TRAS LA SOMBRA DE «MISSIELL»

Los seres humanos tenemos muchas caras. Es una verdad como un templo. Pero, ¿hasta qué punto son caras y no distintos seres? ¿Hasta qué punto nuestra identidad es conscientemente solida? Podemos ser quienes somos y, además, podemos ser alguien más, sombras, proyecciones, el Otro. Missiell, sombras muy por debajo de su piel (2013), novela de Miguel E. Valdivia, explora este tópico literario a través de un psico-thriller sexual, que aúna la intriga y suspense con la novela de tesis y el drama.

Una hermosa muchacha, cuyo cuerpo es descrito página tras página como la fuente de una tentación carnal inevitable, vive reprimida dentro de lo que llamaríamos familia desestructurada: madre ausente, padre alcohólico, hermana inválida y hermano pequeño que aún no puede valerse por sí mismo. La vida familiar se ve truncada en una decadencia económica que destruye todos sus lazos. Missiell, la protagonista, se echa a las espaldas un pasado perdido y un presente deplorable, haciéndose cargo de sus hermanos y la supervivencia de cuanto les queda. Su novio, en quien deposita una fe inquebrantable, la engaña, lo que es descubierto al mismo tiempo que le comunican la muerte de la madre desaparecida. Un conflicto se desata devastadoramente en su interior, a partir del cual la identidad, el sentido de la existencia, la fe, la ciencia y la teosofía se verán enfrentados en un campo de batalla singular: un hospicio mental católico.

La novela se constituye como una guerra entre los extremos de las inhibiciones sexuales y la represión moral. Ambos polos ofrecen una galería de personajes deformados y grotescos moralmente, con especial hincapié en el lado religioso: monjas, curas y cardenales hundidos en sus depravaciones y totalmente desviados de sus principios, los cuales son puestos en entredicho una y otra vez a lo largo de la novela. Missiell y su provocativa figura son fuente que despierta sus lascivias irrefrenables. Por su lado, Missiell exhibe disociaciones, entre ellas, Amanda, descreída tras los duros varapalos de la vida y que hace del cuerpo de Missiell una herramienta, un medio, para sus propios fines hedonistas y el placer de la dominación sexual. Es el contrapunto a la falsedad religiosa, tan conocedora de la doctrina como la misma curia del hospicio, capaz de rebatir cada dogma y cada cita de autoridad. Otra de las disociaciones, Adrianita, una niña pequeña en el cuerpo desarrollado de Missiell, ofrece una perversión aún mayor para las sotanas.

Desde este punto de vista, como se ha reseñado, es comparable a la distorsión social de un Marqués de Sade o los cuentos del Decamerón de Boccaccio, aunque me decantaría más por acercar el texto a la perspectiva más moderna de un Schnitzler, cuya obra dramática contempla, precisamente, la crítica de la convención social desde el escándalo moral a través de dos tipos característicos de mujeres, la ingenua y modosa frente a la mundana y descocada.

Ahora bien, al contrario de lo que cabría sospechar, el componente erótico-sexual es aledaño y contexto, no el motivo principal. Su aparición es impactante para el lector, golpes que recibe mientras sigue el argumento esencial, por medio de los cuales cada personaje cae a un lado de la baraja: o es amado o es odiado, sin término medio ni zona neutral. No hay refugio para el juicio implacable de la novela.

El caso de la Madre Superiora y directora del hospicio, tía de Missiell, es especial. De su poco disimulado materialismo deviene su deformidad; por la necesidad de dinero y fondos para proseguir una vida acomodada vende a sabiendas a su sobrina Missiell a la satisfacción del cardenal. Acaparar bienes, el apego a la riqueza y la ambición son en gran parte sus cadenas.

El espíritu cristiano no se refleja en las altas capas, como vemos, sino, acaso en una jovencita recién ordenada, que será la cuidadora inseparable de Missiell.

Del mismo modo hay guerra entre el extremo científico y el espiritual. A un lado, los psicólogos y doctores que se ocupan del estudio del caso de Missiell, Rodrigo y Javier, con sus diferencias de criterio en los tratamientos; al otro, la religión, su jerarquía y sus intereses más mundanos. Por ejemplo, la polémica de las técnicas de electroshock, los fármacos, la hipnosis; las incoherencias entre principios, creencias y actuaciones; y las disputas entre la ciencia, fe católica y la fe teosofica, representada por Marcelo. En este aspecto, la novela se presenta de modo reflexivo, dirimiéndose en ella cuestiones teóricas, religiosas, y grandes dilemas, bajo el amparo de una aún más grande documentación por parte de Miguel E. Valdivia acerca de los dos mundos, el de la pretendida rigurosidad psicológico-médica y la dimensión trascendente-espiritual. Freud/Rank, Dios y H.P. Blavatsky son el trasfondo de lo que se halla en juego.

Es de subrayar, como adelantamos, el tópico del Otro, esto es, el hecho de que un personaje pueda ser varios al mismo tiempo, su espectro, su reflejo demoníaco, y vérselas con él. Si bien se destaca con obviedad en Missiell, el Otro emerge del mismo modo en todo el resto, en su doble rostro y doble moral, en su máscara social y la privada, dibujando una perpetua y monstruosa contradicción en su interior que, aunque perciben, con ella se han acostumbrado a vivir en completa normalidad. Algo, por cierto, que es crucial para deducir el final de la novela.

Reparemos en que el elenco de personajes presentado no es especialmente amplio. Interesa más bien su catadura, su actitud y relación. Las estridencias y concordancias entre ellos son palpables. Sugiere esto que cada uno actúa como nota musical, con su tono y duración propias, en una melodía armónica o disarmónica según se vayan combinando en las escenas. En unos casos, el resultado tensamente chirría, en otros hay equilibrio y consonancia.

Pero, sobre todo, Missiell, sombras muy por debajo de su piel es un drama, la historia de las vicisitudes vitales de la protagonista, sus sufrimientos. Ella, Missiell, y sus circunstancias, son el eje y epicentro de cuanto sucede, la causa de las acciones de los demás, y también la consecuencia de las reacciones. Ante ella se desvelan los caracteres de toda la galería de personajes, uno por uno, sus virtudes y sus desviaciones. La revelación de sus sombras es la revelación de las sombras ajenas a través del deseo que despierta su piel. Ella es el centro y el envoltorio de principio a fin, el detonante desenmascarador.

Para el lector, el recorrido por la obra es una sesión hipnótica, cautivado por la protagonista y esa azulada, profunda e insondable mirada azul que lo atraviesa tras cada línea. Quien no reconozca el poder de atracción que Missiell ejerce incluso sobre él finalizado el libro, no estará siendo todo lo sincero que debiera consigo. Con ella se padece o se lucha, con ella crecen deseo y ternura, compasión y dolor. Resulta sobresaliente que la novela cumpla con esta función, y es que el lector no pueda sustraerse de la narración porque no puede sustraerse de sí mismo.

Héctor Martínez

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