COLOMBINE SILENCIADA

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Hoy, 3 de abril se publica en El País un artículo con motivo de la edición de Concepción Núñez de los artículos de Colombine con la Junta de Andalucía, que sostiene, una vez más falsamente, casi ya como lugar común, que fueron el franquismo y la iglesia los que silenciaron el nombre de Carmen de Burgos, y a la sazón los culpables de que nada sepamos de esta escritora en nuestros días.

Lo que no dice el artículo —en tiempos de campaña electoral hay que sacar el demonio del franquismo a pasear— es que Colombine falleció en 1932 ya olvidada por esa República recién instaurada y que ella tanto soñó. Y esto sí fue un silencio doloroso, porque venía de los que tomó por los suyos. Aún quedaban años para el ascenso de Franco, y la capa de olvido ya se había depositado sobre Carmen de Burgos. Irónicamente, el hecho de que el franquismo la censurara —junto a otros miles— incluyéndola como autora prohibida es casi un reconocimiento a su obra, mayor incluso que el nulo reconocimiento republicano. Tampoco dice el artículo que mucho de ese silencio también se debió al encargo de una biografía ensalzadora de Riego, aquel Gloriosa vida y desdichada muerte de don Rafael del Riego, que acabó defenestrada por caer demasiado en la mitificación —no dudo de que así se lo exigieran— y sustituida por la encargada a otra persona.

Que una vez muerto Franco, haya seguido en el olvido, tampoco es achacable al franquismo: muchos otros fueron prohibidos y no costó restaurarles su dignidad literaria frente a la ignominia. Nuestra flamante democracia es la que teniendo los medios, no lo hizo.

Hay quien culpa a la Academia, a las instituciones… pero lo cierto es que la BNE tiene toda su obra digitalizada y accesible a todo el mundo; también hay una hemeroteca digital donde consultar sus artículos desde cualquier ordenador con acceso a internet —en el propio artículo se describe a Concepción Núñez protegiéndose del polvo de legajos mientras se afirma que hoy está a un clic—; la Cervantes Virtual también aloja buen número de obras de Colombine abiertas a todo público; hay un premio internacional de periodismo con su nombre, hay calles, bustos y estudios de su obra que nos llegan desde diferentes Institutos de la mujer, desde asociaciones y entidades de Almería, Andalucía y la voz de no pocos estudiosos e hispanistas de dentro y fuera. Yo mismo, que no soy sospechoso, reedité una novela olvidada de Colombine —La mujer fantástica, 1924— y recompuse no hace más de dos años, atendiendo a dichos estudios, su biografía, recopilando un amplio abánico de imágenes, testimonios y juicios.

«Una antología reúne 350 artículos de Carmen de Burgos, borrada de la historia de la literatura y el periodismo españoles durante la dictadura por su compromiso social» reza la entradilla del artículo, para afirmar en el cuerpo: «Una mujer a quien el franquismo y la Iglesia borraron eficazmente de la historia de las letras españolas» y finalizar: «Cuando llegó el franquismo, hicieron desaparecer el legado de esta mujer libre que encarnó lo contrario de lo que promulgaba el régimen, con unos valores escandalosos y peligrosos para la Iglesia». No, no hizo falta que llegara el franquismo: ya la República la había olvidado y desde 1976 lo sigue estando. Parece mentira que el mismo El País, por estas mismas fechas pero en 1998, publicase un artículo sobre un libro de Memorias de Carmen, también sobre el periodismo de Colombine, dando por bueno el juicio de Federico Utrera: «Carmen de Burgos, Colombine, fue una mujer de comienzo de siglo adelantada a su tiempo que «la República silenció y el franquismo sepultó»». ¿Hasta cuándo va a seguir siendo Franco y la Iglesia la excusa de silencios como este? Ya vamos para cuarenta y cinco años desde la muerte de Franco, hemos cambiado de siglo y de milenio, yo he podido acceder sin mucha dificultad a la escritora y a su obra, recuperarla a título personal. No está borrada, créanme, simplemente no está recuperada, y esto ya no es culpa del franquismo ni de su eficacia. Franco y la Iglesia sirven para seguir justificando la indolencia de quienes protestan de tan viva voz y no hacen nada, pudiendo —y esto es lo grave… pudiendo…—.

Por otro lado, creo que no debemos caer en la sobreactuación. Ya ocurrió con Gloria Fuertes y ocurre cada vez que existe un interés editorial y político: en Carmen de Burgos no hay un Cervantes o un Lope de Vega, no hay una Teresa de Jesús, ni una Pardo Bazán ni una Laforet. No le hace ningún bien a su memoria sobrevalorarla y provocar un chasco inevitable en aquellos que se aproximen a su obra con una expectativa creada y no satisfecha. A la larga, esto aboca a un abandono mayor después, porque hay una mayor sensación de fraude y desengaño en el lector y el académico o el hispanista.

Héctor Martínez

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