«JANE EYRE», DE CHARLOTTE BRONTË

Charlotte Brontë

Charlotte Brontë

La trágica saga de las hermanas Brontë entregó a la literatura decimonónica, al menos, tres grandes novelas, una por hermana, al margen de otros textos que no lograron el mismo éxito. Así, Cumbres borrascosas de Emily, Agnes Grey, de Anne, y de la que nos ocupamos hoy, Jane Eyre, de Charlotte, cuyo subtítulo «Una autobiografía», se perdió con el tiempo quedando el nombre de la protagonista como rótulo para la posteridad.

El libro obtuvo un buen recibimiento -excepto cuando se supo que tras el nombre de Curt Bell se escondía en las inicales el nombre de la autora-, a día de hoy revalorizado por el mundo feminista que, como tantas otra veces, está eclipsando el resto de valores literarios de la obra. Es cierto que la novela nos introduce en un mundo de mujeres desde la perspectiva de otra mujer, y que los personajes masculinos, en su mayoría son como fantasmas de atrezzo. Ya en Gateshead, el entorno es puramente femenino entre la tía Reed y las hijas Georgina, Elisa, la niñera Besie y la criada, la señora Abbot. Sólo un personaje masculino, Juan Reed, cruel y egoísta -más incluso que sus hermanas; ya en el colegio Loowod, de señoritas, donde el único personaje masculino vuelve a ser un indeseable, el señor Brocklehurst; ya en Thornfield, con la señora Fairfax, Gracia Poole, las damas nobles en las que se detiene más que en los varones, excepto el contraste sexual del señor Rochester, hombre entre antipático, extraño y entrañable; ya en Moor House, con Hannah, Mary, Diana y un nuevo personaje masculino, el hermano despótico Juan Rivers, tan distante como cualquier otro desde un comienzo.

Si bien la narración en primera persona límita al lector el conocimiento del entorno de la protagonista, sólo visto a través de sus ojos y juzgado por ella, logra darnos, sin embargo, el principal objetivo narrativo de tal punto de vista: el desarrollo interior y la influencia del alrededor en Jane Eyre. Más que todo cuanto ocurra fuera, el núcleo fundamental de la novela es cuanto ocurre dentro y a lo largo del tiempo en el yo-narrador de Jane Eyre, que no es, sino, en muchos casos el de la propia huérfana Charlotte Brontë. Del mismo modo, el estilo autobiográfico genera un ambiente de confidencia junto al lector con los pensamientos y la visión del mundo que ofrece la protagonista, permitiendo así saltos de tiempo con solicitado permiso que, sin esta complicidad, serían incomprensibles. Así, en algunos capítulos como el Cap. X:

Hasta ahora he consagrado varios capítulos a detallar todos los pormenores de mi insignificante existencia. Pero ésta no es una biografía propiamente dicha y, por tanto, puedo pasar en silencio el transcurso de mi vida durante ocho años a partir de los diez, no consagrándole más que algunas breves líneas.

Donde no deja de ser curioso el remache «Pero ésta no es una biografía propiamente dicha». O en el Cap. XXVIII:

No me pidas, lector, un relato minucioso de aquella jornada.

Cita que llama la atención al tratarse de una novela romántico-realista, donde, al mismo tiempo que la descripción acude a los detalles más infímos, a los estados de ánimo, emociones y sentimientos, para los cuales, los elementos de la naturaleza se adaptan, sirven de marco y añaden la carga expresiva de los mismos. No es ocioso que los apasionamientos y los misterios sean nocturnos, con tormentas y rayos de fondo, el sosiego y tranquilidad en días hermosos de sol, las dudas, las huídas, coincidan con el frío de las madrugadas, y la soledad venga, magníficamente presentada, en uno de los pasajes de mayor gusto literario cuando, a la llegada a Whitcross, la protagonista se refugia en la naturaleza, duerme a la intemperie sobre la hierba húmeda, entre rocas, o sobre el suelo embarrado, bajo la lluvia:

La naturaleza me pareció benigna y bondadosa para conmigo y pensé que, si de los hombres no me cabía esperar sino repulsas o insultos, en ella podía encontrar apoyo y abrigo. Al menos por una noche, debía er su huésped: como madre mía que era, me daría alojamiento sin cobrármelo

El tema amoroso y sus dificultades recorren las páginas entre viudas, solteras, amores imposibles de un párroco, o un primer matrimonio como el del señor Rochester, con una mujer que ha perdido el juicio, y un segundo en el que se interna ciego. No es de extrañar que el amor aparezca lleno de sutilezas, a la manera de un ritual de cortejo con tintes de un ambiente absolutamente religioso a lo largo de todo el libro, y la autora nos lo arrebate en los momentos que llegamos a creer que será posible una consumación. Tampoco se puede pasar por alto la ironía de que los hombres solteros más justos con la protagonista encuentren verdadera compañía en sendos perros como mascota: Piloto y Carlos.

No menos principal es la cuestión de las diferencias de clase con el consiguiente contraste entre la riqueza y la pobreza y el alegato de austeridad que gobierna al libro. El enfrentamiento con la joven noble Blanca Ingram que ofrece su desprecio a la protagonista al tratarla de ignorante o estúpida por ser de origen modesto. Los regalos del señor Rochester a Jane Eyre en joyas y vestidos que ella rechaza:

– Cubriré a mi Jane de rasos y blondas, pondré flores en sus cabellos, adornaré la cabeza que amo…

– Y no me conocerá usted entonces ni seré su Jane Eyre, sino un arlequín, un grajo con plumas de pavo real.

Incluso ella, que desde el comienzo cree sin más en su raíz pobre, cuando descubre que John Eyre, su tío -nuevamente un personaje masculino fantasma-, le ha dejado en herencia todas sus posesiones, decide un reparto entre los familiares recientemente descubiertos antes que empelarlo para elevar su categoría social, y, al final, toma casamiento con las ruinas de Thornfield de fondo. Es un personaje que rompe con la estructuración y ambientes de la sociedad y queda retratada:

(…) he reconocido el complemento de tus méritos, Jane. Eres dócil, activa, desinteresada, leal, valerosa, constante, amable y heróica. Sí: puedo decírtelo sin resrvas

Del mismo modo, el mundo educativo de los críos -sobretodo niñas- está presentes de continuo en la Jane Eyre de pequeña, en la amiga Elena y las alumnas de Loowod, en su primera pupila Adela, en las hijas del párroco Diana y Mary, en sus alumnas de la escuela de Whitcross… mostrando un círculo que comienza en la miseria de un internado benéfico, pasa por Institutriz de buena familia, y vuelve como profesora en una escuela para clases bajas de gente del campo, circunscrito de nuevo a un mundo femenino:

Me convertí en favortira de la aldea. Cuando salía, acogíanme por doquiera coridales saludos y amistosas sonrisas. Vivir entre el respeto general, aunque sea entre humildes trabajadores, es como estar «sentados bajo un solo dulce y benigno»

Vemos en ello que todas las temáticas -pobreza, naturaleza…- están entrelazadas para conformar un reflejo, parte realista en la novela, de la sociedad británica del s. XIX.

La literatura tiene también su hueco reservado. Desde los juicios sobre la misma obra -visto con anterioridad- como la acérrima defensa de la poesía que surge en el cap. XXXII:

Sé que la poesía no ha muerto ni el genio se ha perdido, que Mammon no los ha esclavizado. Así, pues, un día u otro demostrarán su existencia, presencia y libertad. Como potentes ángeles, se han refugiado en el cielo y sonríen ante el triunfo de las almas sórdidas y de las lágrimas de los débiles. No; no está la poesía destruida ni desvanecido el genio. No cantes victoria, ¡Oh, mediocridad! No sólo aquellos divinos influjos existen, sino que reinan y sin ellos tú misma estarías en el infierno… en el de tu insignificancia

¿Habla del genio y la poesía de las hermanas Brontë? Ellas mismas reunieron, leyeron y publicaron sus guardados poemas. El anterior fragmento, de inusitada vehemencia, regala un espacio dentro de la prosa en el que se canta a la poesía, hermanando ambos géneros comúnmente disociados.

Desde una perspectiva más general y simplista es posible descubrir en el libro una línea argumental adaptada a la época del clásico La Cenicienta con retazos, según comentan, de Jane Austen y pasajes de su hermana Anne, donde, en resumidas cuentas, damos con una muchacha maltrata por madrasta y hermanastros, que conoce al príncipe y cuya conquista se mezcla con una serie de circunstancias en las que ella ha de huír para luego reunirse de nuevo desembocando en un final aparentemente feliz.

Héctor Martínez

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