«LEHRJAHRE», DE JAIRO COMPOSTELA Y MELANIE KRONE
Hablaré hoy de un poemario-álbum que por amistad me llega desde Colonia (Alemania) de manos de Jairo Compostela. Se trata de un libro escrito en alemán (salvo un poema en español y un verso en inglés), pero sobre el que no me ha importado hacer el esfuerzo de recuperar mis olvidadas clases de este idioma, y el diccionario, más perdido aún por las estanterías de casa. No me ha importado porque me alegra encontrar trabajos, como este Lehrjahre (Libelle Books, 2023) —que quiero traducir por Tiempo de aprendizaje—, que no pretenden el aplauso fácil metiendo ruido, que no buscan la fugaz atención de los ojos distraídos, ni piensan en haber fracasado por no obtenerla. Son libros honestos, saben el camino por el que van, y que en este encontrarán pocos viajeros. Pero lo prefieren así: ese viajero recordará el camino y el encuentro y el libro. No será algo repentino y fugitivo. Será arduo, complicado, y, probablemente, no acabe por remunerarse del todo. Pero será satisfactorio, sobre todo para quienes lo produjeron, dos amigos, cuando en sus manos tienen el resultado artístico de su amistad. Ellos ahora saben que tienen mi atención y mi aplauso.
El título me retrotraía hacia un dicho alemán, «Lehrjahre sind keine Herrenjahre», cuyo sentido general subraya las dificultades de la vida del aprendiz, del joven que empieza, la importancia de su esfuerzo y la modestia en su actitud. Se puede pensar, en efecto, en el estudiante o en aquel que empieza en un trabajo y puede verse abrumado por lo que encuentra, frente a sus compañeros más experimentados; pero la moraleja se puede (y creo que se debe) llevar a un plano más vital, a las edades del hombre, enfrentando a quien empieza a vivir, y aún no sabe, con quien ya ha vivido, y está de vuelta de todo. El joven aprendiz, en cualquier caso, no es el viejo maestro: debe recorrer el camino de uno a otro punto, construirse, formarse, como el protagonista de las bildungsroman. Aprendizaje y vida quedan íntimamente asociados.
A los implicados en este proyecto, por un lado la fotógrafa berlinesa Melanie Krone y por otro el poeta madrileño Jairo Compostela, les une, precisamente el camino de su formación profesional, sus años de aprendizaje. Lo afirma la breve nota introductoria: «Por casualidad, Melanie Krone, de Berlín, y Jairo Compostela, de Madrid, se conocieron en Renania en 2019. Ambos capitalinos, amantes del arte, realizaban entonces prácticas profesionales juntos (ella en un archivo y él en una biblioteca)». Pero, y por esto lo afirmé, el libro no se ciñe al aprendizaje meramente profesional que los convocó uno al lado del otro, sino a la visión artística de la vida que ambos ponen en juego en este mano a mano poético-fotográfico.
El mano a mano tiene una versión exterior (extrartística) y otra interior (artística).
La exterior tiene que ver con los espacios y contextos de cada una de las artes implicadas: el lugar más natural para las artes plásticas es la sala de exposición; el lugar más natural para las artes literarias es el libro. Y así, la historia de Lehrjahre comienza con una exposición en Colonia de la obra de Melanie Krone, quien le propuso a Jairo Compostela escribir poemas para acompañar las fotografías. Posteriormente, lo que había nacido en la sala de exposición continuó sobre el papel: ambos añadieron nuevos materiales y nació el libro. Así, podemos decir que primero la imagen invitó a la palabra a su exposición; y que después la palabra correspondió la invitación de la imagen convocándola a la página. Tras ello, nuevamente imagen y palabra se dieron cita en nuevas exposiciones, la última del 6 de mayo al 7 de junio de este 2023 en Brotfabrik de Bonn Beuel amenizada con un recital de piano en directo interpretado por Leonard Hüster y una charla en torno de la poesía.
La cara interna del mano a mano es el diálogo mismo entre imagen (Melanie) y palabra (Jairo) cualquiera que sea el espacio de encuentro entre ambos. Porque serán distintas artes, pero ambas son arte: ambas, por separado, transitan una misma experiencia, y juntas, como es el caso, suponen un proceso creativo común (Ut pictura poesis). Entiendo, eso sí, (y si no que me corrijan) que la imagen tiene primacía, que la imagen es anterior al verso; dicho en otro giro, que la imagen inicia la comunicación y la palabra es la interpelada a reaccionar. Es lógico si en su gestación fue Melanie Krone quien invitó a Jairo Compostela a enhebrar versos ante sus fotografías. Incluso la exposición derivada se tituló Photoetry, con los lexemas compuestos en el orden mencionado.
Es importante esto a la hora de afrontar el libro: parecerá tontería, pero no es lo mismo leer y luego contemplar, que contemplar y luego leer. No se trata de que el poema ayude a entender la imagen, como la cartela bajo el cuadro en el museo, sino de que el poema es la reacción de Jairo provocada por la estampa que Melanie propone. El ejercicio de atender a la imagen en primer lugar y después contrastar nuestra perspectiva con la plasmación poética resulta más enriquecedor que actuar en dirección contraria; en esa otra dirección, asumiríamos ya la reacción poética ante la imagen, asumiríamos ya una interpretación, una sensación, una visión, una idea (las de Jairo Compostela) antes de haber contemplado si quiera la imagen. Sería más difícil tener la mirada limpia y virgen, perderíamos parte de la experiencia porque nos perderíamos a nosotros mismos por el camino.
Un primer núcleo temático de este diálogo tiene que ver con la homogeneidad geométrica, la falta de riesgo, de diferencia o variación. Así lo muestran imágenes en las que tenemos un campo desolado, poblado de árboles desnudos de hojas, iguales unos a otros y cubierto de nubes grises. Se trata de un paisaje que no sugiere movimiento ni vida, sino estatismo y muerte. El poeta lo asimila al efecto vital de la rutina y, de hecho, titula su texto «Routine» en el que lo cotidiano, la inercia, va colonizando la vida con el pasar del tiempo como un monstruo monótono, gris, como una fuerza limitante que poco a poco devora el impulso libre de la persona, que encarcela el ímpetu joven, y lo hace sin ser percibido: «¿Dónde están ahora tus sueños, / tus ideales ingenuos, / tu justa revolución?», impreca el poeta ante esa visión uniforme, falta de vida, muerta al fin. No es tanto el simple pasar del tiempo como qué hacemos mientras el tiempo pasa. Tiene el poema un tono elegíaco, cercano al ubi sunt? frente al tono apremiante y solemne del carpe diem: aquí ya ha pasado la oportunidad de aprovechar el momento, y solo queda el paraje yermo e infecundo de la imagen.
En esta línea, otras fotografías reflejan, por ejemplo, arquitecturas geométricas homogéneas de ángulos rectos y aristas, cubos y ventanas rectangulares indiferenciadas, serializadas; quizás se trate de una facultad o una residencia universitaria, si nos dejamos llevar por los versos de Jairo. La imagen sugiere al poeta las celdas de un «Panal» (Honigwaben) de laboriosas y diligentes abejas estudiantiles —con lo que tenemos eco de esos Lehrjahre— que trasladan el polen del conocimiento en un difícil equilibrio de convivencia y diversión. «Las abejas están ocupadas volando desde el piso compartido hasta el campus / (…) / Regresan por la tarde con nuevos conocimientos en las antenas». Pero, al mismo tiempo, describe el poeta cómo tienen que redactar los trabajos para una fecha, presentar una exposición, aprobar un examen a la vez que limpian, cocinan, sacan la basura, beben y se relacionan. Son las distintas facetas de la vida universitaria que los estudiantes tratan de conjugar, y no parece que con resultados académicos excelentes, pues se nos habla de «examen suspenso» o de que alguno fue reconvenido porque «Wikipedia no es una fuente citable». Un verso genera una cuenta atrás del paso del tiempo académico y el encuentro amoroso: «Cuarto semestre. Tercer intento. Segundo affaire. Primera relación».
De factura geométrica similar es el muro de salientes triangulares en un juego de luces y sombras, que al poeta le sugiere la «Horizontalidad» (Waagerecht) dado que ningún saliente sobresale más que otro en un muro que se extiende horizontalmente y se prolonga más allá de la toma. En pareados, la idea sugerida se evidencia: «A las masas / hay que adaptarse» evocando nuevamente la homogeneidad de las cosas. Los versos encierran el uso de un mismo verbo prefijado de manera diferente (anpassen < adaptarse; aufpassen < prestar atención; verpassen < perderse) para terminar el poema sin prefijo ninguno (passen < encajar, adecuarse): «Me temo que debo encajar».
Una cuarta imagen que al respecto quiero destacar de Melanie Krone expone la parte superior de un tobogán apoyado en un muro, tras el que se oculta su recorrido. No obstante, el otro lado del muro es un campo agreste. Junto al tobogán, una cerveza. Las evocaciones a la infancia y su aprendizaje, las tentaciones, la naturaleza, el juego y el riesgo saltan a la vista. Quizá por ello el poeta ensaya una exhortación, «Dejadnos» (Lass uns), contra todo el universo contrario a esa evocación: exige permitir que uno experimente e incluso se haga daño y reclama «dejadnos que juguemos / sin límites». Es, a mí parecer, un canto a la libertad frente a la sociedad ordenada, homogénea, limitante, cárcel de seguridad, que coarta al espíritu que se sale de la norma y que arriesga lanzándose a la naturaleza. En definitiva, hacer algo distinto al crecer frente a lo de siempre, lo rutinario.
La última imagen en que reparo sobre esto pertenece a las páginas finales del libro. Una gran bola de discoteca pende sorprendentemente de la fachada de un viejo edificio. El contraste entre la bola que, aunque antigua, sugiere también la fiesta, y la fachada ajada del edificio, alude el paso del tiempo. Así parece también querer reflejarlo el poeta al imaginar la escena de una quedada en la que alguien llega tarde, y mientras quien espera y está comprando (¿bebida quizás?) mantiene un diálogo habitual (rutinaria, podría decir) con el vendedor («¿Desea bolsa por diez céntimos?»; «¿En efectivo o con tarjeta?») a la vez que dialoga consigo en su fuero interno. Intuimos que esta voz no es la voz de un joven sino de alguien que parece no asumir la edad: a la vez que sufre de lumbalgia y exige puntualidad proclama YOLO (silgas de You only live once) en la jerga juvenil alemana, aunque se consuela con que al día siguiente no tiene obligaciones. Curioso que es uno en las cosas de la lengua, me entero de que YOLO fue elegida la palabra de jerga juvenil de 2012 por Langenscheidt-Verlag, guardando una total relación con los tópicos literarios del carpe diem y el memento mori. Romper con el cliché, con las convenciones, negarse a asumir que el tiempo pasa, rebelarse (quizá inútilmente) y ansiar el disfrute del momento, es de nuevo romper con la homogeneidad y el comportamiento esperado.
Otros diálogos entre imagen y palabra no resultan tan coincidentes. Por ejemplo, la imagen paisajista de barcas amarradas en un lago, cuyas aguas y márgenes se extienden hacia el fondo (punto de fuga), enmarcada por las ramas y la hierba en el primer plano, puede traer un sinnúmero de sugerencias poéticas a la mente, e incluso referencias literarias románticas, modernistas etc. En los versos de Jairo Compostela damos con una imagen literariamente clásica a través de la asociación barca-lago: el barquero Caronte que cruza en el Hades las almas de una margen a otra del Aqueronte previo pago de un óbolo (y así titula a propósito el poema). Con sentido del humor, el poeta asimila ese pago del óbolo por los muertos con la moneda de euro que hoy sirve para los casilleros donde guardar los objetos personales mientras uno accede a la piscina cubierta.
Sucede lo mismo con la imagen de Melanie Krone en la que una enorme torre se levanta hacia los cielos cubiertos, saliendo del plano, y corta perpendicular a una azotea donde ocho aves (palomas) están posadas. Acostumbrado yo a ver en las imágenes primeramente la composición, en este caso me llamaba la atención el sencillo equilibrio de las estructuras dando lugar a una imagen muy estable en cruz; en segundo lugar, el tamaño de las construcciones frente al motivo de las palomas, mucho más pequeñas y casi sombras de sí mismas. Que la torre se alce a los cielos, en un contrapicado, y salga de plano, me resulta muy sugerente. Probablemente la asociación ascendente de cielos, cruz y paloma habría sido mi opción, pecando de simplón. Jairo, en cambio, teje su texto desde una interpretación descendente: las palomas son espectadoras desde la altura de la vida humana que se desarrolla bajo ellas, y juzgan a los hombres en una inversión fabulesca con el estribillo «Extraños animales, dicen las palomas». La personificación del ave permite al poeta posicionarnos en su perspectiva, alejarnos del ser humano, y reflexionar sobre el objeto de juicio: «Dan pena, ¿verdad? / Cada año más ruidosos, más acelerados, / más soeces, más idiotas (…) Son más tontos que el pan / que nos tiran». No perdamos de vista que las palomas, al menos las urbanas, no son vistas como animales inteligentes, muchas caminan con alguna de sus patas mutilada, ni mucho menos se las ve como animales limpios (ratas con alas o ratas voladoras se las llama habitualmente). Esto se da la vuelta en los versos de Jairo, pues los que cojean, apestan y son estúpidos son los seres humanos.
El tono fabulesco está presente en otro poema, el único en español de todo el libro, y que acompaña a la silueta de una ardilla en un tejado (Eichhörnchen) captada por el objetivo de Melanie Krone. Se trata de un poema en que aparece el Jairo poeta español que he retratado en otras ocasiones, gustoso de explorar como aquellos finiseculares modernistas otros metros en las estructuras clásicas. Y aquí reaparece, sí, con eneasílabos en redondillas (o cuartetos, como se prefiera) con su rima consonante abrazada muy marcada. La fábula moral, como género didáctico, fue también de preferencia modernista. En este caso es la historia de una ardilla que se encuentra con una castaña enorme y decide llevársela y, para ponerla a buen recaudo, la entierra; su problema es que luego no recuerda dónde la enterró «pues su cerebro es pequeñito». No obstante, aunque ella se quedara sin la castaña, su olvido propició el nacimiento de un nuevo castaño. Su moraleja: «equivocarse no hace daño / a veces hasta es de provecho», pues, obviamente, ahora habrá más castañas para todos.
Aprovecho aquí para subrayar la fuerte presencia que en estos poemas Jairo le otorga al mundo animal (palomas, ardillas, abejas, avispas). Uno más quedaría por mencionar: el caballo. Lo vemos aparecer junto a la fotografía de Melanie Krone que representa a un caballo y su jockey en una carrera en el hipódromo. La imagen capta la velocidad del movimiento en primer plano, apareciendo por nuestra derecha, frente a la inmovilidad del fondo. El poema a su lado nos va a dividir en dos planos: por un lado, la palabra de título (Steckenpferd) nos traslada al caballito de juguete, y por tanto a la infancia, de algún modo a esos años de aprendizaje; por otro, la descripción de fuerza y poderío del animal nos lleva al caballo real de la imagen. Por tanto, hemos de situarnos en la imaginación infantil que recrea en su fantasía un caballo de verdad con el que ganar una carrera. En ambos casos, tanto en la fantasía como en la realidad se da que: «lo capital es ser primero, sin importar qué o dónde», tal y como cierra el último verso.
La nota modernista de nuestro poeta salta a la vista desde el momento en que topamos con algunos de los símbolos predilectos del movimiento, como al caso son las estaciones del año. Dos poemas ligados entre sí, «Winter» (invierno) y «Sommer» (verano), hasta el punto de que podrían constituir un mismo poema en dos partes, tratan esta simbología. Se asocian a las fotografías paisajistas de Krone, un bosque nevado inmerso en la niebla y el frío, por un lado, y lago azul entre montañas brillando sus aguas a los cálidos rayos del sol que atraviesan claros entre las nubes, por otro. En esencia, ambas estaciones son descritas del mismo modo: tanto el verano como el invierno tienen «la capacidad de borrar nuestros recuerdos» y ambos nos demuestran que «después de todo, la vida es bella». Así abre y así cierra los dos poemas. La diferencia está en los versos centrales, en la transición de uno a otro. El invierno es «el tiempo que pesa en el estómago», cuando «la desgana golpea a menudo», que dará paso al verano con «su ligereza de equipaje», metáfora de la despreocupación estival, del descanso de obligaciones y agobios vitales, siendo el verano la época en que los equipajes físicos se llenan. El verano es la época en que «la banalidad se incrementa» y en la que emergen las avispas que el invierno oculta y al que de nuevo seguirá el invierno, cuyo equipaje brinda seguridad y protección (Geborgenheit). La diferencia es, por tanto, la actitud vital nuestra, no las estaciones mismas que actúan como símbolos en estos versos.
Resalta en el libro el tema de los movimientos migratorios. Aquí debo recordar que el último poemario de Jairo Compostela, que tuve el placer de prologar y presentar en su tierra natal, tiene por eje temático precisamente la emigración. Sonetos de un emigrante (2018) lleva por título y constituye un ejercicio sobre su propia experiencia migratoria de España a Alemania. En Lehrjahre reaparece el tema en varios de los poemas a partir de las fotografías de Krone, quizás aún con el poso de la experiencia personal de Jairo, pero diría que más objetivado a la emigración misma. Ante un paisaje desértico, desolado, aparentemente sin ningún tipo de vida animal, vegetal ni humana, un paraje yermo, Jairo Compostela evoca la desposesión reiterada en distintos versos («no llevo nada conmigo»; «lo perdí todo»; «Nada tengo que perder»). Lo perdido hasta quedar en nada es enumerado y desglosado: tanto rasgos internos del ser humano (vergüenza, culpa, fuerza, remordimiento, dignidad, paciencia, sentido y cordura) como necesidades físicas vitales («la sed y el hambre me llamaron / y tuve que seguirlos»). El dibujo de los versos es el de un ser humano hambriento y sediento que ha perdido todos los atributos hasta quedar anulado, varado en la nada, hasta que su propia vida carezca absolutamente de valor. Su dos versos finales parecen sugerir al inmigrante desposeído que lo perdió todo y que arriesga la vida, precisamente, porque no tiene nada que perder. Lo que resalta tanto en la imagen inhóspita de Melanie Krone como en los versos de Jairo Compostela es la ausencia de humanidad.
El poema del que acabo de hablar se rotula «Boza, boza!». En un inicio ignoraba el sentido de tal expresión, y despertó, como es habitual, mi instinto navegador por Internet hasta hallar respuesta. Descubrí que mi interpretación del poema no estaba tan desencaminada cuando supe que boza, boza! es un grito ligado a la inmigración-emigración, una expresión de júbilo que los inmigrantes provenientes del continente africano suelen lanzar al aire cuando logran pasar la frontera con Europa. Me queda la duda de si el paisaje que retrata Melanie Krone es norteafricano y tenía la misma intención o si la relación que establece Jairo es más subjetiva.
El mismo tema surge a partir de la fotografía de la ajada fachada de una casa. El poeta observa que, lo mismo que uno en su propia casa no ha de explicar de dónde viene, cuál es su origen, metafóricamente ha de ser igual para el inmigrante que llega a otro país que será su casa. «Vengo de una casa / donde nunca tuve que explicar / de dónde vengo, como tú. / Pero tuve que marcharme».
Similar es el poema que teje Jairo Compostela a partir de la sugestiva fotografía de Melanie Krone que pone ante nosotros una especie de cementerio de buzones abandonados. En este caso no está estrictamente focalizado en la inmigración pero sí gira en torno a la idea de la mudanza y dejar atrás el lugar en el que uno ha vivido. Los buzones, con su pegatina indicando el nombre de los moradores, son una señal metafórica de una vida que se desarrolla en esa dirección específica. Por ello el poema empieza diciendo «con cada mudanza, muere una dirección / que estaba ligada a nuestro ser», y ligada, de hecho, a nuestro nombre, lo que denota una gran poso existencialista (y aquí, a raíz del uso de la palabra Dasein, podría ya desarrollar todo un discurso en torno al habitar y al ser en Heidegger, pero me abstendré). En una sola pegatina y la reciprocidad entre nombre de morador y nombre de la calle, sucedía la unicidad de la vida irrepetible e intransferible. Es todo uno el habitante y el espacio que habita, ligados sustantivamente. Pero al abandonar el lugar, las direcciones de nuestro vivir en un momento dado, «las abandonamos, sin piedad, / en el olvido de las cosas / que no merece la pena mencionar». Sigue en estos versos el tema del migrante en tanto que aparece la palabra Stempel (sello) que puede evocar tanto el sello postal como también el sello de entrada y salida del pasaporte. No deja de ser curioso que en el anterior poema mencionado, la pregunta por el origen «¿de dónde vienes? / es una pregunta que me cansa», y en cambio en este otro cambia la perspectiva cuando se legitima la pregunta por el destino: «Me pregunto adónde van / y no tengo la menor idea».
Ese destino puede ser, por ejemplo, Berlín. Encuadra Melanie Krone la gran bola del fuste del Fernsehturm berlinés con la ventana apuntada de un muro enladrillado. Ver uno de los iconos de la capital alemana, obviamente, convoca una visión de conjunto de la ciudad y la impresión que produjo en el poeta. París, Roma y Londres, pomposidad, ruinas y brillantez, son comparadas con el Berlín del caos, el sinsentido, el rechazo a la tradición… el Berlín paradójico de «una fealdad atractiva» (eine attraktive Hässlichkeit) al que «de alguna manera no quiero volver / pero adonde me gustaría regresar». El poema trata a un mismo tiempo el locus amoenus y el locus horridus como tópicos coincidentes: el lugar horrible como único lugar agradable que impulsa tanto a no querer volver como a desear regresar a él. En este sentido, Berlín es contemplada como la ciudad capitalina que provoca la ambivalencia de sentimientos de rechazo y fascinación a partes iguales. Así se da razón del título Schön hier (lugar agradable).
Vemos en una siguiente fotografía, con carga dramática por el contraste, la escultura de bronce de un corazón erigida en el Hospital Universitario de Colonia, ejecutada por el expaciente del centro, Peter Stanek, en 2010. Y el corazón, no ya como órgano sino como símbolo, es recreado por Jairo Compostela en un breve poema epigramático en dos partes: en la primera se nos presenta a alguien que en vida fue odiado, considerado un sinvergüenza (die Sau) por hablar demasiado, ser un bocazas (literalmente großes Maul, por tener una gran boca); en la segunda, tras su muerte, todos los que antes lo insultaron y odiaron, «no sin razón», reconocieron de improviso que tenía un gran corazón (großes Herz). Se trata de la sátira a un comportamiento muy habitual en el ser humano: alabar al muerto que en vida se despreció —con o sin razón—, siguiendo el tópico de mortuis nihil nisi bonum (de los muertos nada más que lo bueno) —algo que, por cierto, hoy se respeta poco e, incluso, se invierte, atacando al muerto más cuando muere de lo que se le atacó en vida—. Irónicamente leemos titular el poema como «Reset» (reinicio), no tanto del muerto antes odiado y después venerado, sino de los mismos que odiándolo, después hipócritamente lo ensalzaron.
El ser humano también se ha pasado la vida construyendo grandes castillos, fortalezas, altos muros, que protegen de alguna manera del enemigo, y que el poeta recrea partiendo de la imagen en contrapicado y ángulo aberrante de un inmenso torreón. El torreón, obviamente, sugiere el castillo; es el ángulo de la toma, que sugiere la inestabilidad, la que nos hace pensar en un castillo que puede caer fácilmente. Si a ello añadimos que el plano contrapicado coloca al torreón visto hacia el cielo y se nos sustrae su cimiento, tenemos enseguida la perspectiva que adopta el poeta sobre la colosal fortaleza como el «castillo de arena» (Sandburgen) que puede «caer con solo pisarlo», por grande que sea. Los últimos versos codifican el tema pacifista del poema: «Más frágil que la paz / es aquello que parece enorme»; o dicho en otro giro, la paz es la auténtica fortaleza, el castillo que no es de arena porque denota lo innecesario del muro, del castillo, de la fortaleza mismos.
También en torno a la naturaleza humana y la paz pivota el último poema del libro a partir de la evocación fotográfica de un conjunto de conchas de moluscos. Un canto pacifista frente a los parapetos que, como los exoesqueletos de estos invertebrados, sirven de caparazón y protección contra la realidad que no se quiere ver. El poema circular inicia como termina, con su tesis: «el hombre es hombre / la guerra es guerra / el asesinato es asesinato», tres enunciados paralelísticos y tautológicos, en cuyo pleonasmo se refuerza el sentido. Los versos centrales desarrollan en clausulas bimembres disyuntivas basadas en la oposición antónima que representan esos caparazones (norte-sur; género-religión; blanco-negro; lejos-cerca; pequeño-grande) con los que se justifican guerra y asesinato de hombres a manos de hombres. Por otro lado, la pila de conchas también metaforiza una fosa común, como los huesos humanos atestiguan ante guerras y genocidios.
Al escribir los poemas de Lehrjahre, Jairo Compostela no está lejos de aquel inicial El nenúfar de las ninfas (2013) en tanto que el tiempo de aprender es un tiempo de cambio y transformación, de metamorfosis, concepto clave hasta ahora sus versos. La misma metamorfosis que encontrábamos en aquellos Sonetos de un emigrante (2018), subtitulado Papeles de Colonia, esto es, la transformación interna del que emigra-inmigra, del que viaja y abandona un lugar por otro en el que se asienta, y que implica un proceso interno de adaptación e integración a los cambios, la crisis de identidad en el nuevo espacio habitado, el choque de tradiciones, cultura, idioma y costumbres. Y esto que ya aflora en aquel libro, es algo que en este nuevo poemario fotográfico vuelve a ser apuntado desde otras perspectivas. He echado en falta información sobre las fotografías de Melanie Krone, contexto de su realización, quizás ofrecida en las exposiciones, pues solo contamos con la imagen sin más. No obstante, pienso que puede haber sido a propósito ofrecer exclusivamente la estampa para incentivar la sugestión en el público y el contraste con el poema que la acompaña, tal y como empecé comentando.
Dank je wel Melanie und Jairo. Tot de volgende keer!
Héctor Martínez
Bildungfenster
Episodio 28: Un viaje lírico desde Madrid a Bonn Beuel
Entrevista sobre el libro «Tiempo de aprendizaje» de Jairo Compostela y Melanie Krone Después de que Jairo ya haya publicado dos volúmenes de poesía en su lengua materna, el español, ahora escribe textos para las imágenes de la fotógrafa Melanie Krone. ¿Cómo encontró el propio Jairo la poesía? ¿Por qué decidió irse de Madrid a Bonn? ¿Y por qué se siente tan cómodo en Bonn Beuel?
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