POESÍA EN ESPACIO NIRAM
Romeo Niram, primero amigo y después artista, me persiguió durante algunas semanas para organizar un pequeño recital poético en Espacio Niram. Ayer, por fin, lo logró, aunque huelga decir que lo hice encantado junto a la enfermedad que me aqueja y que me impide decir que no a los amigos. Conté además con la inestimable ayuda de otros tres buenos amigos ligados al mundo de la literatura y el arte: Martín Cid, escritor y fumador de pipa, Isabel del Río, Historiadora del arte y amante secretamente público de Picasso y Yulia Martínez, además de fotógrafa, también escritora.
Preparar un momento poético tiene un grave problema: la selección. Elegir unos pocos versos que sirvan de botón de muestra, que al mismo tiempo recorran la larga o corta trayectoria, y, junto a todo ello, que sean poemas dignos de recitarse en público, poemas de los que no haya arrepentimiento o intención de corregir, añadir o quitar. Sin embargo, el modo de resolverlo es tremedamente sencillo: dejar que los amigos seleccionen. Así fue. Deposité en ellos los versos, la responsabilidad y confianza. Que no serán pocos los que queden sin recitar, es probable, pero no importante. Eligieron, y eligieron bien, poemas de hace tiempo y poemas recién hechos en el último año. Desde aquel A quien se ama o El punto que soy, pasando por tres divertimentos como Limón, Corazón y Cenicero, junto a composiciones de Por un horizonte de niebla, El galgo lento y dos homenajes: Un siglo de cenizas, por la novela de Martín, y el, probablemente, último que he escrito, Piedras, dedicado al escultor Brancusi y, al mismo tiempo, a Romeo Niram, que me llevó con su pintura a descubrir las obras y las formas de aquél.
Martín hizo, a la vez, de maestro de ceremonias, de entrevistador. Siempre hay preguntas que responder cuando alguien como yo desentierra versos. Pocos imaginan este otro pasatiempo mío, muchos se sorprenden y suele ser motivo para enarcar las cejas. ¿Cómo ese tipo que habla de libros, que tiende a pronunciar nombres de filósofos alemanes y uno de cuyos lugares naturales es una barra de bar -no diré cuáles son mis otros lugares naturales- nos ha salido poeta? ¿Cómo alguien tan devoto de la grosería y, a veces, de la impudicia, chabacano cuando quiere, resulta ser un arquitecto de versos? Aún más llama la atención que lo haga contracorriente del versolibrismo imperante, o la moda occidenteal del Haiku -porque aquí es moda y en oriente poesía-, que resurjan los alejandrinos, las silvas, los sonetos y las octavas, las asonancias, que asomen la cabeza Quevedo, Bécquer, Rubén Darío, Machado, Juan Ramón Jiménez, Aleixandre, Gómez de la Serna, Gloria Fuertes, Hierro… pero no suene arcaico, avejentado nada más componerse, sino incluso, joven, personal. Ayer respondí a todo ello: mi preferencia por el poema breve, condensado, no narrativo, rimado con asonancias o hibridez, siempre próximo al arromanzado, aunque conviviendo con el heterosilabismo, con la rima interna, con elementos considerados antipoéticos como el verso esdrújulo o agudo, sin preciosismo; tanto da el tema trascendente como el motivo cotidiano y no veo problema en aunarlos, por ejemplo, en los Divertimentos; mi intención de anudarme con los flecos que quedan del Siglo de Plata de las letras españolas -siglo, aunque sea poco más de un tercio-.
En nuestra poesía española siempre se ha sentido el latir y la vibración de lo vivo atravesado por el mundo o cruzándolo sin reservas. Un latir presente aún cuando mirase otro tiempo, capaz de traducir nuestro alma y nuestro misterio con tal razón poética. El español no es abstracto, y cuando lo pretende, se enmaraña entre metáforas más que entre conceptos. Sentimos pasar las horas, sabemos de nuestro fluir más que de nuestro permanecer, como algo esencial que no es posible omitir en nuestra biografía. Cuando hablamos, el curso del tiempo cobra protagonismo en el verbo, incapaces de no usar junto al presente, el imperfecto, el indefinido –extendido, por su peculiar confusión con el pretérito perfecto compuesto- o el condicional, porque sabemos que todo está en el aire y que nada puede darse por terminado. Sin querer, por naturaleza, ligamos el pretérito con nosotros a través de los sucesos y acontecimientos que nos erosionan. Poco miramos al futuro, y de hacerlo, siempre lo intentamos pescar con el cebo y sedal de la interrogación. Sabemos vivir sin futuro, pero no sin palpar constantemente nuestro fluir en el tiempo, no sin dejar constancia de cuanto nos ocurre y afecta en lo cotidiano, no sin la conciencia de vivir en la expansión de nuestra propia historia. No somos un pueblo callado. Nos pierde mucho la boca y su tono. Por ella, no decimos, sino que exhalamos los desahogos del espíritu, las inquietudes y las apreturas de la vida. Lo que otros resuelven con un silogismo, nosotros, sólo nosotros, le damos forma de estrofa o canción; lo que en otros lugares serían premisas y conclusión, se vuelve en nosotros el verso tras verso de un poema inacabado. La poesía, que en otros sitios eleva al hombre hacia una trascendencia, a nosotros nos sumerge en la verdad cotidiana y sus grilletes de condena a la temporalidad. Los demás aspiran a conquistar el universo con una fórmula, mientras nosotros nos recreamos en el mito y el lirismo espontáneo del refrán, en la poética sabiduría popular, fuente única de evidencias que jamás ponemos en cuestión. Nuestro refranero no es sólo una muletilla que incorporamos al discurso, sino nuestra contestación a las circunstancias. Lo mismo que cada poeta con sus poemas.
Si yo tuviera que responder a la pregunta de Machado, ¿soy clásico o romántico?, respondería que ambas y ninguna. En ambas está la fuente, pero no soy fuente, sino gota de la corriente, de esas que van, como todas, a dar a la mar. Diría que soy español, y con ello, debería estar respondida la pregunta, tal y como quedan explicadas todas nuestras excentricidades para el resto del mundo. No lo digo por patriotismo, sino por la sencilla razón de que es en lo español donde me he configurado. Precisamente, Martín me preguntaba cómo era posible conjuntar la filosofía con la poesía sin que la segunda se viera perjudicada en su esencia, y mi respuesta recogía el guante unamuniano: nuestra filosofía, la española, no existe en tratados, sino en la literatura, en la pintura y la música -por eso sólo a Ortega se le llama filósofo, aun cuando recurre a estilos literarios-. Los españoles elevamos el pensamiento grave en la expresión artística porque es el límite que toca ya con la inefabilidad. Huímos del encorsetamiento lingüístico del diccionario, porque no nos es suficiente. Por hacer, los españoles, damos palmas y nos enorgullecemos de un himno sin letra, que se tararea como en una inconsciente vanguardia, gesticulamos con todo nuestro cuerpo y tenemos mayor tradición dramática que cinematográfica. Somos, incluso, uno de los pueblos más onomatopéyicos que existen, ruidosos en nuestro griterío. Nos expresamos con todo y todo es cauce de esa filosofía cotidiana, popular, honda. ¡Cuánto habría dado porque Aristóteles fuera español!
Así, Yulia ayer leía El punto que soy como versos inscritos en el extraño límite literario filosófico español:
El punto que soy en el universo
va dejando de ser punto, vacío,
está dejando un hueco de silencio.
Voy desapareciendo del mundo
difuminándome en recuerdos,
vuelto y sin esperanza. Todo
lo que es nuestro,
de los hombres, ya son quimeras
fascinantes de los sueños.
Mi figura, se quiebra
doliéndose de su ser extenso,
y todo lo que es mío
-¿Hay algo más que mi cuerpo?-
se enterrará bajo arenas
del olvido y aguas de infinito tiempo.
Isabel leía el agrio «divertimento» del Limón:
Limón,
si te azucaro el vientre
¿Me sabrás mejor?
Hay quien salado te prefiere,
poniéndote alegrías y humor.
Yo, cruel, te abro en canal
para robarte sin mal
todo tu amarillo color.
Y Martín escogía las palabras de El galgo lento:
¡Hay que tener corazón para verlo!
Aún tiene su porte
Sostenido por sus cuartos traseros,
Orejas rectas, alto,
De duro y blanco pelo;
Sin embargo, el galgo parece un chucho,
Vulgar y callejero,
Mascando mendrugos de duro pan;
¡Ay, Galgo! ¿Qué te han hecho
si hay que buscar tu raza
por costillas y huesos?
Dime en dónde estuviste
¡Dónde te hicieron esto!
¿Fue detrás de la verja,
Por ese camino que lleva adentro?
Allá no pudo ser,
A los hombres, allí los vuelven perros…
¿O también te quitaron lo que fuiste
Sin pensar lo que hacían, compañero,
Sin pensar lo que eras tú,
Si hombre, animal o leño?
Lo dije al principio. Supieron elegir. Sabía que sabrían hacerlo. Ellos solos sacaron todo. Yo, el poeta, era un espectador que, de vez en cuando, metía baza, porque me cuesta estar callado -buen español-. Les contemplaba con mis versos en sus labios, con mis rimas en sus voces… yo susurraba algunos para mis adentros. Romeo sonreía, esperando a Brancusi. Brancusi y yo nos hicimos de rogar, pero, qué mejor forma hay de terminar un recital en Espacio Niram sino con las Piedras de Constantin Brancusi convertidas en alejandrinos arromanzados, qué mejor forma sino alegrar a los amigos y homenajear a un pueblo entero que me reservó un rincón de su mundo para mis poemas.
Héctor Martínez
AUDIO: Piedras , Homenaje a Constantin Brancusi y Romeo Niram
Música: Johannes Brahms Intermezzo Op. 118 n.2
AUDIOVISUAL: Piedras, Homenaje a Constantin Brancusi y Romeo Niram (Espacio Niram 08/08/09)