«EL CLAN DE LA HORMIGA», PRIMERA NOUVELLE DE HÉCTOR MARTÍNEZ

Portada "El Clan de la Hormiga" (2015)

Portada «El Clan de la Hormiga» (2015)

El Clan de la Hormiga es el título de la novela corta o nouvelle con la que Héctor Martínez debuta en el mundo del libro digital, concretamente en formato Kindle. Se trata de la primera obra de una colección de novelas cortas que irán siendo publicadas paulatinamente por el autor.

El Clan de la Hormiga  narra la historia de un ser que nació diferente a todos los de su especie. Ya desde el primer momento captas esta idea, y se crea una tensión interesante. Esta diferencia será suficiente para hacer tambalear los cimientos de la sociedad a la que pertenece. Una sociedad que se creía en armonía con la naturaleza, ciega a sus propias pasiones, y que acabará por caer, víctima de sus propios actos. Desde la primera línea te das cuenta que no es una novela al uso.

Explica el autor que El Clan de la Hormiga tiene un marcado eco orwelliano al tomar como eje temático el desarrollo de un totalitarismo basado en la perversión ideológica del darwinismo social y apoyado en la utilización de la ciencia como justificación inapelable.

El Clan de la Hormiga es una gran metáfora en la que se reflejan temas no tan lejanos como el de la pureza de la raza, la persecución, el exterminio, la depuración lingüística o la guerra en el exterior como velo de la purga interna. No obstante, también puede ser leído desde otras perspectivas como el individuo frente a la sociedad, la xenofobia, la falta de actitud crítica, la multiculturalidad o las relaciones familiares.

El escritor asume la tradición de libros como Rebelión en la granja de Orwell,De ratones y hombres de Steinbeck o El Principito de Saint-Exupery, que no son ajenos al español. De hecho, El Prinicipito fue ampliamente homenajeada al ser la obra y su autor  contexto y metáfora continua en hasta ahora la última novela publicada de Héctor Martínez, titulada Misión 109 (2013).

El Clan de la Hormiga es una novela de fácil lectura pero de hondo contenido que invita a la reflexión durante y después de leerla. Combina con precisión forma y fondo, bajo un ritmo que va precipitando los aberrantes acontecimientos hasta su explosión final. Hasta qué punto se trata de un final feliz es algo que deberá juzgar el lector por sí mismo.

Puedes comprar El Clan de la Hormiga para Kindle aquí.

Por Eva María Rodríguez

Fuente: Actualidad Literatura

«HOMO FABER. UN INFORME», DE MAX FRISCH

Portada-Homo-Faber

Portada «Homo Faber» (El País Clásicos del s.XX)

Max Frisch fue al mismo tiempo arquitecto y escritor. Cuando tuvo que decidirse entre ser lo uno o lo otro ganó lo literario. Una decisión que muchos lectores agradecemos, y una tesitura paralela a la que se enfrenta el protagonista de Homo Faber (1957), Walter Faber, en la novela del autor suizo.

Efectivamente, en Homo Faber nos encontramos con ese narrador autobiográfico según abrimos la novela. Un narrador protagonista enormemente sincero: ingeniero para la UNESCO, amante de una joven modelo llamada Ivy, hombre de espíritu tecno-científico y objetor de sentimientos, emociones e ideas como el hado o destino. Su visión mecánica del mundo le oculta a sí mismo, hasta el punto de desconocerse y haber depositado su esencialidad en el progreso tecnológico.

Muchas veces me he preguntado qué debe querer decir la gente cuando habla de una «experiencia» maravillosa. Yo soy técnico y estoy acostumbrado a ver las cosas tal como son.

Tan sencillamente lo declara. No contempla la casualidad, el llamado milagro, la coincidencia. Para Walter Faber, diseñador de turbinas para aviones, todo hecho del mundo, incluso el ser humano, ha de ser observado desde el único punto de vista posible: la causalidad, el cálculo estadístico y la probabilidad.

Lo probable (que entre 6.000.000.000 de jugadas con un dado regular de seis caras salgan aproximadamente 1.000.000.000 de unos) y lo improbable (que entre 6 jugadas con el mismo dado salgan seis unos seguidos) no difieren por su esencia, sino únicamente por su frecuencia, y lo más frecuente parece ya de buenas a primeras más verosímil. Pero cuando ocurre lo improbable no es por nada superior, milagroso o algo así, como tanto le gusta al profano. Cuando hablamos de probabilidad comprendemos también la improbabilidad como caso límite de lo probable, y si ocurre alguna vez lo improbable no hay motivo para maravillarse, ni estremecerse, ni creer en ningún misterio.

Todo este argumentario junto con la defensa de la probabilidad frente a lo excepcional serán sometidos a prueba a lo largo de las páginas de Homo Faber. Páginas en las que nuestro racionalista Walter Faber no pierde momento para menospreciar también el arte o la literatura, y más especialmente, las novelas. No faltan afirmaciones como:

A mí no me gustan las novelas… (…) En la biblioteca, solo tenían novelas… (…) Por desgracia, no llevaba ninguna revista científica conmigo y no me gusta leer novelas.

Incluso, en un momento de la novela nuestro protagonista es comparado en su forma de hablar con Tolstoi, con el consecuente desagrado por su parte. No puede dejar de sorprendernos el efecto metaliterario inmediato que tiene el hecho de que quien detesta las novelas es protagonista de una:

Yo no conozco a Tolstoi. Naturalmente me molestaba cuando me decía:

—Ahora ha vuelto a hablar usted como Tolstoi.

Y veneraba al autor ruso.

Del mismo modo, cuando le corresponde juzgar el arte, la escultura en concreto, Walter Faber lo compara con la robótica, con un discurso que ensalza las virtudes de la máquina (memoria, sin sentimientos, pura lógica y probabilidad) frente al hombre. Por este discurso entendemos finalmente que Walter Faber es lo más próximo a esa máquina que describe:

(…) la máquina no puede olvidar nada porque comprende todas las informaciones necesarias mucho mejor que un cerebro humano y en ella no cabe margen de error. Pero sobre todo, la máquina no tiene experiencias, no tiene miedo, ni esperanzas, solo sirven para estorbar, no tiene deseos en cuanto al resultado, sino que trabaja según la pura lógica de la probabilidad, por eso sostengo yo que el robot comprende mejor que el hombre, sabe mejor lo que sucederá en el futuro que nosotros, porque lo calcula, no especula ni sueña, sino que es gobernada por sus propios resultados y no puede equivocarse; el robot no necesita intuiciones… (…) las esculturas y esas cosas no son otra cosa (para mí) que antepasados de los robots. Los primitivos trataban de anular la muerte reproduciendo el cuerpo humano; nosotros, en cambio, lo hacemos sustituyendo al hombre. Técnica en lugar de mística.

O cuando se trata del aborto frente a los moralistas, Walter Faber diserta del siguiente modo:

Nuestro Señor lo hacía con epidemias; nosotros le hemos quitado las epidemias de las manos. Consecuencia: tenemos que quitarle también de las manos la reproducción. Nada de remordimientos, al contrario: dignidad del hombre de actuar con cordura y decidir por su cuenta. Si no, tendremos que sustituir las epidemias por guerras. Se acabaron los romanticismos. Quien se niegue rotundamente a aceptar el aborto voluntario es un romántico y un irresponsable. Naturalmente, no hay que practicarlo a la ligera, pero sí aceptar el principio: tenemos que enfrentarnos con el hecho de que la existencia de la humanidad es, en último término, una cuestión de materias primas. Es una aberración fomentar públicamente la natalidad en los países fascistas, pero también en Francia. Es una cuestión de espacio vital. No hay que olvidar la mecanización: ya no necesitamos tanta gente. Sería más sensato aumentar el nivel medio de vida. Todo lo demás conduce a la guerra y a la destrucción total. La incultura y la falta de objetividad están todavía muy difundidas. Siempre son los moralistas los que más desgracias ocasionan. El aborto provocado es una consecuencia de la cultura; solo la selva cría y se pudre como quiere la Naturaleza. El hombre planifica. El romanticismo ha sido la causa de mucha infelicidad, de gran número de matrimonios catastróficos que todavía hoy se celebran por miedo a practicar el aborto. ¿Diferencia entre prevención e intervención? En ambos casos se trata de la voluntad humana de no tener un hijo. ¿Cuántas criaturas nacen porque se las ha querido realmente? No es lo mismo que si la mujer lo quiere cuando ya está en camino, automatismo de los instintos; olvida que ha podido evitarlo, sin contar con su sensación de poder frente al hombre; la maternidad como arma social de la mujer. ¿Qué quiere decir fatalidad? Es ridículo hacer derivar la fatalidad de circunstancias mecánico-fisiológicas; no es digno de un hombre moderno. Los hijos son algo que se quiere o no se quiere. ¿Perjuicio para la mujer? Fisiológico, por lo menos, no, si quien interviene no es incompetente; psíquico solo en el caso de que la persona afectada esté dominada por prejuicios morales o religiosos. Lo que no queremos es convertir la naturaleza en falsa divinidad. De lo contrario habría que ser consecuente: nada de penicilina, nada de pararrayos, nada de gafas, nada de DDT, nada de radar, etc. El hombre vive técnicamente, es el dueño de la naturaleza, el hombre es ingeniero, y quien dijere lo contrario, que no utilice ningún puente que no haya sido tendido por la naturaleza. De lo contrario, habría que ser consecuente y rechazar cualquier intervención, es decir: morir en cuanto se presente una apendicitis, porque lo ha querido el destino. Habría que vivir sin bombillas, sin motores, sin energía atómica, sin máquinas de calcular, sin anestesia… y volver a la selva.

Walter Faber, incluso, sostiene una lucha contra el natural crecimiento de su barba requiriendo siempre de la máquina de afeitar. El siguiente párrafo resulta de esa oposición de tecnología y naturaleza, a cuenta de la barba:

No me siento bien sin afeitar; no por los demás, sino por mí mismo. Tengo la impresión de que cuando no voy afeitado me convierto en algo así como una planta, y me toco involuntariamente la barbilla. Saqué la máquina e hice toda clase de intentos posibles e imposibles, pero sin corriente eléctrica esas máquinas no sirven para nada, ya lo sé… eso es lo que me ponía nervioso: que en el desierto no haya corriente eléctrica, ni teléfono, ni enchufes, ni nada.

Max Frisch (1911-1991)

Max Frisch (1911-1991)

Los sucesos tan improbables como posibles que llevan a la metamorfosis de Walter Faber se desencadenan por la coincidencia con un tipo de Düsseldorf, Herbert Hencke, y a partir de la caída del avión en el que viajan juntos hacia Méjico. ¿Quién es Herbert Hencke? Una increíble casualidad. Se trata del hermano de Joachim Hencke, quien fuera gran amigo y compañero de estudios de Walter Faber. Pero aún hay más. Joachim también es la persona en cuyas manos confía Walter el aborto de Hannah, su amor de juventud a la que dejó embarazada. Lo que Herbert revela a Walter es aún más sorprendente: Hannah no abortó y se casó con Joachim. Después se divorciaron. Esto convierte a Walter Faber en un inesperado padre. De pronto estamos ante varias de esas improbabilidades, cada una por separado, que son más improbables todas juntas, en una enorme coincidencia. Indudablemente, es el choque entre el azar y la necesidad, que a partir de este momento va a desafiar la mentalidad tecno-científica de Walter Faber hasta el final de la novela.

Ya desde el principio es un elemento simbólico que un ingeniero de turbinas confiado de la tecnología sufra un accidente de avión al que le fallen dos turbinas y acabe en el desierto, reencontrándose con su pasado por la boca un desconocido. Es este suceso la puerta de entrada a la madriguera de la «experiencia maravillosa». El propio Walter Faber lo reconoce:

Reconozco que sin aquel aterrizaje forzoso en Tamaulipas (2-IV) todo hubiera sido distinto; no habría conocido a ese joven Hencke, quizá no habría oído hablar nunca de Hanna, todavía no sabría hoy que soy padre. Es imposible imaginar hasta qué punto todo hubiera sido diferente sin aquel aterrizaje forzoso en Tamaulipas. Tal vez Sabeth viviría aún. No lo puedo negar: fue algo más que una casualidad que todo sucediera como sucedió, fue toda una cadena de casualidades.

Las escenas del desierto tienen cierto componente surreal, visto desde los ojos de Walter Faber y sus peculiares formas de analizarlo. La descripción, de tan objetiva como se presenta, resulta cómica en contraste con el drama que sufren los viajeros del avión estrellado. Según Walter Faber, todo el mundo toma por una gran experiencia aquello, mientras que para él consiste en grabar con el toma vistas arañas y lagartijas, y jugar con Herbert al ajedrez en calzoncillos, sentados sobre cajas de refrescos, a la sombra del timón del avión. Las mujeres, con las faldas por las rodillas y en sostén, y con las blusas enrolladas en la cabeza. El paisaje que todos admiran, él lo ve como lo que es, sin ensalzarlo ni mitificarlo. Y las noches las pasan en el interior del Super Constellation, en una atmósfera espectral:

Cuarenta y dos pasajeros en un Super-Constellation que no vuela, sino que está parado en el desierto, un avión cuyos motores están envueltos en mantas de lana (para protegerlos de la arena) y con mantas alrededor de cada neumático, los pasajeros sentados como si volaran, durmiendo en sus asientos con las cabezas torcidas, la mayoría con las bocas abiertas, pero envueltos en un silencio mortal; y el exterior, las cuatro cruces brillantes de las hélices, el resplandor blanquecino de la luna sobre las alas, todo inmóvil… resultaba un espectáculo extraño.

Finalmente un avión les arroja víveres: fundamentalmente cerveza. La imagen surreal culmina:

(…) latas de cerveza en el desierto, señoras y caballeros en sostenes y calzoncillos, y nueva puesta de sol que yo filmé en color.

La estancia en el desierto es de cuatro días y tres noches. Al tercer día aparece un helicóptero que rescata a varios pasajeros y espera una hora para que el resto escriba correspondencia. En este instante, Max Frisch parece trazar una nueva comparación entre la máquina, en este caso el toma vistas y la mentalidad del propio Homo Faber. Frisch, hábilmente usa esta escena para reflejar a un Walter Faber, que odia las novelas, impotente ante la escritura de una carta. Lo único que tiene para decir son los hechos objetivos, un mero registro de observación, y tarda más que cualquiera. Se encuentra en una situación límite y sólo es capaz de escribir, lógico en nuestro personaje, a máquina y no a mano, a pesar de las prisas. Más adelante, ingresado en el hospital de Atenas, afirmará:

Me han quitado mi Hermes-Baby y la han encerrado en el armario blanco, porque es mediodía, hora de hacer la siesta. Que escriba a mano, me dicen. Odio escribir a mano.

Pero volvamos al desierto. Además de escribir a máquina y no a mano, sólo es capaz de reproducir lo que ve. Cuando percibe que es demasiado corto lo escrito, lo único que le interesa es rellenar. El resultado es una carta vacía a su amante Ivy.

Escribí pues a Ivy. Ya hacía tiempo que sentía la necesidad de aclarar las cosas. Por fin, tenía tranquilidad y tiempo, la tranquilidad de todo un desierto. My Dear! Que estaba tirado en el desierto, a sesenta millas de la carretera más próxima, estuvo dicho muy pronto. Que hacía calor, buen tiempo, que no me había hecho ni un rasguño, etc., todo ello amenizado con un par de detalles: la caja de Coca-Cola, los calzoncillos, el helicóptero, la amistad con el jugador de ajedrez, todo ello no llegaba a llenar una carta. ¿Qué más? Las montañas azules a lo lejos. ¿Qué más? Ayer bebimos cerveza. ¿Qué más? Ni siquiera le podía pedir que me enviara películas y, por otra parte, sabía que Ivy, como todas las mujeres, en realidad, solo quería saber lo que yo sentía, o lo que pensaba si no sentía nada, y eso yo lo sabía exactamente: «No me casé con Hanna a quien quería; ¿por qué tendría que casarme con Ivy?…» Pero formularlo sin herir, la verdad es que no era fácil.

La escena también sirve al propósito de presentarnos a Ivy y la historia personal de su relación, mediante el monólogo interno de Walter Faber mientras escribe la carta. Una carta para abandonar a Ivy, a fin de cuentas. Acto seguido, las conversaciones con Herbert sobre Joachim, su hermano, sirven para presentarnos al anterior amor del protagonista, Hannah. El objetivo de Frisch es la comparación de dos caracteres femeninos tan distintos: Ivy, encantadora y desprendida modelo de 26 años; Hannah, seria y contundente mujer judía. A la primera la deja él; la segunda fue la que le abandonó a él con el fruto de su amor en su seno. Ambas son extremos del personaje femenino que obra la síntesis: Sabeth.

Una vez rescatados por el helicóptero, Walter Faber siente curiosidad por saber de su viejo amigo Joachim y decide acompañar a Herbert que va a su encuentro a la plantación que regenta en Guatemala. Una decisión que contradice su espíritu. Por primera vez, Walter Faber improvisa. Pero sufre todo un camino lejos de cualquier facilidad tecnológica, como un descenso a los infiernos cuya puerta de entrada fue el desierto. Y da cuenta de todo con su toma vistas. Sudor, calor, duchas con cucarachas enormes que debe pisar y zopilotes carroñeros devorando entrañas de todo lo muerto. El único toque tecnológico, un tren con locomotora diesel que cruza la selva, y que se ve continuamente obstaculizada por la naturaleza hasta la estación de Palenque, población con un generador diesel que apagan a las nueve de la noche. Allí matan los días con cerveza fría, duchas continuas y hamacas, sometidos a un calor sofocante que los rinde mientras esperan poder conseguir un jeep. Cada vez más se adentra en un territorio en el que la tecnología no juega un papel decisivo, un territorio en el que la tecnociencia no importa cuando de la vida y la muerte se trata.

Joachim, amigo de Walter, exmarido de Hannah y hermano de Herbert, se ocupaba de unas plantaciones de tabaco en Guatemala, intentando desarrollar tierras empobrecidas. De algún modo, Joachim, doctor, es un personaje admirado por Walter Faber. Es a quien acude por el tema del aborto de Hannah, por ejemplo. No es simplemente un amigo. Tengamos en cuenta que Walter Faber se ha desviado para ir a verlo. Eso es suficiente para reconocer en Joachim una estima considerable en el protagonista. El encuentro con Joachim, tras un tormentoso viaje en jeep luchando contra los elementos naturales, supone la catarsis de Walter Faber:

—Nuestro señor ha muerto…

Fui a buscar la llave inglesa en el Land-Rover, y Herbert saltó el cerrojo. No pude reconocerle. Por suerte, lo había hecho con la ventana cerrada; la barraca estaba rodeada de zopilotes en las ramas de los árboles, zopilotes sobre el tejado, pero no pudieron entrar por la ventana. Se veía el cadáver a través de ella; sin embargo, los indios continuaban yendo todos los días al campo y no se les había ocurrido la idea de forzar la puerta y descolgar al ahorcado. Joachim se había ahorcado con un alambre. Me pregunté de dónde sacaba la corriente la radio —que, naturalmente, cerramos en seguida—, pero eso no era lo más importante, de momento.»

Joachim, su amigo, su compañero de estudios, médico, confidente de embarazos… muerto, y por suicidio. Ahorcado en medio de la selva, en una plantación en el fin del mundo, como declaración directa de su fracaso como hombre y fracaso al servicio de la empresa Hencke-Bosch, propietaria de las plantaciones. Es un impacto para Walter Faber que cree en el desarrollo tecnológico, y que  imaginaba un reencuentro con el viejo amigo muy distinto de éste. Sus dudas eran si Joachim lo reconocería a él tras tanto tiempo. Y, sin embargo, como hemos leído, el que no puede reconocer al otro, es Walter a Joachim. Muerto ya no es el mismo. Una vez más, debemos darnos cuenta de que Walter Faber sigue siendo insensible en parte: al preocuparse por que las ventanas estuvieran cerradas para bloquear a los carroñeros; al observar que los indios obviaban el cadáver; y el preguntarse por la fuente de energía para la radio que estaba en funcionamiento. Su amigo cuelga muerto, la razón de desviarse hacia la revisitación de su pasado se ha suicidado, su viaje acaba de perder sentido, y repara en esos detalles. Aunque se percata de que no son lo importante. Algún cambio se da mientras graba y graba y graba película de ello, incluso del muerto. Frisch sigue poniendo el foco en la evolución psicológica de su protagonista de forma magistral, el cual registra todo en sí mismo del modo en que lo hace el toma vistas que manipula.

Walter Faber regresa a Nueva York y allí se encuentra con Ivy, que ha hecho caso omiso de la carta que le escribió desde el desierto. Ivy, todavía casada, no quiere ver los cambios en Walter. Pero Walter los evidencia. Walter está ya convencido de dejarla y de, realmente, no quererla. Recordemos el pensamiento en el desierto: «No me casé con Hanna a quien quería; ¿por qué tendría que casarme con Ivy?…». Finalmente la deja.

Walter Faber se encamina a París, en barco. El mundo, que es un pañuelo, está a punto de hacerse más pequeño aún. Allí se topará con el tercer personaje femenino, que casualmente es su hija Sabeth. Una muchacha, joven, viva, a medio camino entre Ivy y Hannah, un espíritu contrario a Faber, apasionada del arte y la literatura. Es Hannah, pero joven. Una chiquilla de la que nuestro personaje llega a prendarse incluso cuando sospecha o descubre de quién se trata. Para él, de hecho, es una segunda oportunidad de enamorarse nuevamente de la misma mujer, aunque es su hija.

Es curioso cómo estas escenas van recordando a un Edipo, que en su huida del destino, el mundo se opone a su visión recnocientífica y acaba cayendo en las garras del incesto y la tragedia, con tintes eróticos de tonos nabokiavnos. El destino, sin embargo, así lo quiso:

Yo me digo: si no hubiese desmontado la maquinilla, aquella llamada ya no me habría pillado en casa, es decir, no hubiera podido hacer el viaje en barco o por lo menos en aquel barco en que viajaba Sabeth, y mi hija y yo no nos hubiéramos conocido (…) Yo me atengo a la razón. No soy baptista ni espiritista. ¿Por qué tenía que sospechar que una muchacha que se llama Elisabeth Piper pudiera ser hija de Hanna? Si a bordo de aquel barco (o incluso mástarde) hubiese tenido siquiera la más leve sospecha de que entre aquella niña y Hanna (a quien, naturalmente, no podía sacarme de la cabeza después de la historia de Joachim) existía una relación verdadera, es evidente que inmediatamente le hubiera preguntado: ¿quién es su madre? ¿Cómo se llama? ¿De dónde procede?… No sé qué hubiera hecho, pero en todo caso, mi comportamiento hubiera sido distinto de lo que fue; eso está clarísimo; no soy un perturbado y hubiera tratado a mi hija como a una hija; no tengo instintos perversos.

E incluso advertimos referencia directa al final de la tragedia de Edipo:

Me hallo sentado en el coche restaurante y pienso: ¿por qué no tomar estos dos tenedores, agarrarlos bien entre mis puños y dejar caer la cara encima para librarme siempre de mis ojos?

Igualmente, podemos deducir cierta referencia bíblica cuando el idilio continúa en viajes por Italia y Grecia, a sabiendas de quién es quién, y el castigo del fruto prohibido surge en forma de serpiente, una víbora que muerde a Sabeth. La muchacha caerá y la fatalidad casual le hará golpearse la sién contra una roca. Quizás Walter Faber no supiera de su existencia, ni estuviese cuando nació. Quizás Sabeth fue la circunstancia de la separación entre Hannah y Walter. Pero sí asiste impotente a la tragedia. Y la muerte de Sabeth, no por la serpiente sino por el golpe en la cabeza que pasa desapercibido en el diagnóstico médico, reúne a Hannah y a Walter. La casualidad, la fatalidad, el destino y el fallo de la ciencia los lleva a reencontrarse.

Fotograma de la adaptación

Fotograma de la adaptación «Homo Faber/Voyager» (1991) de Volker Schlöndorff

Otro hecho fortuito en todo este maremágnum de casualidades adelanta el futuro de Walter Faber. Max Frisch nos anuncia ya el destino y el significado de un continuo dolor de estómago que Faber ignora hasta que punza. Un profesor, el profesor O., al que más admiraba Walter Faber en Zurich y que daba por muerto a causa de un cáncer de estómago, y que, sin embargo, está vivo por París. Nuestro protagonista describe el aspecto de un moribundo que tiene la misma soga que él alrededor del cuello:

Su rostro ni siquiera había empalidecido, pero estaba completamente transformado; (…) Su cara no es una cara, sino solo una calavera cubierta de piel, e incluso con músculos que hacen una mímica, y esta mímica me recuerda al profesor O.; pero es una calavera; su boca es enorme al reírse, le desfigura la cara, demasiado grande comparada con los ojos, hundidos en sus órbitas. «¡Señor profesor!», exclamo yo y tengo que reprimirme para no decir: Ya sé, me dijeron que usted había muerto.

Homo Faber es una novela de personaje. Es su evolución, su biografía, su actitud lo que pesa en la narración. Estamos ante un texto en el que se reconstruye el protagonista en una identidad en liza consigo. De hecho, él mismo es narrador en primera persona en ambas partes de la obra: la primera etapa, que es la rememoración personal; la segunda etapa, la constatación en diario de los acontecimientos antes  narrados. Es una autobiografía vital, como ya hemos señalado, con ecos de tragedia griega, de la tradición literaria alemana de la Bildungsroman y concomitancias de la experiencia personal del propio Max Frisch.

El tema principal es el que opone dos cosmovisiones enfrentadas: la intuitiva, artística, emocional y natural frente a la mecánica, antiromántica y racional. Walter Faber, el ingeniero, el avión, el toma vistas, la máquina de afeitar, la máquina de escribir, la cibernética, queda continuamente en solitario frente a la mujer, la barba, la naturaleza, Tolstoi, Van Gogh, los mayas y la arqueología que representan los demás personajes. Racionalmente es capaz de convencerse de todo, incluso de que la que es su hija no lo es, o de que nada reprobable moralmente ha hecho al relacionarse con ella. Pero es la misma lógica, recordémoslo, que le llevaba a sostener el aborto para esa misma hija de la que se enamora. Parece trasladársenos no sólo la frialdad de la sociedad tecnificada, sino también el peligro de confiarnos a una lógica racional que juzgamos infalible pero que fundamenta cosas contradictorias y, normalmente, siempre sustentadas en las emociones del subconsciente y  que nos negamos a reconocer.

La atmósfera está dominada por la muerte y la insensibilidad. El dolor de estómago, los zopilotes, Joachim, el profesor O., Sabeth. Al propio Walter Faber no le pasa desapercibido y afirma:

Nunca había habido tantas defunciones, me parece a mí, como durante este último trimestre.

En los recuerdos del pasado con Hannah, también encontramos esa atmósfera por ser pleno III Reich y ella ser judía. Actúa de fondo el nazismo, como una circunstancia de dolor, persecución y muerte. El padre de Hannah muere en un campo de concentración, y ella se casa con el Sr. Piper, comunista, con lo que le libera del internamiento en un campo. Los siguientes tiempos son la Guerra Fría y la división de Alemania en oriental y occidental. Geopolíticamente, la novela manifiesta una tensión mundial.

La perspectiva es continuamente internacional: Estados Unidos, Méjico, Guatemala, Venezuela, Cuba, Francia, Italia, Grecia…, lo cual ayuda a jugar al «pañuelo del mundo». Frisch ofrece la casualidad dentro de la gran escala del planeta. El espacio narrativo es desoroporcionamente grande respecto de los pocos personajes fundamentales que coinciden en él. Y cada uno tiene su porqué narrativo: de EE.UU al subdesarrollo, y de ahí a la vieja Europa de la modernización, hasta la cuna, Grecia, donde se encuentran con la muerte. Desde este punto de vista, Homo Faber reactualiza en la novela contemporánea el tópico del homo viator: es el homo faber que viaja físicamente como camino simbólico de su crecimiento moral y estético.

El tiempo en la novela es un persistente juego de saltos temporales, una concatenación de flashback dentro de una retrospectiva de un hombre en el umbral de un quirófano. El lector debe prestar atención para reorganizar los sucesos y entender las motivaciones personales de cada uno. Actúa como contexto de las decisiones que se toman y en muchos casos las hace comprensibles. Sin ir más lejos, el propio tema principal, el homo faber, está contextualizado en los años especialmente tecnificados de la segunda mitad del s.XX.

En la novela, Max Frisch aplica una economía lingüística muy efectiva al reducir al mínimo las descripciones, cuya dureza es inversamente proporcional, y preferir el pensamiento breve de sintaxis sencilla y sobriedad tan consecuente con Walter Faber. Leemos, ciertamente, un informe (ein Bericht, como subtitula Frisch la novela), aun con la intriga de los sucesos y con la objetividad de quien nos lo cuenta. Un informe que Walter Faber apenas sabe preparar para la Hencke-Bosch polarizado cuando revisa las películas del toma vistas: el aterrizaje forzoso, el cuerpo de Joachim, Sabeth viva y alegre, toda su vida de los últimos meses y todas las imágenes de paisajes de cuyo valor él poco se dio cuenta en su momento, pasando ante sus ojos como ante un deshauciado en su último aliento. Cosas que no supo estimar, por ejemplo la naturaleza, al comienzo, en el desierto tras el accidente aéreo:

Veo la luna sobre el desierto de Tamaulipas —más clara que nunca, tal vez sí, pero la considero una masa calculable que gira alrededor de nuestro planeta, un objeto de la gravitación, interesante, pero ¿por qué una experiencia maravillosa? Veo las rocas recortadas, negras ante el resplandor de la luna; puede ser que parezcan cuerpos dentados de animales prehistóricos, pero yo sé que son rocas, piedras, probablemente volcánicas, eso habría que verlo de cerca para asegurarlo. ¿De qué podría tener miedo? Ya no existen animales prehistóricos. ¿Por qué tendría que imaginarlos? No veo tampoco ángeles petrificados, lo siento; ni demonios, solo veo lo que veo: las formas corrientes de la erosión y mi larga sombra que se proyecta sobre la arena, pero ningún fantasma. ¿Para qué ponerse cursi? No veo tampoco el diluvio universal, sino solo arena, iluminada por la luna, rizada por el viento como si fuera agua, cosa que no me sorprende; yo no lo encuentro fantástico, sino explicable. Yo no sé qué aspecto tienen las almas en pena; tal vez el de las pitas negras en la noche del desierto. Lo que veo son pitas, una planta que solo florece una vez y luego muere. Sé además que no soy (aunque de momento lo parezca) el primero ni el último hombre sobre la tierra; y soy incapaz de dejarme impresionar por la mera idea de ser el último hombre, porque eso no es verdad. ¿A qué ponernos histéricos? Las montañas son montañas, aunque posiblemente bajo una determinada iluminación parezcan algo distinto.

Del mero registrador de hechos y desmitificador de la imaginación que tenemos en esa larga cita, acabamos al final de la novela con un hombre completamente sinestésico con el mundo que lo rodea frente al toma vistas y su película insensible, indiferente:

Deseo oler heno…

No volver a volar nunca más. Deseo volver a la tierra, allí entre los últimos abetos que reciben el sol del atardecer, oler la resina y oír el agua, probablemente ruidosa, y beber con la mano… Todo va pasando, como en una película. Deseo tocar la tierra con mis manos.

Homo Faber es una novela imprescindible en la literatura del s.XX. Como las grandes obras, se une a los grandes mitos de la cultura occidental, incluida la ciencia, y las líneas modernas de la literatura en la lengua en que se escribe, el alemán (recordemos que Max Frisch no es alemán). Pero un engarce desde una perspectiva antropológica directa que señala a los homo faber de ayer y hoy, y a los homos que no siendo faber, tienen una profunda fe en la tecnología que los deslumbra y ciega ante su falibilidad o ante lo que no cae en su territorio, es decir, todo lo demás de la vida… y de la muerte… —ya vienen.

Héctor Martínez

PANE-GÍRICO (A Leopoldo María Panero)

PANE-GÍRICO

A Leopoldo M. Panero

Huyendo de la muerte encontré el ciervo
de la locura
L. M. Panero

 

Otra voz se marcha con el verso futuro

silenciado, aún y ya siempre por escribir;

con el verso pasado resonante, eco mudo

parado, aún y ya siempre por maldecir.

Maldito que se lleva al maldito

que expulsó la vida de sus venas;

con amargos tragos del destino

¡cien veces maldito seas!,

cien y una por dejar que la heroína

fracasada de hazañas, en ti relumbrara

emperifollada, en traje de tu carne y en bisutería

de unos ojos que al mirar ya no miraban.

Dejas de ser nuevo para ser eterno,

la aguja fuera del reloj, y el reloj fuera de tu brazo

tan lentamente ido del tiempo

tan tranquilamente destruido, sin prisa, despacio.

Ya no bebes, ya no fumas, ya no…

muerto de pánico, paneroico de la propia cordura

enterrada en el cadáver que ¡destruyéndose! nos prestas,

ya no… guardada en la caja, entre papel de burbujas

por la fragilidad del juguete que dentro, muy dentro, alberga,

ya no… la locura, aquella,

…la tuya…

contigo, solo, será para el mundo una herencia

gravada a impuestos por ser única.

Bien lo saben psiquiatra

…celador…

…y enfermera…

Bien lo sienten ellos, palabra

…renglón…

…y poema…

H.M.S, marzo 2014

ENTRE ERAN EISEN Y NOSOTROS

En el año 2000 apareció el poemario “Entre nosotros”, escrito por Eran Eisen, un ensayo biográfico en verso sobre la experiencia amorosa. Leí varios de los poemas en la Revista Niram Art (núm. 15-16), nueve años después de su publicación. Más que nunca encontré en él una precisión en la expresión y en el uso del lenguaje, tras años de lecturas. Eran Eisen ejemplifica con su poesía la perenne batalla del poeta con la palabra, la riña entre emoción y razón. Y no es casual. Verán por qué.

Eisen es un verdadero estratega de la escritura. En “Present You” encontré un texto titulado “Business writting” en el que, pedagógicamente, nos instruye sobre el uso de la expresión y el lenguaje para la consecución de nuestros objetivos. Allí se comprende que la escritura puede ser una herramienta eficaz cuando se domina.

Consecuencia de la capacidad de escribir es el expresar al cien por ciento el sentido real de la voluntad.

Efectivamente, la voluntad no es más que el impulso y la intención, y es necesario saber explicitar su sentido por medio del lenguaje. La voluntad es el “querer algo”, pero, como acostumbro a decir, esto no implica “poder” simplemente por quererlo. Debemos poner de nuestra parte cuanto haga falta. Al caso, para presentarnos, el lenguaje se vuelve esencial –más aún cuando esta presentación se hace por escrito-. Pero, ¿cómo se expresa ese sentido de la voluntad?

Debemos “sentir” las palabras escritas a través de sus tres valores “dirección”, “fuerza” y “sentido”, y colocarlos en el orden correcto.

No sirve cualquier palabra, porque cada una tiene su peculiaridad. También es importante su orden, pues podemos alterar lo que nuestra voluntad alberga. Es fundamental que en nuestra escritura, los valores de las palabras se complementen y no se anulen, que “dirección”, “fuerza” y “sentido” se apoyen unos en otros de vocablo en vocablo. La “dirección” permite expandirnos o contraernos en las palabras a través de cargas positivas o negativas; la “fuerza” es la potencia de la palabra, potencia que tenemos que saber equilibrar y moderar para no descompensar el texto y no entorpecer nuestra expansión por resultar, quizás, demasiado agresivos; por último, “el sentido” o significado es la identidad de la palabra con su lexema, con su raíz y su origen, el cual es crucial conocer para estar seguros de que el mensaje se transmite con éxito y no hay lugar a malentendidos, teniendo en cuenta que el orden de las palabras altera el resultado. Por ejemplo, no es lo mismo un adjetivo antepuesto que pospuesto, en el conocido caso de “pobre hombre” y “hombre pobre”.

Cuando existe este equilibrio en el escrito, lo estamos dotando de precisión, claridad, legibilidad y brevedad. No interesa escribir vagamente, ni difuminarnos en la palabra, no queremos que sea difícil la lectura o prolongarla más de la cuenta. Nos adecuamos a nuestro receptor. Estamos proporcionando una información sobre nosotros, y esta debe llegar directa y sencillamente, sin interferencias semánticas, sintácticas ni morfológicas, sin incorrecciones ni dificultades. Nuestro fin es la objetividad.

Pues bien, tomé los consejos prácticos de “Business writting” (que como profesor de lengua conocía) y los coloqué como lente con la que mirar aquellos poemas de “Entre nosotros”, donde un yo-poético se presentaba ante mí. El resultado del experimento fue clarificador del estilo con que Eran Eisen versificaba.

El primer aspecto llamativo era la ausencia de adjetivación y la fuerte presencia de verbos y pronombres. Quienes conozcan los manifiestos futuristas – entre ellos, el Manifiesto para la literatura- sabrán que, precisamente de este modo, desarrollaban su estética destructiva de la sintaxis. En los poemas de Eisen la sintaxis desaparece porque es la palabra la que lleva en sí misma esa dirección, fuerza y sentido. Así ocurre con los verbos que son los indicadores de la acción, el estado y el proceso. Lo vemos, por ejemplo, en Despertando: “Cuando partí / Estabas durmiendo / Cuando paseaba / Estabas soñando / Cuando volví a casa / Te despertaste / Dentro de mí.”. Aunque es muchísimo más notorio en el poema Pasión: “Torcer / Aplastar / Romper / Morder / Controlar / Tú das”. Del mismo modo, encontrarnos iguales rasgos en los poemas Porteros y San Francisco. Sin embargo, en los poemas dedicados a Nueva York –New York y Noche de New York-, lo ausente son, al contrario, los verbos. En estos poemas toda la carga recae, principalmente, sobre los sustantivos que entretejen la imagen como núcleos que rellenan por sí solos el verso.

Por otro lado, junto a la precisión y claridad conseguida con el protagonismo de unas u otras categorías gramaticales, descubrimos la brevedad del verso y del poema. Se vuelven dardos directos, sin curva, sin escarceos por donde perdernos.

Si miramos por separado cada poema, aparecen ante nosotros otras características que pasan desapercibidas al lector. Estoy refiriéndome al cuidado del ritmo por medio de paralelismos y recurrencias, como podemos observar en Despertando –ya citado anteriormente-. También destacan continuas contraposiciones paradójicas, certeras en su conjunción. Miremos el poema San Francisco –“sentado / furioso”-, el poema Mensajes –“Madrugada… / casi mediodía”, donde los puntos suspensivos y la contraposición suprimen y dan a entender el paso del tiempo entre dos versos y tres simples palabras-, el poema Dónde estás –“Llamándote / no hay ninguna respuesta / Gritando tu nombre / Silencio”, manteniendo la tensión en armonía y equilibrio para terminar con preguntas sin respuesta-, en Porteros –“Ellos abren / cierran- o por último, Nueva York –“Anda… no andes…”-.

Especialmente curiosos me han parecido los poemas New York y Noche en New York. En el primero, junto a la contraposición de términos comentada, nos encontramos ante una ambigüedad interpretativa. Veámoslo completo:

Inquietante lluvia
El amarillo controla el tráfico
Anda…No andes…
Segunda Avenida
En el centro de la ciudad un café
En un rincón
Personas en movimiento
Con un paraguas.

Las preguntas de todo lector: ¿quién está en el centro de la ciudad y quién en un rincón? ¿El café o las personas en movimiento? En este caso observamos que el orden de las palabras es fundamental: rápidamente entendemos que las “personas en movimiento” están en el centro de la ciudad, y que el café se toma “en un rincón”, donde es imposible el movimiento. Ahora bien, el café y las personas en movimiento, el centro de la ciudad y el rincón, han de ser simultáneos, y esta simultaneidad está magníficamente expresada sin palabras, sino exclusivamente alterando el orden de las presentes, justas y necesarias.

Basta, del mismo modo, en Noche en New York, la disposición de elementos para darnos la sensación de descenso a través de una línea lógica:

Este
y
Oeste
Quince pisos
La Quinta Avenida
Noche
Madrugada
Cepillo de dientes
Sol
Taxi amarillo
Hacia la primera
Avenida.

Descendemos del quinto piso a la calle, de la Quinta a la Primera Avenida, vamos del Este al Oeste, pasamos de la Noche a la Madrugada, descendemos del Sol hasta el Taxi con el color amarillo tan típico. Percibimos acción y movimiento sin verbos, sólo hay un adjetivo y además, en Nueva York, es epíteto. Todo lo demás, nombres. Sin embargo, reconstruimos la historia de un hombre que vive en un quinto piso de la Quinta Avenida de Nueva York, que ha pasado la noche en vela y que en la madrugada, se arregla, se ducha, se lava los dientes mientras el sol ya sale por el horizonte, momento en el que toma un taxi para dirigirse a la Primera Avenida. ¿Acaso no se muestra Eisen preciso y exacto? ¿Es asunto de magia que entendamos esto sin leer ningún verbo? Basta la palabra “Noche” para saber que no ha dormido, porque la nombra. Nadie que duerma bien, nombra a la noche. Quizás no se ha dormido por otras razones, pero al poeta no le interesa que las conozcamos. El tema es cotidiano. El mensaje es directo, preciso, claro, breve… y a todos llega… de forma lírica.

No es la poesía un “Business Writting” -¿o sí?- pero el poeta se retrata. Y si bien Ortega y Gasset defendía que no es oficio del filósofo escribir mal, para que no se le entienda, podríamos decir que tampoco es labor del poeta hacerse incomprensible. Eran Eisen quiere ser entendido. El poeta no debe poner trabas por excesos barrocos de decoración, de horror vacui, exageraciones por esteticismo. Lo que prima es comunicarse, porque la lengua, oral o escrita, para Eisen es comunicación con el otro. La valentía es mostrarse, el valor literario es enseñarse y no ocultarse en enrevesados usos de la lengua. Eran Eisen, está entre nosotros con su palabra.

Héctor Martínez

MIHAI EMINESCU Y SU «ROMANCERO ESPAÑOL»

M. Eminescu

Hace tiempo que estoy embarcado en la aventura cultural rumana, sorprendiendo a mucha gente cuando a través de mí descubren cuántos nombres ha dado la tierra de los Cárpatos. Uno de ellos es Mihai Eminescu, poeta y símbolo literario nacional. Próximos como estamos para celebrar el aniversario de su nacimiento, no quería perder la oportunidad de rendirle homenaje desde mi rincón.

Eminescu es romántico. Pero no sólo. Es romántico a la altura de Hölderlin, Novalis, Lord Byron, o de nuestros Espronceda y Bécquer -más este último. Treinta y nueve años de vida dieron para condensar en su obra el alma rumana y las formas literarias destiladas allende las fronteras de Rumanía, tanto del espacio como del tiempo. Y digo que no sólo es romántico, porque también es próximo a nuestro Quevedo y nuestro Calderón, es decir, al espíritu barroco. En modo alguno le es extraña la literatura española a Eminescu. Siendo, como fue, devoto lector de Schopenhauer, filósofo que bien puede hacer de hilo conductor entre los barrocos y los románticos, Eminescu pudo leer a Calderón de la Barca en alemán traducido por aquél y El Criticón de Baltasar Gracián. Del mismo modo, se tiene noticia de su estudio del español y nuestra literatura a través de los apuntes del poeta tomados en los cursos de lenguas románicas en Viena. Esta es la razón, lector, de que hoy vaya a acercarte a una de las curiosidades de Eminescu, aquel olvidadoRomancero español que escribió tan irónicamente contra I. Negruzzi.

Se trata de una composición que ya desde su introducción delata el humorismo español. La invención de nombres como Don López de Poeticales por parte de Eminecu es, precisamente, un rasgo de la comedia del Siglo de Oro español como recurso para la burla y degradación de los personajes. Aún más lo es la situación que narra, tan paradójica y absurda como imposible: un autor español del s. XVII ha plagiado a un autor rumano del s. XIX. Con ello, Eminescu acierta en la diana de la comedia burlesca a través del absurdo y la degradación. Un absurdo creado dando la vuelta a los hechos y su sentido lógico-temporal.

¡Qué historia más rara! ¡Los siglos se agarran de los cabellos y se tiran hacia atrás! El pasado es porvenir y el porvenir es pasado. – El año 15.. le ha hurtado al año 1870 de una manera horrible y con la cautela astutamente sonriente de que no se lo reconocerá. Una vez… en el año 1870 vivía en Rumanía un escritor que se ocupaba por principio y profesión del señor Cocovei, oscuro buho que anda por los tribunales de Rumanía, que en vez de graznar murmura entre dientes la palabra: ¡Considerando!…
Este autor de cosas dignas de la risa, o de mascaradas, empezó un buen día, o buena noche o un día cualquiera (pues dos días no necesitaba la genial Pala) a escribir en rumano una comedia: Astucia y amor, en tres jornadas, con bosques y secretos escondites, y en versos no versificados En el año 15.. post Cristum nato vive también un autor español, Moretto [sic], y escribe él también una comedia con el título Doña Diana, es decir.., ¡El ladrón! cambia a Elena del señor Cocovei en Diana y traslada la acción allá a España. ¡Diablura del diablo! Y después ni siquiera dice Señor Moretto que la tradujo del rumano al español.

La idea que transmite Eminescu con esta «rara historia» es justo la contraria: Cocovei, autor rumano del s. XIX -identificado con I. Negruzzi- tradujo del español al rumano la obra de Moreto, autor español del s. XVII, y la exhibió como obra suya. La «chanza» continúa al declarar Eminescu que ha escrito a Moreto a las «regiones celestes» -pues Moreto está muerto- recriminándole el no haber hecho constar que su obra era traducción del rumano al español.

Le he enviado un telegrama a Moretto en las regiones celestes para que la próxima vez cuando se atreva a copiar en el año tal una comedia escrita en rumano en el año 1870, que tenga al menos la precaución de decir: traducida del rumano al español en el año.., ¡pero no así como lo hizo!

En la composición, sin embargo, Eminescu dialoga y escucha los lamentos de la Diana de Moreto, y no los de la Elena de Cocovei. Con ello, devuelve en una nueva inversión, los acontecimientos a su curso lógico-temporal, desentrañando el secreto del absurdo y haciendo palpable el plagio.

¿Por qué lloras, Oh Doña Diana,
por qué hay lágrimas en tus ojos?
¿Acaso no eres santa y hermosa
como el teatro español?

Todo lo anteriormente reprochado en el absurdo a Moreto se dirige hacia Cocovei.

Lo que me hace llorar
es que Iacob Negruzzi
me haya traducido al rumano.
(…)
No lloraría, querido mío,
si sólo fuera por la traducción,
Mala o buena, no cambia
mi valor interno;
pero Negruzzi, querido mío,
ha escrito una comedia,
una comedia que dice original:
Astucia y amor.

Es el personaje de Diana, y no la voz del poeta, el empleado para criticar esos «versos sin versificar» de Cocovei, por medio de una imagen cómica: el ritmo de los versos de Cocovei suenan como el tambor que usan los gitanos con el oso -algo así como nuestro «show de la cabra» sobre el taburete o la escalera al son de una trompeta-.

Me veo forzada
a recitar malos versos
que suenan como el tambor
del oso gitano

Al final escuchamos la voz del poeta:

Si esto hizo Negruzzi
con la Madonna de Moreto,
¡Si que sois desgraciada
Doña Diana, Doña Diana!

Si bien la composición de Eminescu carece de la rima asonante de los versos pares, en cambio sí trabajó en ella la métrica octosilábica y el carácter narrativo-dialogado propio del romance español, junto a la expresión sencilla de su origen popular frente a los poemas estróficos de la lírica culta. Precisamente, el haber escogido el Romance tradicional nos permite deducir el marcado tono español que Eminescu quiere imprimirle a la obra, junto a Moreto, el humorismo y los recursos del absurdo y la degradación. A través de este pequeño ejemplo, resulta evidente que el gran poeta rumano conocía nuestra tradición poética, homenajeando nuestro romancero. Ahora bien, ¿conocemos nosotros, los españoles, la suya?… ¿Y a qué esperamos?

Héctor Martínez

Recurso

Influencias del pensamiento español barroco en dos de las poesías de contenido filosófico de Mihai Eminescu, el poeta nacional rumano, por Aurora Czeglédi

«LOS ÁNGELES TAMBIÉN LLORAN», MARIA TEODORA MICLEA

Maria Teodora Miclea

Conocer a Maria Teodora Miclea ha sido algo maravilloso. Maravilloso, por el modo, pues fue gracias a esas tecnologías que, a veces, como es el caso, enseñan su mejor cara. Durante un fin de semana completo, varios conocidos me hablaron de ella, de sus poesías, e incluso me enseñaron un ejemplar que pude hojear -y ojear-. Como después le pude decir a la propia Maria, me sentí identificado, reconocido, en sus jóvenes versos. Hice una especie de viaje al pasado al leerla, viéndome a mí, a su edad, con mis cuartillas emborronadas de rimas, de palabras, escritas, sobre todo, en las clases de literatura. Se trataba de un Héctor que ya había empezado a olvidar, y que reapareció en mi mente con cada uno de los poemas de ella. Pensé entonces en invitarla para hablar de sus poesías, para conocerla, quizás para reencontrarme a través de Maria. Escribí un mensaje en una página, como aquél que escribe mensajes en botellas, sin saber si recibirá respuesta. Pero la recibí, y, alegre como un naúfrago que se ve rescatado, comencé a pergueñar un pequeño evento, familiar, en el que homenajeáramos su talento, y yo, particularmente, esa magia que había creado en mí. El último domingo de noviembre, la conocí en persona, en Espacio Niram, para presentar sus poemas, junto a otros dos amigos: Horia Barna y Mihaela Petrache.

Portada "Los ángeles también lloran"

Cuando digo que me identifiqué, no sólo me refiero a la recuperación de un lejano recuerdo. También su forma de entender el poema es la misma que la mía fuera hace ya unos cuantos años -no muchos, pero sí «unos cuantos»-. La que fuera y la que es. Palabra breve, sencilla, llana, clara y precisa, sin extravagancias, sin decoros excesivos, para no entorpecer, para ayudar a sugerir. No era casualidad que mi yo joven adorase a Quevedo o Bécquer y que Maria me respondiese con los mismos nombres. Un conceptismo, bastante barroco el del primero, y bien depurado por el segundo, latía entre aquellos versos como vibrara en los míos. Sin embargo, la conjunción de tales palabras sencillas, a lo largo del poemario, demostraban una asombrosa capacidad para crear imágenes visuales, surrealistas y propias de un mundo onírico y fantástico, sólo que no de cualquier mundo, sino de un mundo interior, el de la propia Maria. Mundo interior en el que ahonda y descubre, en el que cava y desentierra temas, en cambio, universales, de todos. Cuando alguien como yo encuentra todos estos elementos juntos, unidos, entrelazados con tal naturalidad, únicamente puede hacer una cosa: gritar ¡poesía!, como cierto genio gritase ¡Eureka! Por ello que, para finalizar el acto, me decidiera a dedicarla una rima de nuestro querido amigo común -la número XXI-, para terminar mirándola al unísono que mi voz deslizaba ese «Poesía… eres tú». Maria lo recitaba por lo bajo, devolviéndome la mirada.

Sus imágenes, tan precisas y evolventes como las palabras sencillas, tienen un gran valor sinestésico, sensorial. Sus poemas se pueden ver, oler, tocar, oír y saborear. Maria pone en juego los cinco sentidos por los que penetra en el lector de forma suave, ligera y tranquila, mientras lo rodea de luz, de su reflejo y de su brillantez. El color fundamental, el azul, el del cielo sin nubes, puro, trascendente, donde reside un sol iluminador, orientativo, donde viven los ángeles protectores, los mismos que a veces, “también” lloran. También hay oros y dorados, también fresas de rojo fresco, y rosa, y diamantes… Color y luz que nos abrigan; cálidos, que nos protegen. Mihaela, certera, le preguntó a Maria: ¿es el poeta un ángel?, y apostilló, ¿eres tú ángel y poeta? Yo, no sé si Maria se siente ángel, si quiera si ha llegado al fondo del ser del poeta, pero, de seguro que ha de ser ambas para el lector, aunque ella no lo sepa. Sin embargo, lo sabe. Ha pensado y escrito en este poemario sobre el ángel y sobre el poeta. Ha descubierto que el poeta es aquél que “agita en la mente palabras imposibles”, que vive entre “bailes de letras”, que “cabalga palabras escondidas”. Conoce la eterna lucha del poeta con su materia, la palabra, y ha comprendido que es mejor no pelear, sino, como hace tiempo digo yo, ex-presar su contenido, liberarlo, sin violentar el abecedario, sin retorcer las letras.

Evento Espacio Niram

Es amante pública del gran Eminescu, símbolo y belleza de la literatura rumana, o, mejor dicho, del panteón poético universal. No podía faltar el poeta en sus versos, unido a la «Dor» rumana, nuestra «morriña» gallega, la «saudade» portuguesa, sentimiento íntimo, único, de fidelidad, de añoranza, de ligadura con lo extrañado. «Ne e dor de tine Eminescu», escribe, y no me siento capaz de traducirlo sin romper su fuerza. Sobre todo, porque no dice «yo», sino «nosotros», colectividad de la que Maria se vuelve voz.

De Maria Teodora se alaba el talento desplegado tan joven. Sin embargo, yo no creo que la edad sea mérito, sino simplemente el talento, que emerge más tarde o más temprano. Pareciera extraño, fuera de lo común, que alguien con su edad escriba estos versos. Es cierto que no se ve todos los días, pero quizás el problema sea de vista. Acaso sea mayor virtud la valentía de sacarlos adelante, de mostrarlos y recitarlos, con orgullo y sin miedo, sin ocultarlos, reverenciando el don que la Musa otorga. La confianza en los versos que escribe, antes que la precocidad del escribir, la decisión de confiarlos a otras manos y otros lectores u oyentes, es el punto de inflexión donde encontramos a un verdadero o verdadera poeta –poetisa, dicen otros-.

El último esfuerzo del poemario se encuentra en la cuestión de las lenguas. Maria Teodora escribe sus poemas tanto en rumano como en español, e intenta después traducir del uno al otro y del otro al uno. Digo intenta, porque bien es sabido que soy de la opinión de que la poesía es intraducible. El idioma poético queda sujeto a la lengua en que viene a ser escrito por primera vez, con su ritmo y melodía. Ahora bien, el hecho de intentar verter en ambos idiomas el mismo poema, de nuevo subraya la valentía que decíamos antes. Maria Teodora no quiere un lector rumano sólo, o sólo hispanohablante. Quiere que los dos puedan leer sus poemas. Y me apresuraría a decir que, incluso, si fuera posible, no estaríamos únicamente ante un volumen bilingüe, sino trilingüe o tetra… o, mejor aún, una sola lengua que comprendiera y llegara a todo hombre. ¡Qué tesoro perdimos en Babel!

En el evento del domingo, dejé que fuera Bécquer quien cantara, a través de mí, la verdad que sobre Maria todos los presentes pensábamos –aquél “poesía… eres tú”-, pero no quise dejar pasar la oportunidad de dar una respuesta poética a sus versos. Por ello, antes de Bécquer y su rima –indudablemente mejor acabados-, recité unas líneas dedicadas a Maria, y que ella lleva manuscritas en el ejemplar de mis Con versos que, a cambio de sus Ángeles, le regalé. Aquí, en Retrato Literario, merecen ser el final del homenaje.

DONDE VAN LOS VERSOS
(silva becqueriana quebrada)

A Maria Teodora Miclea

Dime por qué camino van tus versos
Para que los míos les acompañen:
Si es por el azul cielo
Volarán, surcarán hasta tocarte;
Si por el azul del mar
Serán las estelas, serán los remos,
Serán las velas, y serán los vientos,
Las olas y la sal;
Si van al Universo,
A las lunas y estrellas,
Serán astros, luceros,
Serán la redondez de los planetas
O la cola de tu estrella fugaz,
Serán el sol, serán eclipse luego,
Serán constelaciones de los sueños
Que parpadeen al verte pasar.
Di, tus versos…
                                            … los míos…
                                                                                       … ¿sabes tú dónde van?

Héctor Martínez

AUDIOVISUAL

Maria Teodora Miclea entrevistada en RTVE

Presentación: «Los ángeles también lloran», de Maria Teodora Miclea

La revista de arte y ensayo “Madrid en marco” y el Espacio Niram de Madrid presentarán el libro bilingüe de poemas şi îngerii plâng Los ángeles también lloran– de la jovencísima poeta Maria Teodora Miclea.

El acto tendrá lugar este domingo 29 de noviembre, a las 18h, en Espacio Niram de Madrid situado en Ópera, c/Independencia, 2. Entrada Libre.

En el evento intervendrán:

– Maria Teodora Miclea, autora del libro bilingüe şi îngerii plâng Los ángeles también lloran

– Héctor Martínez Sanz, escritor y filósofo, director de la revista «Madrid en cuadro».

– Mihaela Petrache, Centro Hispano-Rumano de Alcalá de Henares.

– Horia Barna, hispanista y director del Instituto Cultural Rumano.

Demostrando una seguridad que sólo pertenece a los dotados de luz interior, nuestra joven poetisa -¿joven?¡muy joven!- nuestra pequeña poetisa no teme utilizar, por una pate un lenguaje extraordinariamente natural; y, por otra parte, metáforas y, por otra parte, metáforas chocantes, casi fantásticas.

Prof. Ileana Bucurenciu

Me alegró encontrar en su joven corazón tal explosión de colores e imágenes visuales personalísimas. Son versos sensoriales que nos alcanzan y atraviesan, que nos penetran por nuestros cinco sentidos abiertos a sus sencillas y vivas palabras.

Héctor Martínez Sanz