«EMBLEMAS NEURORRADIOLÓGICOS», JOSÉ HIERRO

En ocasiones, Hierro publicó sus poemas como pies de texto de litografías, grabados y por el estilo. En una de esas ocasiones unió su poesía con el radiodiagnóstico, en un volumen titulado Emblemas neurorradiológicos, que vio la luz en 1990 con la imprenta Koragrafík y se reeditó en 1995 por Endymion. La edición de Endymión, además de contar con la presentación del propio poeta, trae como guinda del pastel un pequeño y hermoso prólogo de Laín Entralgo, a la sazón médico y ensayista, voz perfectamente autorizada para abrirnos las puertas de este libro.

El librito de Emblemas neurorradiológicos surgió, contaba Hierro en una entrevista con Sergio Macías para Previsión sanitaria nacional (núm. 79, diciembre 1992), de uno de sus yernos, Jesús Muñoz:

La historia es muy sencilla. En esa carpeta los dibujos, muy minuciosos, están hechos por uno de mis yernos [JesúsMuñoz], que es médico neurólogo y los presentó, no sé por qué razones, a un congreso internacional. Parece ser que tuvo mucho éxito y le dijeron que viera la posibilidad de editarlos; entonces, a otro de mis yernos que escribe poesía en sus ratos libres le pidieron que hiciera algunas ilustraciones poéticas, pero alguien le dijo: “hombre, díselo a tu suegro, a Pepe”. Luego yo lo hice teniendo un poco en cuenta las imágenes, esto es, primero las imágenes las veo yo, y, segundo, la interpretación de ellas no. El autor de los dibujos me explicó en qué consistían aquellas deformaciones, malformaciones; luego todo ya fue puramente…oficio.

Es una declaración que reitera en la presentación, donde añade que aquellos dibujos eran caricaturas, un complemento humorístico de la ponencia que realizaron los doctores M. P Romero, A. Pérez Huigueras, M. Pérez Álvarez y B. P. Villacastín. Y ahí tenemos los dos elementos cruciales: los dibujos actuaban como caricaturas de una ponencia médica y los poemas son el pie de aquellas caricaturas. Explicaba Hierro:

Jesús Muñoz concibió la idea de convertir las caricaturas en emblemas, es decir, en jeroglíficos o empresas cuyo enigmático sentido se explica (con la necesaria e inevitable oscuridad) al pie del dibujo. (…) aquí entran los versos que escribí accediendo, encantado y divertido.

Se trata, por tanto, de poemas que son caricatura poética de una caricatura, o como también podemos definirlo, divertimentos burlescos, los cuales nacen del oficio poético:

El texto no tiene relación alguna con la poesía. Es lisa y llanamente, versificación, ejercicio lúdico (…) Son versos que se originan fuera. Versos fabricados, fríamente elaborados, ejercicios retóricos, bromas entre amiguetes.

La importancia de estas afirmaciones radica en el hecho de que Hierro trace una división dentro de su obra poética en este texto, una confesión sobre las vertientes de su poesía, distinguiendo entre el oficio y la inspiración, entre el poema que

me sé antes de escribirlo y el que voy descubriendo al escribirlo. En el primer caso, yo sé más que el poema. En el segundo, él sabe más que yo, es él quien me guía; pero ¡ojo!, a la manera que el perro lazarillo guía al verso, pero a condición de que antes haya sido adiestrado.

Hierro conoce bien el oficio poético, y es este un conocimiento que le permite elegir y adecuar métricamente la octava real y los eneasílabos blancos como estructuras para corresponder a los dibujos según los temas:

Elegí la pomposa y desmesurada octava real para los temas más jocosamente tratados por el doctor-pintor, y las series de eneasílabos blancos para las malformaciones infantiles, vistas por Jesús con piedad y ternura.

De modo que, al decir de Hierro, en este librito vamos a encontrar poemas burlescos escritos como ejercicio del oficio de la versificación. ¿No se percibe cierta intención de rebajar con modestia el verso? Algo hay, desde luego. Hierro responde bien a aquella definición machadiana de ser «en el buen sentido de la palabra, bueno». En todo momento cede la primacía a los dibujos, ya que fueron primeros, desde luego; no pierde ocasión de señalar que «el verdadero protagonista es el conjunto de dibujos de Jesús Muñoz» de quien parten «primor, invención, humor, entretejido de alusiones culturalistas, citas de Mantegna o de Rembrandt», asumiendo él un papel secundario, de mero acompañamiento que, obviamente, reconoce con humor y humildad, precisó de algunas explicaciones para ponerse manos a la obra:

Si yo fuese médico, no hubiera necesitado que me explicasen el modelo original. Como no lo soy, Jesús tuvo que hacerlo (¿de qué, si no, iba yo a saber qué demonios es eso de la HOLOPROSENCEFALIA?).

Laín Entralgo, en el prólogo que ejecuta, resume a la perfección el resultado de este Emblemas neurorradiológicos:

Un diálogo entre un médico que reduce a imagen irónica y lúdica su utopía y un poeta que de esa utopía saber hacer lúdica e irónica palabra.

De muy hermosa manera, Laín Entralgo entrelaza ambas dimensiones a través de un punto común. La utopía médica, nos dice, siempre ha tratado de ver la enfermedad, tratar de representarla para entenderla, propósito al que responde el trabajo de Jesús Muñoz; pero propósito que no puede caer en el reduccionismo de lo visible, sino que alberga también un más allá de la enfermedad que cruza el umbral del misterio del dolor:

La enfermedad humana consiste no sólo en lo que se ve, también en lo que se oye, y a la postre más allá de lo que se ve y se oye, en ese insondable misterio que es la realización individual y morbosa del dolor no merecido (…) Hacia ese misterio apuntan, lúdicos e irónicos, los poemillas de José Hierro que dan contrapunto verbal a los dibujos de este libro.

En las palabras de Laín Entralgo los poemas de Hierro recuperan algo de lo que, como poesía y aunque ejercicio lúdico, tienen. Porque, si bien es cierto, que muchos reproducen jocosamente la caricatura de Jesús Muñoz, como los que reproducen el Cristo muerto de Mantegna sobre la camilla entrando en el donut para un TAC, o convierten el escáner en una derivación de la vieja guillotina e incluso recuerdan la Lección de anatomía de Rembrandt, que ahora puede hacerse mediante la máquina y el pigmento de contraste, lo que encaja en la línea culturalista desarrollada, varios poemas traspasan la mera línea de lo burlesco y se adentran en el territorio lírico de Hierro, ayudado, a su vez, por el lirismo de los dibujos de Jesús Muñoz. En concreto, son cuatro los que escapan a la mera caricatura y nos entregan un tono poético elevado.

Pienso, por ejemplo, en el quinto, titulado Chiari. II. Para los profanos como yo, —para esta reseña lo he tenido que mirar— la malformación de Chiari es una malformación del sistema nervioso central por la que, debido a un cráneo pequeño el cerebro (la parte de cerebelo y bulbo raquídeo) se ve empujado hacia abajo y se desliza por una apertura en la parte posterior hacia el canal espinal. En tanto que malformaciones, estas se desarrollan al nacer o durante el crecimiento de cráneo y cerebro y está asociadas a menudo con la hidrocefalia. La representación que Jesús Muñoz realizó en su caricatura, dibuja un cerebro en una taza-embudo con rasgos faciales infantiles, que es arrastrado por un peso hacia el canal estrecho del embudo del que sale formando unas raspas de pescado.

Es una taza rota: gota

a gota, el licor se derrama;

inventa esqueletos de peces,

se lleva pedazos de alma.

Aquellos ojos impasibles

no entendían lo que miraban:

vientos que mueven unos remos,

mares que entreabren sus pestañas.

Son versos que marcan un campo semántico claro (gota, licor, derramar, peces, mares) envuelto de metáforas (es una taza rota), contraposiciones en paralelismo (esqueletos de peces-pedazos de almas) y las personificaciones finales (vientos que mueven unos remos, mares que entreabren sus pestañas). Indudablemente que estos versos, empujado por el lirismo y la ternura, en palabras de Hierro, que impregna Jesús Muñoz con las malformaciones en niños, recrean una imagen mucho más poética que va más allá del humor culturalista de los previamente dedicados al escáner y la computarización. Sobre todo, es de señalar que aparezca el símbolo marino, símbolo muy personal y presente continuamente en la poesía de Hierro: para él es el paisaje de su infancia santanderina y de la eternidad, de un perpetuo nacer, o límite entre la vida y la muerte evocando a Manrique. Así se explicaba el propio poeta en una entrevista a El Cultural (21 marzo, 2001):

El mar es importante en mi poesía —y en mi vida— por dos razones. Es el paisaje de mi infancia: yo nací en Madrid, pero con dos años me llevan a Santander, así que aprendo las primeras palabras mientras oigo al fondo el rumor del mar. Soy un animal marino. Además, el mar es un símbolo, tal vez inconsciente, en mi poesía, de lo que no envejece; el mar no pierde el pelo, no se arruga… Como en el verso de Valéry: «La mer, la mer, toujours recommencé…» A mí me gusta traducirlo como «El mar, el mar, siempre reciennaciendo»… No es la traducción más exacta, claro, pero es la más cercana a mí.

Otra malformación, la de Dandy-Walker, es la glosada en dibujo y poema en sexto lugar. Una malformación, también congénita y también asociada a la hidrocefalia, que conlleva —de nuevo tuve que buscar información, claro— el ensanchamiento quístico del cuarto ventrículo en la parte posterior del cerebro que causa el cerramiento de orificios fundamentales para la circulación del líquido cefalorraquídeo de modo que se afecta el flujo al resto del cerebro. El diseño de Jesús Muñoz en este caso dibuja una cabeza de niño con un hueco en la parte posterior con forma de anillo. Y con esa imagen y nuevamente asociaciones con el mar infantil, con el paisaje de ese reciennacer y de vida, Hierro comienza su versión poética:

La mar ha elegido este anillo

para sus dedos invisibles;

va inundando la oscura bóveda,

tornando el rostro niño triste.

con frecuencia sonríe el niño

como si viese a los delfines

cabalgando sobre las olas,

ágiles criaturas felices.

El campo semántico de Chiari se amplía aquí (inundar, delfines, olas) entre nuevas metáforas (anillo, oscura bóveda) y personificaciones (la mar ha elegido…para sus dedos invisibles) y más contraposiciones (niño triste-sonríe el niño-criaturas felices).

Sin duda, si alguno de los poemas de este librillo destaca, si en alguno se reconoce al más puro Hierro, ese es el poema octavo, dedicado a la Agenesia de cuerpo calloso. Según pude descifrar, se trata de un defecto congénito que puede darse aisladamente o estar asociado a malformaciones anteriores como Chiari, Dandy-Walker, Holoprosencefalia… y es, literalmente, la ausencia del cuerpo calloso que une ambos hemisferios cerebrales. Esta afección complica la conexión y coordinación de los dos hemisferios. El dibujo de Jesús Muñoz representa un ave que escapa de una cabeza enjaulada y los versos de Hierro dicen:

No ha dejado más que silencio,

en lo que fue patria del canto.

Ha huido hacia la luz azul

y ha dejado sombras y estragos.

Ha huido rompiendo la jaula,

la jaula que fuera el palacio

de la ilusión. Se lleva el trino.

El silencio solo ha dejado.

José Hierro / Fuente: Centro Poético José Hierro

En estos versos la fuerza recae en las contraposiciones y repeticiones. Fijémonos que empieza como termina, en un flujo circular, alterando el orden de elementos en el último verso respecto del primero (no ha dejado más que silencio-el silencio solo ha dejado). El término silencio se destaca al abrir y cerrar el poema, mientras se contrapone con otras palabras que apelan al sonido como el canto o trino del ave que se marcha. Las estructuras sintácticas se repiten una y otra vez (no ha dejado más que silencio, ha dejado sombras y estragos, el silencio solo ha dejado; ha huido hacia la luz azul, ha huido rompiendo la jaula) incidiendo en la idea de la ausencia de algo. Por otro lado, universo metafórico es el más elevado del poemario, al trazar la cabeza del niño como patria del canto o palacio de la ilusión frente a la jaula que aprisiona y que encierra, y que se acentúa mediante anadiplosis (ha huido rompiendo la jaula / la jaula que fuera el palacio), sugiriendo una transformación de uno en otro, del palacio en una jaula, y quedando en el aire un tono de anhelo del tiempo ido, de lo que había y lo que hay: antes canto, trino, luz, palacio, ilusión; después sombras, estragos, jaula, silencio. El acento no está en la liberación, sino en el porqué de la huida del ave y en lo que queda: en las jaulas no hay canto, solo en palacios de la ilusión, y el canto lo es todo para el ave. Conviene recordar aquí el primer verso de aquel poema inédito titulado «Caleidoscopio y polaco», donde Hierro enunciaba, según la versión definitiva —las primeras hablaban de geografía y no de biografía—:

La biografía de un pájaro se resume en su canto.

Una última contraposición entre metáforas es la que enfrenta luz azul y sombras y estragos: comunican exterior, hacia el que huye el ave, e interior, de donde huye. La luz, en Hierro suele tener los valores de la inocencia, la alegría, la libertad o la verdad, con un indudable sentido positivo frente a la sombra y la oscuridad, lo negativo. No es difícil rastrear en Hierro este color aplicado al trueno, al relámpago, a la noche, a la mar, al cielo… y que podemos enlazar con la poética de Rubén Darío, quien afirmaba: «El azul es para mí el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y fundamental».

El último de los cuatro poemas que destacan por encima del mero oficio es Hidranencefalia, que viene en décimo lugar. Esta consiste en la ausencia de los hemisferios cerebrales sustituidos por líquido cefaloraquídeo, el cual con el paso del tiempo se va acumulando generando hidrocefalia y una anormal aumento del tamaño de la cabeza en los bebés, en caso de que llegue a nacer vivo, al no tener aún formado del todo el cráneo. En el dibujo, la cabeza de un niño entristecido es una damajuana de cristal anegada hasta la mitad de líquido. Hierro convierte el rostro del niño en todo un pueblo inundado para formar un embalse, como se hizo habitual durante el franquismo, poblaciones que tuvieron que ser abandonadas y cuyos restos descansan bajo las aguas de pantanos. Escribe el poeta:

Pienso a veces en esos pueblos

anegados en un embalse.

Todo lo fue habitando el agua;

hay peces donde hubo aves.

Las aguas trajeron silencio

—aguas que diluyen y abaten—

y dejaron un sedimento

siempre nostálgico de aire.

Estas aguas, que repite hasta en tres ocasiones personificadas, no son las del mar de la infancia, sino que más negativamente son aguas que trajeron silencio, el mismo que quedaba al marcharse el canto del ave; son aguas que diluyen y abaten, arrasan con la vida no submarina, sustituyen aves por peces; son aguas que anegan y todo lo habitan, desplazado a cualquier otro habitante. De nuevo, como en el anterior poema, flota en el tono una sensación permanentemente nostálgica entre un pasado ido y un presente al que solo le queda el sedimento de lo que se ha perdido en el transcurso del tiempo. La sensación lúgubre se percibe en la imagen de la disolución de la vida que marcha desde pueblo hasta sedimento de aire como único resto del total desvanecimiento, el aire que queda sobre las aguas y que antes estaba sobre el pueblo.

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Las últimas composiciones, de la décimo primera a la décimo quinta, componen una serie dedicada al Tumor hipofisario (adenomas: tumoración no cancerosa) en todos sus grados, de 0 a 4. Los poemas recuperan la octava real y la raíz culturalista con que se abría el libro, con alusiones mitológicas (Dánae y Zeus, Palas Atenea, Venus, Judith y Holofernes, o la mención a Góngora) y el tono más lúdico y burlesco de las primeras páginas. La única duda que me asalta al respecto es por qué en esta sección el protagonismo en las caricaturas se lo lleva la figura femenina: según creo, pero soy lego en la materia, es porque Jesús Muñoz focaliza esta afección en un tipo concreto, el prolactinoma que afecta al crecimiento y la producción de leche de la mama de la mujer.

Tal parece que el libro hubiese sido pensado en tres actos que se reparten en la curva de tensión creciente y decreciente: el momento más intenso poéticamente, el clímax, corresponde con las malformaciones de los niños, flanqueado por versos más ligeros que permiten la graduación del tono, sin que ello rebaje la importancia del referente tanto de dibujos como de versos en cuanto a la prueba diagnóstica computarizada o el tumor hipofisario, del que habla en su manifestación mayoritariamente benigna o no cancerosa —aunque sí puede darse como carncinoma de hipófisis—.

Es una rareza poética, una curiosidad en el poeta de las alucinaciones, que recogió y nunca soltó la herencia de Machado o de Darío, de Juan Ramón Jiménez o de Gerardo Diego y Pedro Salinas, poetas tan dispares a los que supo encontrar un punto convergente en su vena, remozó con su propia pluma, y elaboró hasta esa irracionalidad tan íntima y tan auténtica. Una rareza en la que el poeta es reconocible, porque le sale por los intersticios de su humanidad el verso que él disfrazó de oficio en este librito.

Héctor Martínez