenstein o Benjamin, ven vida más allá de los muros de una universidad, aunque al menos, estos dos últimos, desarrollaron su pensamiento fuera de la misma, ya en una trinchera de guerra, ya en Capri dilapidando a base de sablazos la generosidad de otros. En su mente, el trabajo filosófico e intelectual se desarrolla desde la catedra de una universidad. No hay otra. No hay más futuro filosófico fuera de la institución.

Realmente no sé si era la pretensión de Eilenberger mostrar esto, pero el hecho es que queda en la evidencia más absoluta a lo largo de las páginas de Tiempo de magos. Wittgenstein, irse a la guerra, renunciar a la fortuna familiar, hacerse maestro de escuela en provincias, se desespera por lograr entrar en Cambridge, en el Trinity College, y lo logra presentando como tesis para su doctorado el propio libro que años atrás había escrito (el Tractatus) ante un tribunal de pantomima preparado ad hoc con Moore y Russell; Heidegger haciendo lo imposible por entrar, haciéndolo al final en Marburgo y después Friburgo, Cassirer con la Wilhelm de Berlín (la Humboldt de hoy) y después a Marburgo, Benjamin intentándolo en Berna, Heidelberg, Frácnfort, Colonia, Gotinga, Hamburgo e incluso Jerusalén.

Comparto una crítica al libro, hecha por Francisco Velasco, entre tanto elogio: «Cada uno de estos pensadores es por sí interesante, tanto por su obra como por su vida. Pero traerlos juntos a un mismo libro habría exigido alguna conexión de sentido entre sus vidas o, al menos, entre sus obras. Pero casi nada de eso hay en el libro (…) Los personajes transitan por la escena temporal 1919-2029 como estrellas fugaces, sin orden ni conexiones sistemáticas». En efecto, amén del encuentro y enfrentamiento de Davos entre Heidegger y Cassirer, poco o nada relaciona a los cuatro filósofos si no es, tan solo, sus pensamientos, hijos de su época, al fin y al cabo. Que tres sean judíos y uno un futuro afiliado al NSDAP, sería un insulto a la inteligencia. Wittgenstein y Benjamin prácticamente vagan por libre y sin conexión con los otros dos protagonistas. Más parece un libro que, organizado por capítulos independientes para cada autor, hubiese resultado más claro y menos engorroso, en lugar de la pretensión de entretejer unas relaciones inexistentes pilladas por los pelos, y unas vidas dispares. Lo único que lo relaciona es que los cuatro son cuatro grandes, que durante esa década sacaron la cabeza en el proceloso mar académico, o en el caso de Cassirer, se mantuvo con dignidad.

Otro punto de discusión es la elección de los cuatro nombres. Hay dos que yo no discutiría, desde luego, Heidegger y Wittgenstein, y Cassirer está aquí por representar el declive del pasado; pero con el tercero en discordia, Benjamin y su influencia filosófica, podía haber fácilmente otros nombres más que traer al libro, probablemente de mayor calado filosófico: Husserl pasa sin pena ni gloria por el libro, como un segundón; Ortega ni existe (permítanme hacer patria, pero puestos a elegir, por lo menos alguien que se enfrentara a Heidegger en Darmstadt), Bergson, Whitehead o Santayana… por no saltar el charco.

De todas formas, el esfuerzo de ligar contexto político y social, académico, vital y filosófico de los cuatro pensadores presentados para entender de dónde viene y a dónde va cada uno, de dónde nace y qué influencia tendrá después, es elogiable. Las exposiciones más filosóficas de los planteamientos de los cuatro se hacen asequibles a un público general aunque paciente; y hacer esto lidiando con el Tractatus, Ser y tiempo, la Filosofía de las formas simbólicas y lo que quiera que fuese que escribía Benjamin, no es una tarea fácil. Humaniza y da cuerpo, carne y sangre, a nombres hieratizados ya en la academia, esa que empezó por entonces.

Héctor Martínez