AMAZON, COVID Y EL DOCTOR CALLEJA

En Amazon hay una estafa de iPhones 6s de arcilla misterio… | Flickr

En la tournée de periódicos nacionales de hoy, y no me pregunten por qué insisto en perder mi tiempo, me encontraba con la siguiente noticia en El Confidencial: al doctor Manuel Calleja no le habían dejado publicar su libro en KDP. Conjeturé enseguida que el libro tuviese que ver con el coronavirus, y ¡diana!, el libro, literalmente, se titula La pandemia de Covid-19 en España. La gestión del Gobierno. El doctor, que no tiene abuela, montado a lomos de la cólera, denunció censura y aseguró que «prejuzgan que tú no sabes y estás diciendo tonterías sobre el virus, es una cosa increíble». No reparó en dos elementos imprescindibles en toda esta historia: uno, que el correo electrónico en el que le comunicaban que no publicaban su libro es un correo generado automáticamente; dos, que en Seattle no tienen ni repajolera idea de quién es o lo que sabe el doctor Calleja.

Por el primer elemento, es obvio que en Amazon han intentado poner puertas al campo con una censura preventiva, aunque no por las razones conspiranoides que el doctor Calleja o muchos otros puedan creer. El volumen de títulos sobre la pandemia, libros de gurús de todo tipo de terapias alternativas y aprovechados que solo hicieron copypaste de la prensa sin añadir un átomo de información, interpretación u opinión de su parte ha sido tal, y la falta de personal ha alcanzado tales cotas, que Amazon ha puesto un cortafuegos preventivo automático sobre todo el campo semántico que refiere al coronavirus directa o indirectamente. Pongamos algo de lógica empresarial: KDP y Amazon son responsables de lo que publican como sello editorial de autoedición en una situación de alarma internacional sanitaria por pandemia. Lo último que quieren es un chaparrón de demandas porque el doctorcillo de turno alternativo ha propuesto un remedio milagroso para superar la CoVID-19 sin problemas, o para no contagiar o vaya usted a saber qué otra loca idea, y venda a troche y moche su libro a un montón de (calificativo que el lector desee) que siguen sus consejos y terminan incluso peor.

Esto nos lleva al segundo elemento. En efecto, en Seattle, por muy importante que uno se crea, no saben si el doctor Calleja lleva la palabra doctor al comienzo porque se la ha puesto él o porque hay una práctica médica homologada detrás. No, no saben quién es usted, doctor, no lo saben por mucho que esto pueda sorprenderlo. Así que le aplican los mismos filtros automáticos que nos han aplicado a todos. Mismo contenido, mismo rasero.

Sí, yo también me encontré en esa circunstancia. Solo que, en mi caso, yo lo sabía antes de lanzarme a publicar, porque soy diligente y busco primero conocer cómo está el percal respecto de tal o cual tema, qué títulos existen, qué precios se manejan… un mero estudio de mercado, muy sencillote para un tipo como yo. Y una de las cosas que me encontré fueron quejas de autores sobre que los libros acerca de CoVID tenían muy severas limitaciones de publicación. Muchos de ellos mostraban el mail, igualito al del doctor Calleja y al que yo iba a recibir en una semana. Ahondé algo más, y descubrí que, sobre todo, eran libros de medicina los que mayores impedimentos encontraban. También vi que, aun así, había un notable número de libros que trataban sobre el coronavirus, incluso dirigidos a niños, o que estaba el siempre perenne Slavoj Zizek, con un fast-book,asunto que me interesó sobremanera, porque mi libro trataba de la gestión del gobierno español, sí, pero también y fundamentalmente del coronavirus y la filosofía. El libro de Zizek se vendía en todos los catálogos de librerías, incluido Amazon, aun cuando hacía clara referencia con Pandemic y CoVID-19 en su portada a la crisis sanitaria. Así pues, reconocido el terreno, fui con todo, titulando mi libro La Pandemia y el Pandemonio. Crónica del coronavirus en España y la filosofía, convencido de que no pasaría el primer filtro automático de KDP, y seguro de que recibiría el correo electrónico de bloqueo preventivo de mi libro. Tardó algo más de la cuenta, pero así fue como ocurrió. Lo detallé en Facebook. Me lo tomé como una rutina, algo por completo esperable.

Era necesaria una interlocución directa con una persona para que el caso fuese evaluado de forma concreta e individualizada. No puedo pretender que una máquina deje pasar mi libro por ser yo quien soy, bondad infinita, una vez que ya me ha dicho que no según su programa. Y no voy a jugar a ver quién es más terco o quién cortocircuita antes. De este modo, di el segundo paso: escribí un mail detallando las circunstancias y, sobre todo, mostrando que era consciente de la situación, de las políticas de publicación y los problemas que atravesaban a la hora de gestionar, para razonar, al final, que mi libro no suponía ninguna amenaza sanitaria porque no entraba en el terreno médico, sino que trataba de una crítica y análisis sociopolítico y filosófico. Añadí que no veía el problema de las referencias en la portada al coronavirus y la pandemia cuando exactamente igual lo refería Zizek en su libro, entre otros, el cual, si bien no editado por KDP, sí era vendido en la tienda de Amazon —sí, lo reconozco, estaba un poco subidito al poner mi nombre junto al de Zizek de forma tan tangencial—. Al día siguiente obtuve la confirmación de que mi libro estaría disponible en tienda.

No, no tenía que ver con que se criticara al gobierno de España o uno fuese el poseedor de la verdad única sobre la pandemia aquí y en Pernambuco. En Seattle creo que esto les da lo mismo. Como me temí desde el principio, se trataba de un filtro preventivo, porque de pronto somos muchos los que queremos dar nuestro punto de vista a lo grande desde los ámbitos más dispares, y Amazon, aun siendo un gigante, no da para tanto. Cuenta el mismo artículo en el que leía lo del doctor Calleja, que en EEUU, otro autor, Alex Berenson, pasaba por lo mismo y Elon Musk ponía el grito en el cielo —que hoy supone poner un tweet muy enfadado— e incluso explica lo que yo pude descubrir por mí propia mano: «para Amazon esto se ha convertido en un quebradero de cabeza. A principios de marzo Wired publicó que la parte editorial del gigante se vio obligado a apagar muchos fuegos en su área de auto-edición para Kindle. Libros como Todo sobre las mascarillas y el coronavirus estaban entre los más vendidos pese a que las críticas lo pisoteaban como un conglomerado de información engañosa y lo peor: fácilmente accesible en una búsqueda de Google» y continúa «Otros volúmenes eran más cuestionables aún e incluían teorías conspiratorias sobre si el coronavirus era en realidad un arma biológica creada por China o incluso un artefacto de Satán. En aquel momento, Amazon se defendió diciendo que estaba ofreciendo al público distintos puntos de vista, pero en algún momento tomó la decisión de prohibir cualquier libro auto-editado que tuviera que ver con el tema». Probablemente, el momento en que el departamento legal dio la voz de alarma sobre la boca del lobo en que se encontraban. Ahora bien, no existe una prohibición, yo he publicado mi libro.

La solución por la que ha optado Amazon es, me parece a mí, un sistema de doble filtro: automático y humano. Evitar que se publique cualquier cosa y se estafe a los lectores a la vez que supervisa cada libro individualmente para protegerse como editora. Al fin y al cabo actúa como casa editorial e, igual que las editoriales te dicen que no a ti y a tu libro setenta veces siete —más veces incluso de lo que lo ha hecho Amazon en esta ocasión—, puede decidir si publica algo o más bien nada. Claro, los autores nos pillamos el berrinche cuando nos dicen que no, más que cuando te lo decía tu madre para cualquier caprichito infantil. Y más si crees que en Amazon te van a poner la alfombra roja para todo by the face. No es una ONG literaria que recoge a los autores desamparados: ya sabemos que Amazon es una fábrica de dinero, como toda empresa —y además con su propia leyenda negra, como no podía ser de otro modo—.

¿Es la mejor solución? Personalmente, no me gustan las censuras, ni definitivas ni preventivas. Soy contrario al paternalismo que ha inundado absolutamente todos los órdenes de la vida, un paternalismo por el que antes de que podamos juzgar por nosotros mismos como individuos adultos con uso libre de razón, ya hay un algoritmo o una autoridad o un verificador o un lobby o una ley que te previene de peligros, amenazas y riesgos, que ya ha juzgado por ti y te ha protegido como padres histéricos con sus hijos, y te marca el camino de baldosas amarillas por el que transitar, el discurso que sostener, el libro que leer, la noticia que creer, el eslogan que repetir y las fuentes de que fiarte. Por mi parte, que cada cual publique lo que crea oportuno y cada cual compre, lea y se crea lo que considere. El problema no es que haya un Mein Kampf del coronavirus a la venta, sino que existan débiles mentales incapaces de leer un libro con la suficiente capacidad crítica. La cuestión no es que exista un Mein Kampf con poderes mágicos de volver malignos a los lectores, sino que no existen lectores en el sentido pleno de la palabra.

Ahora bien, no sería justo por mi parte creer que la cosa es tan fácil como hacer el bien y evitar el mal. Además que tal bien y tal mal no están muy claros, y lo que, sin embargo, sí está claro es el volumen de demandas porque un nutrido grupo de… descerebrados (esta vez pongo el adjetivo), decidieron hacer caso a un “doctor” que decía en su libro que te proteges contra el coronavirus haciendo vahos en un baño cerrado con una mezcla de amoniaco y lejía —es un ejemplo exagerado de ALGO QUE NO HAY QUE HACER, DESCEREBRADOS—. Yo, en ese caso, no soy el editor y no sé a lo que me expongo en este mundo judicializado para proteger a tanto bobo. Viéndolas venir y sabiendo el terreno que piso, me conformo con haber sabido gestionar, con bastante facilidad, la publicación de mi libro, en lugar de creer que yo lo valgo y gritar por Twitter que soy un genio incomprendido al que le han censurado los fascistas.

El artículo de El Confidencial concluye que el caso del doctor Calleja delata que el sistema de Amazon es arbitrario —a mí no me lo parece, paran todos los libros al respecto del mismo tema que es el candente— y que debes quitar las referencias o no escribir sobre el tema —lo cual es mentira, yo no las he quitado, sigue el título tal cual y el libro con todas sus comas y puntos—. Más bien, me parece a mí, que lo que se evidencia es que si alguien debe tomar medidas completamente estúpidas es porque el entorno es completamente estúpido.

Héctor Martínez

*El libro del doctor Manuel Calleja se encuentra actualmente a libre disposición de los lectores en formato PDF.

Actualmente, el archivo PDF que el doctor Manuel Calleja decidió compartir, no se encuentra ya disponible. Imagino que se debe a que hoy día sí está publicado por Samarcanda, con el título No se podía saber y disponible aquí.

3 comentarios

  1. Retratoliterario · agosto 18, 2020

    Estimado doctor Calleja:
    Agradecerle, de primeras, que se haya tomado tiempo en leer mi artículo. En segundo lugar, lamentablemente, creo que algo se le ha escapado: no necesito su título, yo no dudo en ningún momento de su preparación, fíjese que incluso en el título le antepongo «doctor» y así también en el texto (¿de verdad soy yo el que no tiene abuela? Yo no necesito demostrar nada a nadie con títulos y demás para que me reconozcan 😋). Lo que sí digo en el artículo es que en Seattle no saben si usted es doctor o no (que hay mucho loco), y que además les da igual. Observe de igual modo que al final del artículo enlazo a su libro (que usted generosamente colgó, y que también le agradezco). Si dudase de su preparación no lo habría hecho, claro está. Le agradezco, eso sí, que me diera pie con su caso a contar lo que sucedía en Amazon, y cómo afronté yo esa experiencia además de dar mi opinión sobre el paternalismo de nuestras sociedades.
    Con mis mejores deseos.

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  2. Manuel Calleja · agosto 18, 2020

    Sr. Martinez, a tenor del rollo que se ha marcado, el que parece no tener abuela es Usted. Jajajaja! Lamento no poder mandarle mi título de médico por este medio.
    Saludos,
    Dr. Manuel Calleja

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  3. Alfredo Fuchs · junio 12, 2020

    Ultimamente tengo a bien prejuzgar a la gente que comete actos incoherentes – o directamente estúpidos- bajo dos lentes posibles. O es un estúpido, o es un hipócrita con estrategia. Y cada vez más uso estas últimas gafas en lugar de las primeras. La navaja de Hanlon queda guardada en el cajón, frente a una época posmoderna en la que la hipocresía es moneda de cambio oficial.

    Resultado de la indignación, del rasgado de vestiduras, y el apretar de los dientes del doctor Calleja? Publicidad gratis en uno o más diarios. Tanto que te ha llegado a ti (que estás más próximo a conocerlo sin necesidad de argucias por parte del autor) y por tu medio, a mi.

    Resultado para el periódico? Un motivo más para la indignación frente una una idea preestablecida con respecto a la censura y bla bla.

    Todos ganan, excepto los escritores que no se valen de argucias (sean o no valiosos). Y de los medios de comunicación de masas, poblados cada vez más de gritos indignados que hacen que sea más difícil oír a los que susurran ideas interesantes.

    Independientemente, buen artículo, caballero.

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