CHICHO MUST GO ON! HOMENAJE AL TEATRO DE CHICHO IBÁÑEZ SERRADOR

Chicho Ibáñez Serrador trabajando en su despacho

Hace unos cuantos años, por 2011, un buen día me sacaron de clase para atender una llamada. Era de una revista literaria llamada La Página. Según me dijo mi interlocutor, habían decidido dedicar un número entero a homenajear a Chicho Ibáñez Serrador con artículos, reseñas y estudios que reflejaran todas sus facetas: desde el guion y el cinematógrafo hasta la radio y la televisión, como realizador y productor, así como su teatro. Sucedía que a la hora de cubrir el género dramático descubrieron que el panorama era desolador: solo me encontraron a mí y mi entusiasta reseña de El águila y la niebla. No había mucho más. Y me pidieron mi texto para el número (95/06 Año XXIV, número 1-2 de 2012). Lejos de pensar que de haber habido algún otro artículo, quizás yo hubiese pasado a segundo plano, comprobé aquella aseveración y era cierta: el género debut, allí donde Ibáñez Menta y Pepita Serrador, padres de la criatura, iniciaron a su hijo y donde él abrió su camino como actor y dramaturgo, el comienzo de una trayectoria creativa que vino a apagarse hace unos días, constituía un erial. Y hoy que se nos ha ido, he vuelto a revisar y buscar, tantos años después, pensando que su fallecimiento motivaría una amplia cobertura, incluida su producción dramática, para encontrar que nos seguimos hallando el mismo desierto.

Es cierto que Chicho no era un Lope o un Calderón. Apenas cuatro obras rellenan su casillero: Obsesión (1957) —de la que no he encontrado registro, salvo una posible adaptación en Estudio 3 emitida en junio de 1964—, Aprobado en inocencia/castidad (1963) —reescrita para 2001—, El agujerito (1970) y El águila y la niebla (2002) —las más recordadas y premiadas la segunda y la última—. Son cuatro aunque afirmó en 2001 tener doce obras escritas, y al menos tengo noticia de que Aprobado en castidad y El agujerito formaban trilogía con una tercera titulada Las tres lombrices de la señora Morton, inédita —quién sabe si póstumamente veremos salir estas obras en la escena hispana—. Como digo, son solo cuatro conocidas y representadas. Pero se trata del género del que aprendió como corrector de malas traducciones desde los catorce, como actor siendo hijo de actores y heredero de una tradición de ocho generaciones, y se trata del género en el que debutó como director montando con dieciocho a Tennessee Williams con la compañía de su madre. Es interesante, de hecho, observar cómo la teatralidad inunda todas las otras facetas de su creatividad. Lo creo así con total sinceridad, y así lo mostré en la reescritura de aquel artículo para La Página: para entender el cine, la radio y la televisión que Chicho hizo, sus atrevimientos y novedades, hay que ponerse las gafas teatrales, unas gafas como las que usa Tom, el hijo mayor de Aprobado en castidad, dando pie a esa visión teatral del mundo:

TOM.—Las gafas son para mí como el escaparate de un gran almacén. Ese cristal separa de todo lo que se ve tras él, le hace a uno sentirse ajeno a lo que contiene el escaparate (…) El cristal son mis gafas y el escaparate el mundo en general. Con ellas puestas me siento observador de todo lo que vibra a mi alrededor, del mundo, de las gentes, de sus problemas… Siento que estoy junto a todo ello pero sin mezclarme, como el comprador que mira a través de la vidriera los artículos expuestos.

EVELYN.— ¿Y cuándo te las quitas?

TOM.— Cuando entro a comprar algo, cuando quiero salir de mi mundo y mezclarme con todo lo que me rodea.

EVELYN.— ¿Y para qué te las has quitado ahora?

TOM.— Para estar más cerca de ti.

La obra que refiero fue estrenada en Mar del Plata en 1959. Estuvo cinco temporadas. Ganó con ella la Medalla de Oro de la Sociedad Argentina de Autores. Fue con diecisiete años su autor, y su director y actor con veinticuatro, haciendo el papel de Tom, hijo de una madre por cierto interpretada, poco antes de morir, por la misma madre de Chicho, Pepita. Estaba escrito así, para madre e hijo, en su literalidad. Esta escena que acabo de citar cobra mayor fuerza dramática pensada autobiográficamente. Tanto es así, que debido al paso del tiempo, entrado el siglo XXI, la obra fue reescrita en torno al personaje de Tom, el que representaba Chicho, convertido ahora en Harry, un hermano, cuñado y tío sesentón —edad que rondaba Chicho entonces—.

Programa del estreno en Argentina de Aprobado en castidad

Obra en dos actos de sendos cuadros, es una comedia, cierto. Mezcla de vodevil y farsa. Se dice también que se trata de una comedia de figurón, que nos retrotraería al Siglo de Oro. Y parece que decirlo así le hace de menos a la obra, que la hace ligera o anacrónica. Nada más lejos de la verdad. Habría, quizás, que decir sátira, de flema inglesa —«un poco distante y en el que no se subrayan los chistes», remarcó Chicho en 2001—, que como muchas otras obras sorteó como buenamente pudo la censura.

Uno de esos quiebros a la censura ya muestra su verdadera genialidad: me refiero al título, donde la palabra castidad curiosa y extrañamente no encajaba en la moral censora católica de la España del tiempo. Era septiembre del año 1963 y se estrenaba en el Teatro Lara. Y esto que cuento ya es una sátira de por sí: que quienes lucían orgullosos el voto de castidad y la imponían moralmente antes del matrimonio a todo bicho viviente, no quisieran esa palabra en el título. Irónicamente decía Chicho:

Por aquellos tiempos, hasta la palabra castidad estaba mal vista por los censores.

Por ello que vino a llamarse finalmente Aprobado en inocencia y no en castidad en la España franquista, durante el tiempo que estuvo en cartel, y hasta la pérdida de Pepita Serrador en 1964. Después fue adaptada en 1968 a la televisión para Estudio 1 con Luisa Sala como Evelyn y Emilio Gutiérrez Caba como Tom.

Escribía Chicho ante el inminente estreno en Madrid en el 63, en una autocrítica, y bajo la máscara de Luis Peñafiel:

Aprobado en inocencia es solo una comedia amable, sin otra ambición que la de entretener. ¿Su mayor defecto? Ser una ‘comedia más’. ¿Su mayor virtud? Estar bien construida. Eso es todo. Fue escrita en España, y en Salamanca, para ser exactos. Fuera de España ha tenido mucho éxito. Mi mayor deseo es que ahora que se presenta en su ‘país de origen’ no sea recibida como la ‘indiana enriquecida que regresa a su terruño’ sino como comedieta simple y humilde que fue al nacer. (ABC Sevilla 27 septiembre de 1963 p. 65).

Tríptico Aprobado en inocencia (Teatro Talia, Barcelona)

Esto es santo y seña de Chicho: rebajar modestamente los parabienes recibidos. Es cierto que es una comedieta simple, de unidad de acción, lugar y tiempo —al estilo del canon clásico, si aceptamos que en vez de un día es un mes de vacaciones, pero uno— y ritmo bien atemperado, aunque algo más tiene además de una magistral construcción. Pero guarda un saber hacer y unos elementos genuinos que nos impiden quedarnos en la simple comedieta.

Por ejemplo, que el desencadenante del conflicto sea la sospecha de la condición homosexual del protagonista, Tom. Si bien se marca como un problema y una desviación —la censura lo aprobaría—, sin embargo, durante el desarrollo se genera la aceptación por parte del público tanto del personaje como de su sospechada condición, lo que en los 60s era mucho. Tom se muestra como un chico estudioso más interesado en lo intelectual que en lo carnal. Su madre presume de todos sus títulos y sus calificaciones universitarias desde el comienzo, razón por la que no nos extraña la primera aparición de Tom, que solo sale y entra de su habitación para recoger libros de la biblioteca familiar. Continuamente, por parte de cada uno de los personajes, se le pregunta «¿a qué has venido a Northpoole?» y continuamente responde «a ver a mi familia y descansar» —nótese la ironía del topónimo británico: polo norte—. Poco a poco va asumiendo mayor peso y se va revelando como un personaje mucho más equilibrado intelectual y emocionalmente que el resto, es la pieza clave del balance de las relaciones de todos los demás, hasta salvar el matrimonio de sus propios padres. Es, de hecho, el personaje que, siendo el figurón, resulta más equilibrado y contemporizador frente al desequilibrio que  muestran los demás.

Hay un momento de extremada comedia en el que Chicho enfrenta tipos humanos consolidados en la sociedad, cuyo contraste refuerza el carácter de sátira: mientras todo el público está convencido de la condición sexual de Tom, salta de pronto que se ha enfrentado a tres mozos fornidos de la villa que estaban molestándolo y los apaliza, mientras que su padre y su hermano, que presumen de carácter varonil, férreo —sobre todo su padre Thomas—, de linaje guerrero, ante la misma situación huyen, son heridos y no saben ni defenderse ni pelear. Del mismo modo, tanto padre como hermano presumen de ser galanes, mientras que a lo largo de toda la obra demuestran ser lo menos romántico, lo más rudos y poco atentos con sus parejas.

Con respecto a lo último, Chicho introduce la escenificación de un fragmento de Romeo y Julieta (Acto II Escena II) que Jack y Winkie van a representar. Aquí, además de observar el carácter romántico de Tom que hará que Winkie caiga a sus pies, tenemos también otro de los elementos capitales de esta obra: el elemento metateatral. Chicho, como autor, director y actor, pone sobre las tablas un juicio acerca de la declamación y la diferencia de actores, ridiculizando a aquellos que actúan con falsa afectación y cursilería frente a la naturalidad y el sentimiento:

TOM.-¿A qué jugáis?

JACK.- ¡Lo que faltaba!

WINKIE.-Estamos ensayando Romeo y Julieta

TOM.-No, ¿lo haces tan mal a propósito, verdad, Jack?

JACK.- Mira, Tom, Tú no te metas en lo que no entiendes

TOM.-No quiero inmiscuirme en lo que hagas, pero no me parece muy adecuada tu interpretación

JACK.- ¿Ah no? Tú lo harías mejor, indudablemente.

TOM.- Sí, indudablemente.

Jack.- Pues anda, baja, y empieza que yo te oigo.

(…)

TOM.- Comprendes Jack, pon mayor naturalidad y sentimiento en lo que digas.

JACK.- Interpretar a Shakespeare dándole la misma importancia que tomarse un vaso de agua, no me parece lo más adecuado. Hay que darle mayor amplitud al ademán y más sentido a las frases.

TOM.- Es un punto de vista diferente, yo solo pretendía ayudarte.

JACK.- Perdona, Tom, pero creo que no tienes razón, se lo he visto hacer a Lawrence Olivier y yo lo hago exactamente igual.

TOM.- Me extraña, porque yo se lo enseñé a Lawrence Olivier.

En otro momento de la obra, tenemos un segundo instante metateatral, justo cuando se halla Tom dialogando con Winkie, y Tom hace referencia a Aristófanes como «el creador de la comedia» a la vez que hace una crítica a la novelística rosa del momento. Incluso enuncia un pensamiento directo sobre la comedia en base a la diferencia entre el actor que actúa (para el que es serio el trabajo de la comedia) y el espectador que contempla la comedia (para el que es mero entretenimiento):

TOM.- No deja de ser graciosa esta situación entre papá y tú.

EVELYN.- No tiene nada de graciosa, Tom.

TOM.-Depende, depende de ser actor o de ser espectador.

Unido a lo anterior, y seguido en la escena que acabo de mencionar, va la simbología que establece Chicho con las gafas de Tom y que apunta al motivo del Theatrum mundi. Recordemos que el papel lo representaba él mismo, por lo que el motivo autorreferencial es evidente: al través del cristal de sus propias gafas observa el mundo, escribe sobre él, como un escaparate del que puede distanciarse para examinarlo; solo se las quita, afirmaba el personaje y con él Chicho mismo, cuando quiere mezclarse con el mundo.

Enrique Llovet escribirá sus impresiones al día siguiente del estreno, sin escatimar elogios al autor y viéndolo desajustado con respecto al género elegido:

Un autor tan sabihondo, un autor que aparece con más conchas que un galápago, un autor que tiene el colmillo retorcido, un autor capaz de escribir ‘Aprobado en inocencia’ debe tirar contra blancos de más pretensiones. ¡Qué barbaridad, cuánto sabe este caballero! (…) Su estructura orgánica es la de una coliflor que el autor deshoja serena y maquiavélicamente con habilidad de prestímano. (…) El talento teatral general, el sentido de los personajes y las situaciones es tan grande que esta trampa no es solamente aceptada, sino que encuentra la simpatía del auditorio. Todo está fabricado, bien fabricado, muy fabricado. Todo es pura habilidad y puro mecanismo (ABC 28 de septiembre de 1963)

La obra que le sigue, El agujerito, escrita en dos actos y cinco cuadros, fue titulada así porque su título original, sin diminutivo, coincidía con una obra de Alonso Millán. Chicho decidió cambiar el suyo respetando al anterior. Como he señalado, supuestamente conforma trilogía con Aprobado en castidad y una tercera obra nunca estrenada titulada Las tres lombrices de la señora Morton. En el oportuno artículo de autocrítica que escribe, como hiciera también con la anterior y que según dice es uso y costumbre, firmando como Luis Peñafiel, autor del texto, justifica hablar de trilogía:

Calificar de trilogía a tres obras de teatros sé que suena pomposo y petulante, pero me permito hacerlo porque las tres comedias están realmente emparentadas entre sí. Suceden en el mismo pueblecito inglés y en la misma época, campea en ellas el mismo tipo de humor y las tres están escritas para una primera actriz y actor más o menos joven. ¡Ah!, y olvidaba otra cosa que también justifica el uso del calificativo: en ninguna de ellas sucede ni se dice nada importante. (ABC 29 de marzo de 1970)

Esta pequeña pieza periodística de la autocrítica encierra en esta ocasión unas pocas y muy entretenidas líneas del supuesto autor, Luis Peñafiel, dirigidas al actor principal, el propio Chicho, tal y como aconteciera con aquellos heterónimos de Fernando Pessoa. Es, además, un fragmento que revela en confesión indirecta el peso del teatro en la vida de Chicho:

En cuanto a mi viejo y querido amigo Narciso Ibáñez Serrador, ¿qué puedo decir? Hablar mal de él sería ingrato por mi parte, ya que me consta que es el hombre que más pondera mis obras, el que con mayor fervor las defiende, y, sobre todo, el que siempre trata de imponerlas. Con El agujerito, Ibáñez Serrador reanuda su labor como intérprete. Personalmente no estoy de acuerdo con que lo haga, ya que si por un lado recuerdo trabajos suyos bastante encomiables, por otro no puedo olvidar interpretaciones bochornosas. Siempre que entre Narciso y yo sale a relucir este tema le repito que su camino es el de la dirección, pero… ya se sabe que los hijos de cómicos llevan el teatro muy dentro y que las más de las veces se les hace imposible dar un adiós definitivo a los escenarios y al maquillaje.

La obra se resume fácilmente —y lo hago para aquellos que tienen difícil saber de qué trata, pues no se ha repuesto desde entonces y tan solo circula en uno de esos librillos de la colección de teatro Escélicer, el número 660—: Margaret Murphy es una viuda y actriz cuarentona retirada, según ella, por decisión propia, y según la realidad, por falta de popularidad, que atraviesa algunas dificultades económicas. Vive junto a sus tres jóvenes y casaderas hijas Ofelia, Julieta y Desdémona, de veinte, diecinueve y dieciocho años y una criada, Bonnie, quien verdaderamente mantiene a la familia casi prostituyéndose. Margaret invoca a su marido muerto para que le ayude en sus problemas de dinero, coincidente con la llamada telefónica de una antigua conocida, la Señora Barton, que le pide hospedar a su hijo millonario, Nicholas, que va a pasar un tiempo en el pueblo. Margaret, que lo interpreta como una intercesión de su marido muerto, tratará de enseñar a sus hijas los modos y maneras de conquistar a un hombre, con el objetivo de que alguna de ellas logre encandilar al millonario Nicholas.

El agujerito, desde luego, fue algo más osada que Aprobado en castidad, hasta el punto de que así la reseñaba Vila San-Juan ante su estreno en el Teatro Talia de Barcelona:

El tal “agujerito”, si no se pasa de la raya, está en ella y solo la habilidad escénica, la experta picardía y la pimienta más o menos disimulada del autor le frena de caer repetidamente en la desvergüenza y en el mal gusto. De todos modos, justo es reconocer que divierte, sorprende con alguna desfachatez y tiene la hábil comicidad que le salva del resto de la plebeyez de esos tiempos.

Hemos de creer las palabras de Vila San-Juan, cuando otras voces hablan de «una gran actriz rodeada por cuatro muchachas muy guapas y bien desvestidas», y de la que Alfredo Marquerie hablaba en Pueblo diciendo:

Narciso Ibáñez Serrador ha triunfado como actor y como autor. El agujerito es una farsa regocijada, desvergonzada, desenfadada, con mucha fantasía e imaginación… ¡y a reírse tocan!, que falta nos hace.

Los motivos del «pasarse (o no) de la raya» están en las llamadas semidesnudeces, que José de Juanes en Arriba supo llamar por su neologismo strip-teases. Chicho, el mismo que se atrevió a desvestir a las azafatas de aquel Un, dos, tres…, a proponer números picantes —muchas doñas de hoy en cine y televisión, empezaron de señoritas en estos programas del segundo destape español, el televisivo— y realizar un programa como Hablemos de sexo en los 90s, ya subía al escenario en los 70s semidesnudeces del cuerpo —y de la sociedad— con el antecedente erótico de Historia de la frivolidad de 1967. ¿Dónde quedó la censura a la palabra castidad de antes? Ya en esto se perciben cambios, lentos, pero cambios, en la España de entonces. Unos años después los Landa, López Vázquez, Ozores, Pajares y Esteso, de la mano de José Frade, iban a ponerse a desnudar suecas en el cine. Ahora que, las tales semidesnudeces de las actrices en picardías, tipo cabaret más que otra cosa, hicieron perder de vista que en esta obra el juego de luces y sonido, de artificios escénicos cobran relevancia mayor que en Aprobado en castidad y son la antesala de lo que posteriormente será El águila y la niebla —como referí en su momento—.

Ahora bien, parte de la crítica de líneas más dura y menos abierta, atacó esta obra de Chicho, aunque críticas que van más al contenido inmoral de la obra frente al talento de su autor, como escribe Gonzalo Pérez de Olaguer en Yorick:

Sorprendentemente Narciso Ibáñez Serrador —Luis Peñafiel como autor— ha escrito, dirigido e interpretado una de las comedias más flojas, más argumentalmente absurdas, más evasivas y hasta diría más aburridas, que recuerdo. Y digo sorprendentemente porque debo reconocer que fui al teatro esperando cuando menos algo inteligente, comercialmente inteligente por parte de Narciso Ibáñez Serrador, apoyado en su apreciable sentido del espectáculo (…) Dentro de esta viejísima situación, la nadería más tonta campea a sus anchas por el escenario. Ni un destello de originalidad, y sí algunas escenas de pésimo gusto. Triste balance para una obra de la que uno esperaba algo. La más terrible de las vulgaridades —en general el pan de cada día de nuestros escenarios— ocupa durante hora y media el escenario. N.I.S se ciñe a una técnica cómica muy particular y que me parece inoperante, por su escaso relieve. Prefiero omitir el resto de intérpretes. Al parecer el público acude en número suficiente, lo que viene a demostrar el tremendo influjo de la televisión.

Pero vuelvo sobre lo mismo, hay elementos que demuestran conocimiento y manejo más allá de una superficie que muchos apenas lograron arañar. Además de estar destapando la conciencia moral de una España todavía pacata, por ejemplo, Chicho vuelve a echar mano de Shakespeare para El agujerito. Aquí tenemos a una Ofelia, como aquella que persigue a su Hamlet y acaba ahorcándose, a la Julieta que quiere a su Romeo y se envenena, y la Desdémona asesinada por su propio esposo Otelo. He leído en alguna crítica que la obra no se cierra, pues nos quedamos sin que se nos diga a cuál de las hijas elige Nicholas, cuál lo conquista… ahora bien, a sabiendas del pasado dramático que encierran estos nombres, es probable que las tres acaben muertas y sin Nicholas. Quizás, con la forma de la farsa, esté evocando tres tragedias en su fondo y su final. Por otro lado, si recuerdan, líneas atrás dije que habría que echar un vistazo al teatro de Chicho para entender su televisión. Pues bien, tanto en 1985 como en 1993, en su famoso Un, dos, tres, se dedicaron sendos números musicales de las azafatas a Shakespeare y a estos tres personajes femeninos como ecos pendientes de El agujerito.

De una u otra forma, Chicho nunca dejó de hacer teatro, aunque este sea el género más olvidado entre aquellos que recuerdan ahora su memoria. Es cierto que se convirtió en icono de la época dorada de la televisión, mas no empezó ahí su andadura: ya traía bastante camino recorrido junto a sus padres en el mundo del teatro, creando, adaptando y actuando para las viejas tablas del género. No debemos olvidar que además de premios como el Ninfa de Oro, el Ondas, o haber recibido justo antes de su deceso el Goya honorífico, Chicho Ibáñez Serrador recibió uno de los premios teatrales más importantes de nuestro país como es el Premio Lope de Vega en el 2000 por la obra que mencioné al principio —y de la que ya comenté aquíEl águila y la niebla. ¿Por qué ni esta, Premio Lope de Vega, ni las otras dos, El agujerito o Aprobado en castidad se ha repuesto desde entonces? ¿Por qué parece que el teatro es en la biografía de Chicho algo anecdótico y no ocupa el lugar preeminente que debiera al mencionar su formación y el desarrollo de su labor? Confío en que algún día, pronto espero, alguien pueda editar una especie de teatro completo y lleve a escenario, en caso de que existan, tanto las conocidas como las inéditas, en algún ciclo que suponga un homenaje a Narciso Ibáñez Serrador o, por seguir en el juego, a Luis Peñafiel.

Héctor Martínez