«LA FABULOSA HISTORIA DE HENRY N. BROWN», DE ANNE HELENE BUBENZER

He dudado si reseñar o no esta novela. Suelo hablar de libros que me hayan dejado un buen sabor de boca, quizás alguno que se me haya atascado pero que al final tiene más elementos positivos que negativos, o los negativos son marginales… recuerdo solo uno o dos libros que realmente haya descuartizado, pero la razón no era tanto el libro mismo, que ni siquiera tendría que ser malo de solemnidad, como el hecho de verlo ensalzado, sobrevalorado y premiado sin fundamento ninguno. En esos casos la casquería está servida. Sigo, como bien me enseñaron, aquello de si no tienes nada bueno que decir… Pero entiendan que no es una máxima como tal: a veces lo que se tiene que decir, sea bueno o malo, o se lo parezca a quien se lo parezca, hay que decirlo. Es una máxima que solo aplico cuando creo que haré más mal que bien, no al libro, sino a su desconocido responsable. En otros casos hay que aplicar la proporcionalidad de confianza y asco.

He dudado, sí, a pesar de las valoraciones que puedan ver ustedes en forma de estrellitas por la Red —tampoco he visto que haya sido un libro muy reseñado—. He dudado, sí, porque es un libro muy desigual, y las partes que se atragantan por pesadas o por ñoñas no son marginales, sino todo lo contario. No tenía muy claro si lo positivo realmente podía ayudar a olvidar que hubo momentos en que estuve por dejarlo a medias y no volver a él; y, si volví, fue porque soy terco. Pero… seré justo… no me parece una mala novela… para ser la primera de su autora… y entiendo que haya lectores que estarán dispuestos a desollarme… puede que yo ponga exigencias y reparos que el libro no pretende enfrentar (mea culpa)… pero… sea yo, sea el libro, hay algún pero en esta historia.

Pongamos contexto. La fabulosa historia de Henry N. Brown (2008), escrita por la alemana Anne Helene Bubenzer, es una novela narrada por un oso de peluche, el cual va contando y juzgando la historia del siglo XX, a partir de 1921, según va pasando de unas manos a otras, de unos dueños a otros, de unos países a otros, de unas épocas a otras. Así dicho, y con este título, uno espera ver como se realiza ese fabulosa que adjetiva a historia. Y aquí viene uno de los primeros problemas: que al leerla, la historia no es fabulosa, más allá de que nos la cuente un oso de peluche. Y lo cierto es que su historia tampoco es: la historia ocurre ante el oso, la historia es la de los demás, al oso le pasa más bien poco. Un poco de título hay en ese clickbait. Una vez leída, opino que el título debería quedar en Henry N. Brown, el nombre del oso: porque, eso sí, como narrador encima se arroba el protagonismo, ensombrece a los personajes cuya historia nos cuenta, y eleva juicios y opiniones en lugar de dejar que sea el lector el que saque sus propios juicios a partir de la narración. No me molesta que el narrador opine, pero tampoco me gusta cuando parece intentar convencerme a costa de la narración misma. Acaso la historia de Nina es de las pocas que no sufren por ello, el protagonismo recae en los personajes y, sobre todo, en el suceso, y gracias a ello es de las historias más auténticas y conmovedoras del volumen. Podríamos sumar la historia de Fritz.

Portada Grijalbo

Otro punto muy flojo está en el tono. El tono es demasiado pueril, dentro de un estilo excesivamente sencillo (accesible, lo llaman hoy de manera eufemística): el registro que usamos ha de adaptarse a nuestro receptor, y en este caso, el registro se adapta a un niño de 10 años, cuando no menos. Si no fuese por unas ciertas escenas duras y ciertos guiños, que al niño de 10 años se le escapan, no tarda el lector en pensar que le están tratando como al niño de 10 años que no es. Que tu narrador sea un oso de peluche, que lo envuelvas del componente navideño, y vaya de mano en mano de niños, no significa que el tono, el estilo y el registro deban adaptarse a estos. Y cuando el peluche no está en manos de niños, sino que los propietarios del oso son adultos, suelen ser en mujeres y hombres enamorados donde el tono se convierte en ñoño, no, lo siguiente. Rara vez este tono pueril y ñoño abandona la narración, indiferente a lo que está contando, y de ahí que el adjetivo que más veo en las reseñas de los lectores es que se trata de una historia tierna. Cuando uno piensa que pasan por la Segunda Guerra Mundial, la invasión de Francia, que hay suicidios, intentos de violación, ejecuciones, revueltas, dramáticas muertes por enfermedades terminales, maltrato, familias desestructuradas con hijos sufriendo… cuando uno ve que casi ninguna historia es ajena al dolor, a la muerte, a la desaparición o a la catástrofe… que sea el adjetivo tierno el que describa esta narración para los lectores desvela un grave inconveniente en el tono.

En esencia, es una retahíla de historias independientes, solo hiladas por la presencia del oso de peluche. Puede que la pega esté en que se presente como novela, y de ahí que rechine tanto la diferencia entre unas historias y otras. Varias veces pensé que esto no era una novela sino que lo habían convertido en novela, reuniendo historias que se concibieron por separado. En una novela el lector presupone que habrá una historia que plantea una situación, uno o varios problemas o conflictos, que han de verse resueltos de algún modo. Y aquí se presentan muchas historias de muy distinta naturaleza con resoluciones muy variopintas, sin que se reconozca un in crescendo hacia algún clímax en conjunto. Solo el oso es el nexo de todas. Y aunque las historias sean autónomas, ha de haber un hilo conductor que vaya del planteamiento al desenlace. Propondré como ejemplo de una novela similar a esta, pero que cumple con esa constancia del hilo argumental, el Lazarillo: cada tratado está con un amo, igual que en esta novela el oso pasa por distintos dueños; pero en el Lazarillo cada tratado hace crecer al personaje, este aprende, en un clásico ejemplo de Bildungsroman de modo que el inicio in extrema res y el final cierran un círculo coherente. En esta novela, que también comienza in extrema res, sin embargo no se cierra ningún círculo (de hecho, debo decir que el final es decepcionante): ni es relevante que el oso haya contemplado la historia del siglo XX, ni que haya pasado por las vidas de los personajes, ni que estos lo hayan tenido por un tiempo… tampoco supone todo ello ninguna diferencia para el oso de peluche, que hasta él mismo lo reconoce en varias ocasiones, disculpándose en ser un oso de peluche. Reitero que mi reparo está en que el oso de peluche actúe, al mismo tiempo, como narrador y como personaje protagonista, sin que, realmente, pueda tener más protagonismo que ser el punto de vista desde el que narrar la novela. Opaca el resto de historias y personajes sin la capacidad real de hacerlo y esto desarticula cualquier hilo que acabe en un desenlace. Es más, no existen desenlaces, aunque esto, como contaré a continuación, puede tener algo bueno que creo que ha estado mal llevado a término.

Podría señalar alguna cosa más que no me cuadra, que me rompe la lectura, pero creo que, en esencia, he subrayado lo más gordo de lo que no funciona. Y, como se ve, lo más gordo afecta a elementos fundamentales de la novela. Ahí radicaba mi duda: ¿realmente hay algo positivo que pueda salvar el libro, a pesar de todo lo anterior? Al fin y al cabo, aunque por terquedad personal, lo he leído. Pues creo que La fabulosa historia de Henry N. Brown es uno de los primeros casos en los que los puntos positivos, siendo marginales, merecen ser señalados. No salvan el libro en su conjunto, claro, pero creo que es justo contraponerlos en el otro plato de la balanza, pese a hacerlo a sabiendas de que no va a darle la vuelta a la tortilla. Me parece justo, y esto me ha parecido importante, cuando se trata de la primera novela de su autora, Anne Helene Bubenzer.

ANNE HELENE BUBENZER

Empiezo por el narrador. Hay quien no termina de ver que un oso de peluche pueda ser un narrador. Ahora bien, a mí me parece elección muy válida e interesante: se trata de un narrador implicado en la historia en la que no interviene, es un testigo mudo; y al ser un objeto inanimado, da mayor credibilidad a lo que ocurre ante él, esto es, los personajes no se cohíben y actúan con sinceridad en su presencia. ¿Se reprime alguien al comportarse ante un peluche? Por otro lado, como peluche, es asumible que los personajes lo humanicen en falso, es decir, lo nombran (por cierto, cada uno de una manera distinta, luego lo comento), le hablan, se convierte en un objeto de desahogo y confesión, pero todos saben que, en el fondo, es un peluche. Esta humanización, aunque falsa, permite que aceptemos la voz del oso como narrador. Es, desde luego, un punto de vista voyeur excelente para el lector. Pero debería mantenerse neutro, un cruce entre el narrador homodiegético testigo y el heterodiegético observador. En este sentido, me encantó lo bien explicado que aparece esto: «la dimensión de mi tragedia personal: ¿qué sentido tiene estar en el mundo si no puedes moverte y no puedes hablar, pero al mismo tiempo estás sometido a cuatro sentidos muy vivos? Sí. Eso hay que digerirlo. Los pensamientos amenazaban con precipitarse». Bubenzer era consciente de este reto, y lamento que no fuera consecuente.

Obviamente, este narrador está muy limitado. No puede interactuar —aunque los personajes sí pueden interactuar con él—, no se mueve por sí mismo, no puede contar lo que no sucede frente a él. En diversas ocasiones Anne Helene Bubenzer nos traslada la inquietud del oso por no poder ver que sucede detrás de él, no poder volverse, no poder decir lo que sabe, o que caiga al suelo y quede bocabajo sin poder ver qué sucede, que vaya dentro de un equipaje o macuto y por tanto su narración solo se base en lo que puede oír. Esto no tendría que ser un impedimento, al contrario, puede ser muy dinámico, y en bastantes ocasiones la autora maneja con inteligencia este factor: la historia del siglo XX la conocemos en la intrahistoria que es la vida de los personajes, en cómo les afecta, altera, cómo la juzgan o la integran en su rutina, en las minucias de la vida de los personajes. Y esas minucias son las que el oso puede contarnos. Con buen pulso la autora pone al oso junto al soldado nazi y de forma muy natural el oso describe: «Oí suspirar decepcionado al monstruo. Sonó como el suspiro de un hombre. Era un hombre. (…) Hasta entonces no se me había ocurrido pensar que los alemanes escribieran cartas de amor. No me entraba en la cabeza que aquellos hombres tuvieran esposa y familia, que tuvieran un hogar, ni que imaginaran siquiera qué era el amor (…) Los observé, busqué en su comportamiento y en sus comentarios pruebas de su falibilidad, y sólo descubrí que su máximo error era ser personas» —¿a quién no le parece estar leyendo una versión de Hannah Arendt?—. Para el final de la guerra, el oso se encuentra ante un pensamiento complicado: «alguien había invertido los términos. Ahora eran los alemanes los que temían a los soldados extranjeros. Verduleros, maestros, taberneros, madres, hijos; su miedo no se diferenciaba del de los franceses», un buen remate de la idea de banalización del mal. No obstante, en varias ocasiones se fuerza la narración para que el oso sea consciente de hechos que van más allá de su entorno directo y sus limitaciones (conversaciones algo forzadas, noticias que ha escuchado en la radio…) y resulta artificioso.

El oso, ya no como narrador, sino como personaje dentro de la historia, si bien ya he dicho que se le asigna un papel protagónico que no representa —mejor dicho, que no puede representar—, ejerce bien de espejo de los personajes. Por ejemplo, a la hora de bautizarlo —humanizarlo— en cada historia recibe un nombre distinto: el que le dan los personajes de la misma. Es una manera de hacerlo suyo, claro está, pero también una manera de que en el oso se refleje el carácter de cada nuevo propietario. El oso se desdobla: la voz narrativa sigue siendo la misma, pero el oso como personaje se integra en cada historia como una novedad para sus personajes a la vez que se distingue de las anteriores. ¿Cómo llamaría a un oso una muchacha británica, o un chico francés, o una niña húngara bajo circunstancias muy distintas? Henry N. Brown, Puddly, Doudou, Ole, Mon ami, Paolo, Mitschi Motschko… son algunos de los nombres que recibe de parte de sus propietarios y que sirven para trazar esa frontera entre el oso narrador, que para el lector siempre es el mismo, y el oso de peluche, que cambia según los personajes. Así, cuando es Puddly no puede ser Ole ni Paolo etc., pero siempre es el narrador.

La novela recurre a la analepsis para la narración desde un presente de los distintos momentos y vidas de los que ha sido testigo el oso. Los capítulos impares nos sitúan en ese presente, y funcionan como interludio para los pares, que  corresponden con la retrospección en cada cambio de dueño. Estos últimos comienzan siempre in media res, con la nueva situación ya comenzada, para desarrollar después cómo pasó del dueño anterior al siguiente. El recurso es efectivo, ya que genera cierta intriga: hace saltar en el lector preguntas sobre qué pasó con y cómo se llegó a. Eso sí, como lo hace en cada capítulo, se vuelve demasiado reiterativo y pierde su eficacia. Aquí, no obstante, juega un papel importante algo que referí líneas antes: las historias, diría que la mayor parte, no tienen un desenlace real, los personajes siguen sus vidas sin el oso-narrador y jamás sabremos qué fue de. El oso se cae, se pierde, se lo dejan olvidado, lo regalan… nada sabremos de aquellos de los que se separa. Son finales abiertos, ante los que hasta el propio oso llega a sugerir la posibilidad de algún reencuentro o expresar la nostalgia y preguntarse dónde estará cada cual.

El último elemento positivo que señalaré, he de decirlo, es algo más del gusto personal, y se trata de los guiños intertextuales, especialmente literarios, las referencias, los Easter eggs,como está a la moda decir. De forma general, el hecho de que haya editores, escritora, poemas; y de manera más concreta que nos topemos con Virginia Woolf, Evelyn Waugh, el Orgullo y prejuicio de Jane Austen, el oso Paddingnton de Michael Bond —al que hay referencia literal, pero son más curiosas las referencias indirectas—, Rita Mae Brown, E. M. Foster o A. A. Milne. También es interesante observar referencias musicales o cinematográficas de la cultura de masas (Joan Baez, Rolling Stones, Beatles, Elvis, James Dean, Marilyn Monroe, Audrey Hepburn…) a través de los que se nos indica el tiempo en que nos encontramos sin necesidad de una fecha concreta.

Esos son los puntos fuertes en mi opinión. Todos ellos suponen un buen punto de partida y buenos ingredientes cuya ejecución no ha sido la adecuada. No responde de la expectativa que genera ni es constante ni permite que el lector acabe de sentirse a gusto con la experiencia misma de leerla. Teniendo un andamiaje que prometía, la novela no salió tan bien como podría haberlo hecho y todo el potencial inicial se va desinflando página a página.

Héctor Martínez

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