«VIÁTICO», DE CARLOS SUÁREZ

En otras ocasiones lo he dicho: no soy habitual del género negro ni del thriller, acaso de la novela policíaca a partir de Poe, Conan Doyle y, por supuesto, mi Agatha Christie. Me gusta esa narración de crimen tipo cluedo, el famoso whodunit, en el que el lector participa de la investigación recogiendo las pistas al mismo tiempo que el investigador protagonista y acompaña las deducciones de este. Me gusta también la atmósfera de misterio, la nocturnidad, el espacio cerrado para mirar dentro de la oscuridad de la psique humana. No obstante, que no sea habitual no supone que no tenga mis escarceos en el género, sobre todo porque hay autores que saben dar una vuelta de tuerca y, sin salirse del género, lo replantean en unos términos lo suficientemente particulares como para despertar mi atención. Lejos de fórmulas trilladas, someten la formula misma como tema. Es el caso de Carlos Suárez, cuya Una mujer en Pigalle (Reservoir Books, colección Roja&Negra, 2016) ya comenté, cuya La muerte zurda (Atodaplana, 2004) tengo pendiente de reseñar, cuya Vermeil (EOLAS, 2022) tengo en la cola de lecturas, y de cuya Viático (Mira editores, 2023) hablaré en esta entrada.

Viático es la cuarta novela de Carlos Suárez por orden de publicación, pero en realidad es la tercera por ejecución. Se trata de una novela cuya salida al público se truncó por la pandemia de CoVID, y que ha sido recuperada, por fortuna, para ver la luz en este año a través de la casa zaragozana Mira Editores. La editorial, enfocada sobre todo en autores aragoneses y con la experiencia en el oficio que da el haber sido fundada hace más de treinta años hasta convertirse en referencia del sector, abre sus puertas también a escritores que no son maños, pero cuya obra y trayectoria, sin duda, merecen el esfuerzo y apoyo editorial. Así es como Carlos Suárez, leonés de nacimiento, se fusiona con la zaragocí Mira Editores, a través de su colección Sueños de Tinta para una novela que se desarrolla en el Madrid adoptivo del autor.

Es importante saber que la novela Viático, en realidad, ocuparía el tercer lugar de la producción de Carlos Suárez en cuanto a su composición, porque al leerla, si uno ha seguido cronológicamente las publicaciones, se identifican elementos que se han podido ver antes en La muerte zurda o en Una mujer en Pigalle, elementos que reelabora y depura el autor con buen tino, así como se reconocen guiños del universo literario que va creando —a modo ilustrativo daré algunos ejemplos al final—. Así me ocurrió a lo largo de la lectura y todo encajó cuando supe el vía crucis de este título —permítanme la expresión religiosa para el proceso de una obra que ha tenido su pasión, muerte y resurrección, no al tercer día, pero sí al tercer año… y que, precisamente, lleva por título Viático—.

Hay crimen en extrañas circunstancias, sí, desde las primeras páginas. Y habrá más aún. Hay libros de por medio relacionando a los personajes. Tenemos el mundo artístico. También lo erótico y sexual impregnan las páginas. Hay una investigación policial. La prensa hace acto de presencia, aunque sea esta vez más testimonial. Es metaliteraria, también. E igual, o quizá más, que en las novelas previas, y este es el punto de la narrativa de Carlos Suárez que me llama la atención, no es tan importante resolver el o los crímenes, porque la trama no gira en torno al whodunit que mencioné, sino al contexto, la historia, las relaciones y el mundo interior de cada personaje. La historia que revela el crimen es, en realidad, la excusa, el cebo de la intriga irresistible para pececillo lector, que nos abre las puertas a todo lo demás. Y esto ocurre por el principio de figura-fondo —concédanme el eco gestaltista en el que ahora ahondaré—: puede el lector obcecarse en mirar la figura, el crimen, el caso a resolver, que aparece en primer plano, no digo que no, pero en ese caso al lector le sobrarán tres cuartos de novela. En esos tres cuartos está la propuesta genuina.

En efecto, por debajo de la historia sobre un serial killer que se recrea tanto en la elección de las víctimas como en la tortura a las que las somete, tenemos una red en cuyo entramado se conectan las vidas de los personajes principales y secundarios, incluida la mano asesina. Pero el interés de la novela no está en diferenciar esta última del resto, sino en el ir tejiéndose el entramado mismo. Reflejo de esto lo tenemos en la misma estructura de la novela. Organizada en tres partes (Yo, tú, él), paralelamente a las tres voces protagónicas que contarán la historia desde diferentes perspectivas: qué hace cada uno, su relación con el resto y, más importante, por qué lo hace… y subrayo este por qué debido a que, justamente, es el pilar de toda novela tipo whodunit, mientras que en Viático, es puesto radicalmente en cuestión: sí, las novelas de crímenes suelen ser causalistas, mientras que la escrita por Carlos Suárez viene a ser casualista.

Aquí quiero detenerme un momento. Perdonen que me ponga algo abstruso. Puede que sean mis propios sesgos académicos, filosofía mediante, y quizá lleve mi lectura a territorios ajenos a la novela, pero contemplando la estructura en tres personas —yo, tú (no-yo) y él (ni yo ni tú, sino Dios)—, seguido de la crítica de lo causal y determinista de la historia y el realce de la casualidad y del azar, además del principio figura-fondo ya mencionado… empecé a encontrarle una interpretación que trascendía la mera historia de un asesino en serie y entraba en un nivel de corte metafísico. Las tres personas en que se estructura la novela me recordaban aquellas sustancias del racionalismo cartesiano (res cogitans, res extensa, res infinita) y que en el idealismo alemán se vuelven las ideas puras de la razón (alma, mundo y Dios), aquellas que Kant describía como las representaciones del objeto metafísico y de las que no cabía conocimiento seguro, a las que no era posible aplicar los conceptos puros para elaborar los juicios propios de la ciencia. De ahí que no quede espacio en esta novela para el detective racional que conecta causa y consecuencia —un Poirot clásico confiado de sus células grises—, que encuentra el motivo, el arma, la oportunidad, sino que todo sucede de una manera lo mismo que habría podido suceder de otra sin mayor problema: no estamos ante un hecho empírico, un mero crimen, sino ante un objeto metafísico, de los que no cabe hacer ciencia, ni forense ni de ningún otro tipo.

Esta lectura tiene para mí todo el sentido del mundo. Y, de hecho, resumiendo burdamente a Kant a un nivel de bachiller, dado que nuestro conocimiento no puede superar la barrera del fenómeno, es decir, que no podemos conocer las cosas en sí mismas sino en tanto que las percibimos, en tanto que se nos dan o en tanto que aparecen ante nosotros y para nosotros, desde donde tratamos de enjuiciarlas y entenderlas a partir de lo que nosotros mismos ponemos en ellas, me resultó sencillo ver el poso gestaltista de la novela en la construcción coral de voces en primera persona, cada una contando cómo le va en la película, como la vive y la siente, como la percibe sin que haya un narrador absoluto que todo lo ve, todo lo sabe, que aglutine todas las perspectivas y por el cual todo se explica cabalmente, émulo de ese Dios omnisciente, tirando de los hilos de títeres que llaman vida a lo que no es más que un papel ya escrito. Aquí la narración se hilvana a partir de la experiencia concreta e individual de cada personaje enredados en la trampa del azar, incapaces de escapar de sí mismos y de contemplar una totalidad que los integre, porque esta siempre sería mayor que la suma de las partes.

No, en la novela Viático no importa lo causal, el quién lo hizo y por qué, preguntas que, empero, son el desafío a vencer por los protagonistas habituales del género negro, policial o detectivesco. Aquí el azar, la casualidad, permite arrojar sombras de sospecha sobre unos y otros personajes indistintamente: el principio rector de la  obra no es el Dios omnisciente… en caso de que haya Dios, será el Dios que juega a los dados, la razón de la sinrazón cervantina. Aquí cuestionarse por qué se mató a esta persona, por qué se hizo de esta o de aquella forma, suponer una relación entre las víctimas, que haberla la hay con los vivos porque ya saben que quien busca halla, y teorizar razones y dar explicaciones de los crímenes escudriñando en la red de personajes… nada de esto tiene mayor importancia. Pensar el móvil o el modus operandi del asesino, es un continuo callejón sin salida. Y puede que lo más nimio, el hallazgo repentino y fortuito, sea todo lo que haga falta para esclarecer y revelar al culpable, del mismo modo que lo aleatorio es la fuerza a la que este se somete. Es el azar la palabra que más repite Carlos Suárez cuando habla de Viático, con el mismo sentido con que Rafael Soler habla de su propia obra: «Creo en la providencia, creo en el azar. Si fuéramos humildes reconoceríamos que no tenemos el control. El azar puede crear situaciones fantásticas, quebrarlo todo… Me lo ha enseñado la vida. Se aprende más de un fracaso que de un éxito, y el azar juega a su favor», decía el narrador y poeta valenciano cinco años atrás, y es muy aplicable a Viático.

Carlos Suárez. Foto: Guillermo Navarro

Esta metafísica del acontecimiento me lleva a contemplar la novela de Carlos Suárez desde un plano más simbólico y psicológico. El serial killer sería un trasunto del fatum griego que decide por Tyche (o Fortuna): algo tan inevitable como impredecible. Es por ello que los crímenes que vamos a encontrarnos sean simulaciones de enfermedades y la tortura despiadada hasta la casquería representa el insufrible padecimiento terminal, con la pregunta que toda víctima que cae en las garras de la enfermedad no puede resolver: estaba predicho (fatum) o ha sido el cúmulo de circunstancias y casualidades (fortuna). La enfermedad mortal tiene esos dos componentes: se sabe cómo acabará, está escrito, pero nunca se tiene la seguridad de que nos atacará. Está la genética, sí, están las costumbres de cada cual… pero en ambos casos solo hablamos de probabilidades de que la enfermedad se desarrolle. La muerte misma tiene esos dos vectores antónimos de certeza e incertidumbre: certeza de que acaecerá, incertidumbre sobre el cómo y el cuándo.

También es simbólico otro elemento en todo esto: unas fichas de un juego infantil como arma del crimen, que convierten la muerte y el sufrimiento en un mero juego de niños, juego cuyo azar cae fuera de nuestra capacidad racionalizadora. Sin duda recordará el lector aquel macabro suceso que ha pasado al imaginario como el «crimen del rol». Por ahí van los tiros. Dichas fichas son depositadas en la boca de las víctimas como ese viático, es decir, símbolo de la eucaristía que reciben tanto el enfermo, aunque no esté en peligro, como el moribundo. Viático es voz que deriva del latín viaticum, palabra con que se nombraba a las provisiones de dinero o viandas que se precisaban para iniciar un viaje. El sentido escatológico que adquiere en el Medievo surge a raíz de la metáfora de viaje como el paso de la vida terrenal a los cielos tras la muerte: la comunión sería la provisión para realizar el tránsito correctamente. Entendidos los términos, quedan perfectamente ligados los ejes simbólicos de la novela: la enfermedad, la muerte y el papel de Dios, en la vorágine de preguntas que desata el azar.

El epígrafe de Gautier con que se abre la novela ya nos lo advierte: «El azar es quizá el seudónimo de Dios cuando no quiere firmar». Y de forma circular, se vuelve a repetir al final en las páginas finales en boca de uno de los personajes relevantes. Alegóricamente, la novela se convierte en una reflexión vitalista y teológica, donde vemos aparecer aquel viejo dilema (en realidad trilema) de Epicuro, la cuestión del mal en el mundo: o tenemos un Dios omnipotente y rencorosamente malévolo, o tenemos un Dios bondadoso pero impotente, débil… o peor, podría ser débil y malévolo, complacido en ver a sus criaturas retorcerse ante el infortunio que no puede evitar. O podría no haberlo, sin más.

La novela también pone en jaque el concepto de identidad en un juego de confusiones y desdobles. Sí, la novela inicia ya con una primera confusión: el protagonista, el pintor Héctor Brey, cree reconocer a una mujer muerta hace 30 años, que no será otra que Monique, la hija de aquella, con un fuerte parecido suplantador; el mismo Héctor Brey contrata de modelo a una mujer a cuyo cuerpo yuxtapone el rostro de Monique; se trata de la misma modelo y prostituta, a la que Brey pedirá, sin valorarlo bien, hacerse pasar por la esposa que no tiene; se busca a una persona entre varias que tienen el mismo apellido, Queralt… como también sucede que al encuentro de Brey y Monique, ambos ven, y no podrán dejar de hacerlo, a sus dobles del pasado en el otro. La maniobra alcanza a la voz narrativa, eludiendo en varias ocasiones identificar el personaje que narra, solo reconocible por sus pensamientos y acciones. El tema literario del doble entronca muy bien en una novela como Viático toda vez que se trata de un tópico que convoca la confrontación con el reverso de uno mismo y su conciencia, el conflicto de identidades de uno consigo y de uno con los demás.

Indudablemente estamos ante una novela negra, de suspense (thriller), que trabaja la vertiente psicológica. Por ello que las pulsiones sexuales y represiones, el sentimiento de culpa o de venganza tamborileando en la conciencia, la dependencia emocional, la falta de compromiso, la confianza y la traición, los celos, son las corrientes profundas que azotan el severo oleaje en el que navega la flota de personajes de Viático. Al respecto, destaca el deseo prohibido entre un adulto, el pintor Héctor Brey, y Monique, la hija adolescente de una de sus relaciones, junto a los tabúes sexuales ante las grandes diferencias de edad o el gigolismo de Brey, trenzados hasta el oxímoron y la obsesión. La imposibilidad moral y legal que frena el deseo queda abolida años después, años en los que tanto Brey como Monique han desarrollado, cada uno por su lado, una obsesión recíproca: ella acosa a Brey y cuanto le rodea; él no para de pintarla una y otra vez como la conoció sin lograr sacarla de su cabeza. Aún así la diferencia de edad sigue siendo un problema para Brey, que sigue viendo en Monique a la adolescente, mientras que él mismo cede a los deseos de otras mujeres de más edad que él. Vemos cómo el tiempo se detiene a la vez que avanza: Monique sigue siendo la adolescente, congelada en la mente de Brey, a pesar del paso de los años; Brey sigue siendo el objeto de deseo insatisfecho de Monique, cuya persecución se prolonga del pasado al presente. En otras ocasiones, la diferencia de edad se analiza en presente: no es que Monique sea más joven, es que Brey es mayor para ella. El tiempo, en una u otra dirección, no perdona, sigue transcurriendo, ni reduce ni agranda las diferencias: las mantiene como se mantiene la energía. Solo cabe la transformación.

Esto último abre nuevas ramificaciones en la novela, pues recoge secundariamente aquel controvertido tema literario de la Lolita nabokoviana, en la barrera de la moralidad, la legalidad y la perversión psicopatológica. Un tema que también es planteado desde el arte con Balthus, figura que, de hecho, Carlos Suárez ya había empleado como elemento provocativo en Una mujer en Pigalle. Hay, aquí, en cambio, una diferencia sustancial: mientras que en Nabokov solo tenemos el punto de vista delirante del protagonista Humbert, la versión de Carlos Suárez ofrece también la primera persona narradora de la nínfula Monique, por lo que podemos seguir la evolución de las obsesiones y degeneraciones de ambos implicados, instalados en la psique de los dos, trascendiendo lo meramente físico o morboso y trasladándonos allí donde está realmente lo esencial del tema: deseos, culpas, frustraciones, obsesiones… También la pulsión sexual como motivación de perfil psicológico va a dominar las acciones del serial killer —creo que, llegados a este punto del análisis, debería más bien decir psicokiller—, aunque aquí habré de callar para no revelar ingredientes capitales de la trama. Suficientes van ya, si no demasiados. Baste decir que estamos ante una mano asesina marcada por el sadismo y lo que ello implica, jugando ese papel simbólico del que hablé líneas atrás.

He aquí los elementos que hacen de Viático una novela negra, psicothriller, o la etiqueta que guste al lector, que conjuga los tópicos del género para cuestionarlos a la vez que introduce ese plano reflexivo, crítico, metafísico y psicológico de forma tan provocativa e intencionalmente incómoda como intrigante y seductora. En esencia se sirve del género por el factor de la intriga y del suspense, pero lo hace de cara a examinar temas trascendentes. La novela negra, de suspense, psicothriller, es la pista de despegue de una novela de vuelo metafísico.

Otros aspectos que resultan interesantes en la novela son, por ejemplo, el tratamiento del tiempo, así como los planos intertextuales y metaliterarios.

Respecto del tratamiento del tiempo en la narración ya hemos hecho mención a la congelación a que es sometido entre Héctor Brey y Monique, lo que permite que se superpongan sus yoes del presente con sus yoes del pasado como variante del tema del doble. Yendo más allá, en Viático estamos metidos en un laberinto temporal de continuas analepsis y prolepsis, saltos que, sin embargo, no rompen la continuidad del relato, porque es una continuidad entrópica, es decir, basada en lo que es más probable que suceda aunque ninguna ley impida otros resultados. Pensémoslo bien: ¿tendría algún sentido una novela que, bajo el gobierno del azar, presentase los hechos acontecidos en un orden cronológico, racional, perfectamente determinado de causas y consecuencias? Mi respuesta es, decididamente, no. No lo tendría. Perjudicaría la pretensión misma de generar la sensación de casualidad en el desarrollo de los acontecimientos.

Por las relaciones intertextuales y metaliterarias, y solo señalaré algunos ejemplos que encontré, el lector familiarizado con Carlos Suárez puede trasladarse a través de los ecos de la antroponimia de Viático a otras obras: la prostituta Úrsula Ugarte, el doctor Lesmes Rangel o el personaje de Berta Fiol nos hacen recodar a la cuidadora Úrsula Ugidos, al gacetillero Lesmes Malpica y a la sastra Berta Sanguino de La muerte zurda. Monique Sagnier o Lázaro Dorticós nos retrotraen a la periodista Monique Marais —como el Marais parisino de la primera novela de Cara Black— o al escritor Lazare Bracq de Una mujer en Pigalle. Por citar alguno caso más, vemos que el tema de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación de Francia que es el contexto de Una mujer en Pigalle, tiene un guiño en Viático al mencionarse la «collaboration horizontale»tras la caída de Francia ante el nazismo —y aquí debería añadir que Vermeil, en el cajón de pendientes, también se contextualiza en el París nazi, aunque al final de la Segunda Guerra Mundial—. El mundo del arte como contexto se reproduce tanto en Una mujer en Pigalle como en Viático con mención incluida en ambas de artistas como Balthus. En fin, el hecho de que los temas de la prostitución o el erotismo y la enfermedad crucen los tres libros de parte a parte.

Ahora bien, si lo metaliterario y la intertextualidad cobra importancia en los títulos de Carlos Suárez, es, sobre todo, por el destacado papel que el objeto del libro y la librería y la labor literaria tienen. En La muerte zurda se mencionaba Rojo y negro de Stendhal o Los papeles de Aspern de Henry James, así como los libros servían de mensajeros de una confabulación contra el poder. También en esa primera novela adquiere mucha importancia el hecho de que toda la trama corra en paralelo a la escritura de una novela. En Una mujer en Pigalle —ya la propia calle (rue) Pigalle nos invoca al detective Maigret de George Simenon y al Crimen en Pigalle de Cara Black— lo veremos en la aparición del misterioso libro titulado Le cercle noir junto al cadáver de la víctima, cuya muerte recrea sus páginas; también en que la figura principal, el celebrado escritor Lazare Bracq, será enfrentado a la obra que le dio la fama y que le vincula a la historia del crimen. Pues bien, en Viático tenemos la mención nuevamente de Stendhal o Herny James, junto a Cervantes, Dante, Borges, o Melville, el hecho de que Salambó de Flaubert o Les contes Drolatiques  de Balzac sean el punto de unión de dos de los personajes al comienzo de la novela, y que otro de los personajes protagonista también escriba novelas imbricadas en la misma trama. Por añadidura, en Vermeil —todavía en mi cajón de pendientes, pero recuerden que en orden de composición sería la última de todas— la trama gira en torno, precisamente, de un novelista, Max Leduc —no se me pasa el eco de la detective Aimée Leduc creada por Cara Black ni el guiño coincidente que hizo pensar en escritora Violette Leduc—. Este novelista es reclutado para crear un personaje tan verosímil y coherente como inexistente que sirva para engañar a la Inteligencia nazi: es decir, sí, estamos ante una novela sobre la elaboración de una novela, una reflexión sobre el propio ejercicio literario.

Viático, debo advertirlo, alcanza momentos de auténtico gore o, incluso, el llamado gorno, es decir, la violencia y la casquería es explícita, incomoda y golpea duramente. Pero al respecto soy de la misma opinión que Stephen King cuando defiende este extremo: «Sure it makes you uncomfortable, but good art should make you uncomfortable. (…) I’m not very interested in the dark side, in a sense. What I’m really interested in is how people deal with the dark side. (…)What interests me is how we deal with the fact that there are monsters like that in our lives. And I think that’s one of the real jobs, one of the moral responsibilities that fiction has, whether its books, whether its movies, it to explore that kind of thing». [Claro que incomoda, pero el buen arte debe incomodar. (…) No me interesa mucho el lado oscuro, en cierto sentido. Lo que realmente me interesa es cómo la gente se enfrenta al lado oscuro. (…) Lo que me interesa es cómo nos enfrentamos al hecho de que haya monstruos así en nuestras vidas. Y creo que esa es una de las verdaderas tareas, una de las responsabilidades morales que tiene la ficción, ya sean libros o películas, explorar ese tipo de cosas].

No se trata del gore por el gore, sino de que cumpla una función que justifique su presencia: no se trata de regodearnos en lo que hace el monstruo ni de disfrutar un baño de sangre sin sentido, lo cual sería propio de dementes, sino de analizar cómo enfrentamos al monstruo, presente en nuestras vidas, cuando hace lo que mejor sabe, sus monstruosidades. En el caso de Carlos Suárez, y lo ha dicho a las claras, ese monstruo, ese asesino en serie, opera a nivel simbólico: es la enfermedad y el suplicio por el que nos arrastra antes de acabar con nosotros. Los monstruos no desaparecen porque cerremos los ojos muy fuerte. Al menos no este tipo de monstruos. A estos monstruos hay que mirarlos porque están ahí e ignorarlos es lo que los vuelve poderosos.

Lo que me ha pegado a las páginas de Viático es, sinceramente, la manera en que Carlos Suárez acude a esta mezcla de géneros (negro, psicothriller, erotismo, gore…) para exprimir sus elementos, sus fórmulas, sus estereotipos, y usarlos como metáfora que nos mueve a una segunda capa de lectura filosófica y de reflexión en torno a la literatura y el hecho artístico. Ahí radica la vuelta de tuerca de la que empecé hablando, la que me atrajo, sin ser un fiel del género, a la novela de Carlos Suárez. Léanla.

Héctor Martínez

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