«EL SUEÑO DE LAS NUEVE NUBES», KIM MANJUNG

Portada libro

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Muchos piensan que la literatura oriental tiene su valor en el exotismo que representa para Occidente. Buscan, generalmente, lo distinto en ella, como si de otro mundo completamente diferente se tratara. Luego importan el resultado de su búsqueda como quien partió a tierras desconocidas. ¡Cuánto no pasarán por alto! Un ejemplo es Kuunmong este sueño de nueve nubes recientemente traducido al castellano. Es cierto que en esta novela sorprende la facilidad con que un personaje puede encontrarse con ninfas, dragones, maestros, y reencarnaciones, sin demasiada recreación lírica en ello. Pero también es cierto que, siendo contemporánea de nuestro Barroco, sorprende aún más encontrar tópicos literarios como el «Ubi sunt?», el «Tempus fugit», el «Beatus Ille», el «Homo viator», el «Locus amoenus» y el clásico «la vida es sueño», todos juntos en Oriente. Y entendiendo la palabra «tópico» por lo que significa -lugar común-, puedo asegurar que el Kuunmong es una novela apta a la inteligencia occidental que renuncia discriminar lo oriental como mero exotismo místico.

El argumento: un monje budista inmerso durante toda una noche de primavera en el mismo sueño que otras ocho ninfas. Sueño inducido por un maestro budista con la finalidad didáctica de hacer valer los principios del Budismo ante el Confucionismo. El sueño se introduce por medio de una reencarnación, donde el protagonista recorre los principios éticos de las desigualdades del confucionismo que mantienen un equilibrio y una paz social. La vida del protagonista en la reencarnación onírica recorre desde la clase más humilde hasta convertirse en un alto cargo y héroe nacional, perteneciente a la familia imperial, con dos mujeres y seis concubinas -las ninfas- que se van uniendo a su vida a través de sucesivos encuentros, todos ellos poéticos. Al final se vuelve, se despierta, y se decide la entrega total a Buda por parte de los nueve frente a la banalidad de la vida entregada al placer.

El tema del sueño permite gran variedad de elementos. Para empezar, la estructura circular del relato, con principio y fin en el mismo punto. En segundo lugar, logra trasladar la idea de vida como viaje, aunque fugaz e ilusorio. No son pocas las veces que en la novela se juega al engaño, al disfraz y se declara nuestro calderoniano «la vida es sueño» -en el siguiente pasaje, al protagonista se le ha engañado con la muerte de una de sus mujeres, y él, enterado, engaña a su vez fingiendo ver fantasmas-:

-Pensaba encontraros en el otro mundo, en vez de veros aquí. ¿Seguro que no estamos soñando todos?
Yeong-Yang respondió:
– Nada de lo que ha ocurrido es un sueño.

Del mismo modo, prácticamente al final de la novela, leemos al Maestro budista:

Dices que has tenido un sueño en el cual reinabas en el mundo de los hombres bajo los designios de la Rueda de la Reencarnación: con lo cual quieres decir que el mundo de los sueños y el de los hombres son algo distinto. Veo que aún no has despertado del todo. Zhuan Zhou soñó que era una mariposa, pero luego fue incapaz de determinar si él soñó que era una mariposa o si la mariposa soñó que era él; ¿quién puede asegurar qué es sueño y qué es realidad?

No hay una realidad y un sueño claramente identificados. La respuesta real es un «y quién sabe…». Jugando con el sueño y la realidad tenemos nosotros, por ejemplo, a Don Quijote, a Calderón, a Descartes. Debería sonarnos el asunto.

Sin embargo, el relato se aparta de lo que podríamos considerar la literatura moderna al presentar personajes estáticos y sin evolución, extremadamente idealizados en la perfección. Relamente, si quiera a lo largo de la novela hay lugar para el error o la equivocación, propiamente dichos. Asistimos, por tanto, a una realidad estandarizada, incluso fantasiosa, más cercana a nuestros textos medievales de caballeros virtuosos y valientes, planos en su totalidad, o incluso hacia la épica griega de Homero. En cambio, las costumbres que se representan o las normas que se mencionan, tienen su fondo histórico y real.

Ahora bien, el núcleo fundamental no es su realismo o ficción, su exotismo, su idealización etc., sino, más bien, la oposición y tensión entre dos pensamientos como el Confucionismo y el Budismo, y la setencia del primero como dedicado a una vida ilusoria. El confucionismo no se ocupa de dotar de sentido a la vida, no conlleva un pensamiento metafísico, sino la armonía vegetal, animal y humana según doctrinas morales. En concreto, el hombre es un ser social que no puede desarrollarse de forma aislada, sino dentro de la jerarquía social y moral de la familia. De este modo, siguiendo todo el protocolo, el protagonista se dedica a su ascenso social destacando en la poética, la música, la cultura, la guerra, que le hace merecedor, en cada caso, de subir un peldaño. A ambos lados de la vida terrenal regida por el confucionismo, está el budismo -principio y fin de la novela- donde leemos:

Aquí vivía el Primer Ministro Yang con sus mujeres. ¿A dónde habrá ido a parar su fortuna y la exquisita belleza de sus mujeres? ¿Queda algo de todo aquello? ¿Cómo no rendirse ahora a la fatuidad de la vida? Ésta no dura más que un solo instante.

Dentro de una línea cuasi-lógica, el «Tempus fugit» reclama un «Locus amoenus» y un «Beatus ille», la vida que pasa en un instante, exige la retirada a un lugar agradable y una vida beata, antes de caer en el absurdo del «Ubi sunt?», del «qué fue de…» todo lo logrado en el instante de la vida, todo lo que luego se pierde manifestando su existencia temporal y caduca. Surge ante nosotros otro tema bien conocido de la literatura y la filosofía de todos los tiempos: «vanitas vanitatum, et totum vanitas»:

Las máximas aspiraciones de cualquier persona que viene al mundo son: disfrutar de una larga vida, alcanzar una buena posición social y, por último, convertirse en un miembro de la nobleza.
Cuando se logra todo esto, ?qué más cosas se pueden desear en esta vida? (…) la obsesión por amasar gloria y fortuna, ¿no es acaso el origen de los conflictos más crueles de este mundo? (…) Parece que el hombre no es lo bastante sabio como para contentarse con lo que tiene ni sabe poner límites a su afán de poder.
Yo, vuesto humilde servidor, (…) he superado mi vanidad.
(…)
Concededme, Majestad, el permiso para retirarme a una vida privada de modo que pueda dedicar el resto de mi existencia a cuidar las tumbas de mis antepasados. (…) Os imploro que me autoricéis a retirarme al lugar donde nací.

A este logro de la literatura clásica coreana, tal y como dicen «primera novela moderna de Corea», hay que reconocerle la magistral mezcla de prosa y verso. Antes de la novela propiamente dicha, la literatura oriental se desarrollaba en verso. Kim Manjung escribe y entreteje una novela que rinde tributo a toda la tradición literaria y no olvida los orígenes poéticos. Leemos de continuo rodeados de poesía, de versos que se escriben unos personajes a otros, de comparaciones con grandes literatos antiguos, siriviendo la naturaleza de propósito identificador: sauces, urracas, melocotoneros, primaveras…, todos los elementos naturales iluminan el talento poético de los personajes en declaraciones de amor o concursos y competiciones, junto a la valoración de sus caligrafías -elemento clave en las culturas no occidentales.

Al lector occidental pordrá llamarle la atención la continua ebriedad de los personajes, el erotismo implícito y la poligamia practicada. No es algo extraordinario en la época de la novela, tampoco para occidente. Entre sueños, experiencias oníricas, engaños, borracheras, fantasmas y espíritus, se debate alguna realidad que es sueño, y algún sueño que es realidad. A todo ello, de común acuerdo en toda cultura, hemos venido a llamarlo literatura.

Héctor Martínez

2 comentarios

  1. 이사벨 안나 (@Ladelbajo) · julio 26, 2014

    se puede conseguir en Argentina este libro?

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  2. Pingback: KIM MANJUNG EN RETRATO LITERARIO | Literatúrame

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