«A TRAVÉS DEL ESPEJO» Y «ARIZA», MARTÍN CID E ISABEL DEL RÍO

Martin Cid

Martín Cid

El motivo y causa de que hoy te acerque, lector, a Martín Cid, no es otro que la presentación, hace poco, en el Estudio Torres de Madrid, de la novela Ariza, escrita junto a Isabel del Río y editada por Grupo Alcalá. El problema es que no la he leído, más que nada porque no ha caído aún en mis manos, asunto por resolver en los próximos días. Por tanto, poco puedo decir de momento, sabiendo que dejo una deuda pendiente y un espacio reservado para el título en algún día no precisado. Sin embargo, desde la amistad, quiero, como honradamente querría cualquiera, servir como eco de su obra.

Hablar de amigos y conocidos, aunque parezca lo contrario, resulta harto difícil. Hasta qué punto uno es justo con ellos -cuando se pretende-, por dónde empezar y en dónde ya hay que callarse. Conozco a Martín Cid y su pipa de alguna tertulia, espaciadas en el tiempo, en el Estudio Torres de Madrid, allá por la zona de Tribunal. Fueron, quizás, mis dotes para cabrear al personal, las peculiaridades de Martín, y el aprecio de ambos a una buena charla lo que más nos han acercado. Esto y los amigos comunes, por supuesto, Alfredo y Jaime, inestimables en el arte de avivar el fuego de una agradable discusión sin límites. Y del roce -no de cuerpos, sin ofender- surge el cariño, dicen. Nunca soporté a Joyce y eso es algo que Martín lleva muy mal, lo cual le hace bastante entrañable e imprescindible en el panorama. Quiero decir, el no haber podido pasar de la página veinte del Ulises no es un obstáculo para estrechar con aprecio su mano. Y él que la ofrece, siempre y cuando no se achante uno en sus posiciones respecto de Joyce. Ante todo, integridad y no adular las orejas.

A través del espejo, Perversidad, su colaboración en Yareah -Revista Magazine de literatura- Un siglo de Cenizas y Oficios ingratos -en proyecto ambas, son textos donde el tema de los reflejos valleinclanescos, las máscaras, la música, y las estucturas narrativas se muestran como los rasgos definitorios del autor. Se trata de obras que inmediatamente nos introducen en el universo literario al consagrarse como ecos de Joyce, Poe, Carrol, Dostoievsky, Mann, Dante o García Máquez, y hasta de Borges -pese a que, creo, no lo ha tocado nunca- en la reinvención de personajes y la construcción de historias sobre historias. Es la literatura mirándose al espejo: la tan criticada y denostada metaliteratura. (Léase para la cuestión Mis cien escritores favoritos, publicado en las Guías culturales de Liceus.com)

Martín Cid-Isabel del Río

Martín Cid-Isabel del Río

El hecho de que la propia narración abandone el primer plano y no asuma más exigencias que las que se imponen en la misma creación, se relaciona con el otro fundamental esfuerzo puesto en la estructura musico-literaria, pensada como notas en un pentagrama y como pura sinfonía de personajes, armónica o en intervalos disonantes -Isabel del Río me reconocía que a Martín hay que ponerle un límite para que no desbordase en el caos, aunque un caos de los que guardan, curiosamente, orden y concierto-. Relatos cortos independientes que conforman una misma historia, como en A través del espejo y Oficios ingratos, la trabazón cabalística de Un siglo de cenizas o el texto de lectura invertida que presenta junto a Isabel en Ariza, aprovechando ya incluso el propio formato del libro impreso.

Hasta aquí, lo que Martín y yo hemos comentado en alguna ocasión. Sólo puedo hablar por mí mismo, en realidad, de una obra: A través del Espejo. Cuando supe de su publicación en Cervantes Virtual, me precipité a leerla. Y hoy tengo la excusa perfecta del autor para hablar de ella.

Lo primero, reconocible a distancia, es la comodidad -si puede usarse este término- de no leer con la soga al cuello por tener que terminarla. La estructura comentada de relatos cortos independientes, configurando una misma historia, permite quedarse con los retazos sueltos de cada relato. Es un acierto tal estructura con lo horrible que resulta leer necesitando mantener una regularidad y pensando que todo consiste en descubrir página a página como terminará todo. Sobre todo cuando la literatura -de nuevo, si puedo usar el término- ha desembocado en el océano del contenido y la trama y se ha olvidado del relieve que le atribuye formas. En segundo lugar hay que subrayar el excelente trabajo en los desdoblamientos de personaje a que asistimos -como por ejemplo en la Primera Parte Sobre William Wilson, recogiendo el guante de Poe-, jugando con la voz de un narrador protagonista que se narra, alternativamente, a sí mismo en tercera persona:

Y allí entró, entré, y así observó los rostros macilentos de un enjambre sin reina

Y una narración que se sigue en los personajes, abundando más en descripciones de un magistral universo de adjetivos. Recuerdo, por ejemplo, el comienzo de la Segunda Parte:

Era un pa[i]saje rugoso, estrecho, penoso… Rodeado por el angosto bosque, regentado por el espeso cielo, enclavado en la noche, esculpido por el ventear constante, amarrado en el tiempo y en el silencio…, rudo y familiar, desgarrador y triste, aterrador, ronroneante, espeso, seco y filtrado, musical y apático.

Se trata de adjetivaciones de libre asociación, creando al azar, al menos para el lector -papel que asumo-, ingeniosas metáforas nunca oídas, entre aliteraciones y sinestesias -«blanco su blando rostro alado como la luna de lana», «la vedada bella vela, tratando a ambas de olvidarlas», «Las olas martilleaban leves las piedras húmedas, acariciándolas seguras», » Los sonidos de la noche se movían, crepitaban entre las luces», todo ello en la Segunda Parte, Drama. Adjetivación recurrente que hace discernible cada relato, ya el «filoso» de William Wilson, ya los citados de la Segunda Parte, ya, por no seguir, la Tercera Parte en cuyas primeras líneas:

La noche centelleaba, palpitante de reflejos y pálida, reflejada en la claridad de la noche, iluminada siempre el reflejo de la Luna sobre sus aguas

El ambiente: nocturno, humeante, sobretodo nocturno y humeante, sí; entre prostitutas, alcoholes y póker. Lo que muchos considerarían sórdido, y en Martín se presenta con total naturalidad, hasta con toques de romanticismo. Sólo alguna vez se advierte el emprendido camino del sol en la amanecida. ¿Un protagonista? Es imposible decidirlo, toda vez que quien lo es en un relato, se vuelve secundario en otro, sucesivamente. Elegir uno constituiría un atentado contra la obra, acaso entre los que devienen persona. Acaso la naturaleza, que no sólo configura el entorno y marco, sino que -de nuevo romanticismo- se deja moldear al gusto de la situación. Qué le vamos a hacer; la noche es así, manejable desde el momento en que podemos decidir dormir y soñar, velar y vivirla.

¿Dónde se encuentra la música? Si queremos ser evidentes, vayamos a la Tercera Parte, Sobre Annabel Lee, y la Misa-Requiem, que por largo tiempo tendrá el sonido mozartiano -incluso cuando Mozart la dejara inacabada. Si preferimos mirar la obra general, adviértanse los cambios de tema principal y acompañamiento, sus combinaciones, los acordes entre las partes… las aceleraciones y refrenos de la historia en cada relato, como movimientos de una misma pieza.

El secreto de cuanto ocurre corre por cada texto pero también en la unidad de todos ellos. Llegar a la coda de la Quinta Parte, después del relato del Rayo verde y… no lo contaré aquí, pero, quien haya leído las Alicias de Carrol, quizás también se descubra al final, si se ha querido llegar, despertando de un sueño. No es algo tan inesperado, ni coge por sorpresa al lector, si se ha leído bien la novela.

A mí me queda aún rato para seguir leyendo el resto de Martín Cid. Pero valga como presentación particular -que no la necesita.

Héctor Martínez

Audiovisual:

Video presentación de la novela «Ariza»

Deja un comentario