«LOS SUICIDAS» DE ANTONIO DI BENEDETTO

Portada Los Suicidas de Antonio Di Benedetto (AH)

Portada Los Suicidas de Antonio Di Benedetto (AH)

Me encontré en mis manos un librito de finales de los sesenta y escrito en la Argentina. Y digo que lo encontré en mis manos, sí, porque así ocurrió.

Seré sincero, yo iba buscando un libro de Benedetti, no recuerdo cuál, y topé con uno en el que creí leer Benedetti. Sin embargo, no era de Mario, sino de Antonio, y no era Benedetti sino con una o al final: Antonio Di Benedetto. El título tampoco me encajaba, Los Suicidas. Pero quizás, mayor error, poco disculpable para muchos, que confundir en un vistazo dos apellidos que varían sólo en su vocal final, fue mezclar Uruguay y Argentina, ir a buscar a un uruguayo que conocía y terminar con un argentino al que no había leído.

Quizá sea que un español, yo al caso, tampoco acaba de diferenciar uruguayos y argentinos en lo que a literatura se refiere.

No obstante, puedo decir que saqué tajada de la confusión. Estoy todavía sorprendido de descubrir el tremendo error cósmico que en España hemos cometido al pasar olímpicamente de la obra de Antonio Di Benedetto. Por ahí leo frases del tipo “el último gran escritor argentino del siglo XX que queda por descubrir”, a cuenta de la publicación en 2011 por El Aleph en un solo tomo de la considerada por otros y no por el autor Trilogía de la espera (Zama, Silenciario y Los suicidas).

¿Que queda? ¿En serio? ¿Es que acaso queda en 2015 por descubrir en España a un escritor argentino como Antonio Di Benedetto, cuando el trigésimo aniversario de su fallecimiento es el año que viene, y en apenas seis estaremos honrando su centenario natalicio? ¿Y máxime cuando estuvo seis años en Madrid exiliado y Alfaguara lo editó en los 70’s? Una frase como ésa es reconocer que no se han hecho las cosas bien.

Así las cosas, leí Los suicidas (1969) de Antonio Di Benedetto, un librito, como digo, inesperado, a la par que intenso e inquietante.

Hoy día tenemos novelas de asesinatos, policíacas, dramas, donde la muerte está presente, pero apenas contamos con obras literarias en las que la muerte sea tema y personaje, como ocurría en las viejas Danzas de la muerte medievales. Di Benedetto construye una historia en la que desde el principio y hasta el final la muerte está presente llamando a su presencia. Abre y cierra el libro, mientras lo recorre convocando silenciosamente a los que se lleva.

La forma de morir es el suicidio, que lo impregna todo. Abre el libro en la voz del protagonista:

Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde.

Tenía 33 años.

El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad.

Probablemente sean estas tres líneas, las más citadas de la novela, porque es un comienzo impactante. Tan brevemente se presenta a la muerte de forma cotidiana con día y fecha y se asocia a la estirpe del protagonista. Perfectamente podría haber empezado con tengo una cita con la muerte…, como el poema de Seeger (I Have a Rendezvous with Death).

Estas tres líneas encierran también otro aspecto. Y es que la edad elegida (33 años) y el día de la semana (viernes) y un momento (la tarde) no pueden pasar desapercibidas para un lector atento, pues rememoran la muerte del Cristo en la cruz. En mi modesta opinión, pareciera trasladarnos el autor la misma imagen de un hombre aceptando una voluntad ajena y superior, aunque como hombre le atormenta que llegue ese viernes por la tarde. El protagonista no quiere, pero no puede apartar el cáliz. Siente que hay algo ya escrito.

Precisamente es el leit motiv del argumento de la novela tratar de averiguar si está escrito, si es hereditaria la tendencia al suicidio y sonsacar los motivos del suicida o si se puede apartar el cáliz.

El protagonista, sin nombre a lo largo de toda la novela, periodista, recibe el encargo de averiguar qué sucedió y quiénes son los fallecidos de unas fotografías, quienes supuestamente se suicidaron. En este momento, aparecen las siguientes líneas de diálogo, también bastante citadas, en las que se describe líricamente el cadáver de un suicida:

Los que tienen los ojos abiertos siguen mirando… (…) Miran… como si miraran para adentro, pero con horror (…) Están espantados, tienen el espanto en los ojos y sin embargo, en la boca se les ha formado una mueca de placer sombrío

Esta descripción de los muertos, o la gente quieta como llega a nombrar en un momento dado, será fundamental en el final de la novela. Sabe Di Benedetto que son frases que se nos quedan grabadas al comienzo y puede hacer una llamada hacia ellas al terminar. Es su objetivo hacerlo así.

Y en el camino que va desde ese Cristo humano hasta el final de la novela, lo que tenemos es la narración-reflexión en torno a la muerte, la posibilidad de adelantarla con el acto del suicidio y las razones o no razones de hacerlo. Valga el siguiente fragmento como ejemplo del suicidio visto como aquello que evita la vejez, la jubilación, la humillación:

Voy al comedor, a buscar otra botella. Enciendo la luz y me encuentro con papá, en su retrato.

Ha quedado, en el retrato, para siempre, joven. Ya nunca será viejo.

Nadie podrá humillarlo.

Si no se vive no hay que aguantar que nos dejen vivir. Los demás nos dejan vivir, pero mandan cómo. ¿Seré viejo yo? ¿Estaré un día en la vereda en la cola de los jubilados?

¿Hay que esperar la muerte, como un jubilado,o hay que hacerlo, como hizo papá?

En su investigación, el protagonista estará acompañado de cuatro mujeres (Marcela, Bibi, Julia y Blanca) con las que no va a existir historia de amor sino pura, llana y simple necesidad de no estar solos o de satisfacer el deseo, como sucede con Blanca:

Conversar aquí tampoco se puede, pero es fácil entenderse.

De todas maneras, preferiría el entendimiento de los cuerpos.

Piel Blanca es generosa con mis intenciones, aunque pasiva, y a cierta altura de la situación opone algunas restricciones que desarman mi optimismo de una consumación.

Después de su pareja inicial, Julia, la novela nos centra, sobre todo, en la relación con Marcela. Ella es la fotógrafa del periódico, y se convierte en una sombra lúgubre que acompaña al protagonista.

Atendamos bien al hecho de que la novela inicia con el suicidio unido a la biografía del personaje y la primera vez que surge en la novela es bajo el soporte de fotografías. Intencional o no, hay una relación que une a Marcela con la muerte. Esto nos llevaría a ver en ella durante la novela una personificación de la parca, que intenta arrastrar sensualmente al protagonista. A sabiendas de que nuestro protagonista está intentando apartar de sí el cáliz, Marcela da voz al otro costado, al que lo acerca. Conversaciones breves como la siguiente lo delatan:

—Nacemos con la muerte adentro.

Recurro a Mae West.

—La muerte nos espera afuera.

No me contesta ni yo persevero, porque parece que sólo hice un juego de palabras. Ella dijo adentro, yo dije afuera. Me disgustaba la ineficacia de mi réplica, con la que he agotado mi argumentación, a pesar de que quise expresar algo con sentido, un sentido que se me escapa. Me analizo y reconozco que estoy vacío.

De estos pasajes sombríos pasamos a instantes más cáusticos de la narración, quizás como contrapunto que, sin perder el hilo, rebaje tensiones.

Me refiero, por ejemplo, a uno de los casos que acuden a investigar los personajes sobre el terreno, el de dos muchachos muertos por un pacto de suicidio. Se trata de otro de los pasajes principales en los que Di Benedetto se permite alguna descripción en boca del protagonista, y así, al hablar de la tela que cubre a los cuerpos utiliza las expresiones de lienzo áspero, como si la sangre que mancha fuese pintura, y carpa, como la del circo y su referencia a un mero espectáculo. Los camilleros que trasladan los cuerpos, apenas se fijan ya en los muertos y apenas reparan en lo que es para ellos un acto cotidiano, razón por la cual uno de ellos puede comentar:

Se hace una pausa y en el repentino silencio entra nítidamente la frase de un camillero al otro:

—Lindo día, ¿no?

Lo dice con convicción. Mientras camina y soporta el esfuerzo de la carga, mira como puede el firmamento, tan azul y diáfano, y tal vez percibe el olor de la hierba y piensa en los zorros y las perdices que podría cazar y en el asado y los mates del atardecer.

Lindo día, sí; no para los muchachos: se privaron de él.

En esta misma escena, tenemos de nuevo un recuerdo de que la muerte ronda a nuestro protagonista:

Realmente, las moscas. También sobre mí se precipitan.

Hagamos aquí un paréntesis a propósito de este pasaje. Existe en la novela un cierto morbo macabro que yuxtapone continuamente la juventud y la muerte, a lo mejor por aquel temor a la humillación de la vejez. Una vez más se busca el impacto en el lector. Y enumero: el protagonista pide a Julia, profesora, que solicite a sus alumnos hacer una redacción sobre qué creen que es la muerte; el protagonista le pregunta lo mismo a un chico que lustra sus zapatos; a Marianita, la cual caza un gorrión y lo enjaula, él le anuncia taxativo su muerte para probar su reacción; la misma escena que comentamos sobre los muchachos que pactan su suicidio.

La razón la encontramos en el propio protagonista y el hecho de que él fuera muy niño cuando su padre se quitó la vida, y esto nos permite afirmar que en el relato se asume cierta dimensión psicoanalítica, nuestro protagonista lucha contra un trauma de infancia más que con el hecho de que el suicidio le afecte a él cual enfermedad. Él mismo subraya esto al principio de la novela y vemos que es una constante:

Pienso en papá. Yo era como este niño, el lustrador, así de pequeño. Supe que había muerto, ignoraba cómo. Lloré hasta secarme, dormí, desperté, la ceremonia seguía, las visitas susurraban. Alguien, posiblemente mi madre, clamaba: ¡Muerte injusta!. Comprendí lo de injusta —nos dejaba sin él—, pero no pude entender cómo la Muerte se introdujo en la casa y se apoderó de papá. Porque en la mañana él estaba vivo, de pie y sano como cualquiera, y murió en la tarde mientras había sol, y yo tenía el convencimiento de que la Muerte era una figura siniestra que daba sus golpes en la oscuridad de la noche.

Desde este punto de vista, el recorrido de la novela es un recorrido de autoreconocimiento e introspección. Es un recorrido vital e interior ante el miedo a la muerte anunciada. El libro verdaderamente va dibujando al personaje protagonista como un hombre ausente, adicto a las peleas de boxeo los sábado y al cine de ciencia ficción, en cuya familia, además del suicidio del padre, han existido otros doce suicidios. Alguien que en todo momento intenta obtener un reflejo de sí mismo encarando la muerte:

¿Soy un hombre normal? No hago ruido. Me gustan muchas cosas. Vivo. Me pregunto por qué estamos vivos. Pienso en la muerte, la resisto, prefiero vivir. Pero pienso. Muchos, no: dan por hecho que les sobra futuro.

(…)

Cambiar de Julia. Cambia de mujer no cambia nada. Cambiar de recuerdos. El pasado no se cambia, a menudo nos gobierna. Hace 33 años me dieron este cuerpo al que posteriormente han sido agregados hábitos, ideas, una manera de comer… a los 17 me equivoqué. Vengo de atrás.

Tengo ayer, no sé si tendré mañana. No poseo más que una certidumbre, la de que, en algún momento, moriré.

La interpretación se refuerza con la inserción de un sueño recurrente del protagonista en el que anda desnudo. Sucede unas cuatro veces, cada vez que duerme, y se vuelve crucial para el acontecimiento simbólico final de la novela, que comentaré después.

Retornemos al hilo de la novela donde lo dejamos, en los muchachos que hicieron un pacto de suicidio. Es un instante decisivo. No se puede decir que la novela no nos haya anunciado el final de sí misma a lo largo de sus páginas. Marcela, en su papel de sombra lúgubre ligada al protagonista y que viene ya mascando su muerte a través de las páginas propone un pacto de suicidio, sin mucho boato ni aspaviento, de forma clara y concisa.

—¿Qué te vas a morir?… Me figuro que todos se van a morir.

—No es “como todos”. Me voy a ayudar un poco.

(…) prefiere que antes de nada le conteste si yo me quitaría la vida con ella.

Está muy serena y evidentemente me concede tiempo para que le dé cualquier respuesta.

(…) Me sorprende hallarme enfrentado, aquí, ahora, con la cuestión que me asedia.

—¿Y por qué lo haríamos Marcerla?…

—Sin un motivo particular… ¿hace falta? La vida no tiene sentido.

(…) Creo que nadie puede discutir seriamente su muerte con otro.

Y una buena mañana, justo la siguiente al aniversario del suicidio del padre, justo la siguiente al cumpleaños del protagonista, éste despierta y encuentra a Marcela muerta y una nota:

No lo hagas, te pido

Él, que ha dormido desnudo, despierta desnudo y como público del cadáver de Marcela en el día posterior a la fecha del suicidio de su padre y su cumpleaños. Es un renacer, literalmente, del protagonista, como si la muerte de Marcela fuese un acto de dar a luz al protagonista acuciado por la muerte. Por ello afirma como colofón:

Debo vestirme porque estoy desnudo. Completamente desnudo.

Así se nace.

Antonio Di Benedetto

Antonio Di Benedetto

Respecto a la técnica y estilo, en Los suicidas estamos ante una novela estructurada en tres partes y con un narrador-protagonista en primera persona que cuenta en presente de indicativo lo que sucede. Un presente con valor de actualidad, no con valor histórico. Los lectores asistimos a los sucesos a la vez que el mismo narrador-protagonista, y el relato cobra esa sensación de inmediatez y vivificación del suceso.

El presente de indicativo prácticamente condiciona toda la escritura: la ausencia de descripción, el uso de frase corta, de diálogo breve… todo es inmediato y no puede haber morosidad. A la hora de narrar el ritmo es rápido, no se procesa la acción sino que sólo se constata. No hay lugar a la ponderación del acontecer, sólo su mostración. Por usar el símil periodístico, ya que el personaje lo es, la narración funciona como la noticia dada en tiempo real/en vivo y en directo/on live, esto es, como algo vivo y que sucede in situ.

Los suicidas no es existencialista, por tanto, sino una novela vital. Su eje es la muerte, pero para hablar de la vida, su sinsentido y del individuo que se debate entre seguir vivo o no, y no sólo de la disquisición sobre el origen de nuestro existir. Es cierto que es un eco camusiano (lo cita como motto de la novela: «Todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio alguna vez») y un coetáneo directo de Cioran, y que está empapado del clima sesenta y setentero. Lo que es erróneo es creer todavía que Camus o Cioran son existencialistas.

Cabría considerar, entonces, Los suicidas como una novela filosófica, también. La vida y la muerte como temas, y al caso el suicidio como acto consciente de autosupresión, la angustia por la caducidad del hombre, la disolución de la realidad, el impulso vital y las motivaciones humanas, van dando volumen a una discusión o estudio sobre el fenómeno y sus ramificaciones, acompañado de la inserción directa de citas y pensamientos de muy variada índole, ya filosófica, ya de religión, ya literaria acerca del suicidio, que va proveyendo el personaje femenino de Bibi.

No perdamos de vista al respecto cómo Di Benedetto echa mano de la animalización de la condición humana al ubicarlos como seres comparables en dicha condición mortal. Un caballo, un perro llamado King y el caso del gorrión de Marinita que expusimos antes y que puede hacer las veces de modelo. Porque todos los animales mostrados están, de alguna forma, enjaulados o son sufrientes, lo cual se refleja en el hombre, y, especialmente, en el protagonista. Una sola reflexión silogística sobre la muerte del gorrión resume a la perfección este efecto de animalización:

Pienso en la muerte del pájaro, porque es cierto que quien come vive, pero igualmente cierto que quien no come no vive, y el gorrión prisionero no come, lo cual lo lleva a no vivir. Y esa fue la falla de la criatura: creyó que todos quieren vivir, que basta con que se les ponga la comida delante.

Por otro lado, al leer la novela me iba resultando un Romeo y Julieta, aunque puestos del revés. Shakespeare y Di Benedetto tratan amores imposibles. Sin embargo, en Di Benedetto no es el amor el que domina la narración sino la muerte; el amor es el que hace a Marcela pedir al amado que no se suicide cuando ella sí lo hace. Julieta no consiguió que Romeo recibiera el mensaje de que no estaba muerta (error de Fray Lorenzo). En la comparación caemos en la cuenta de que Julieta, que no está muerta, no puede comunicarse con Romeo, mientras que Marcela, muerta, sí transmite su mensaje. Los resultados son dispares: Romeo se suicida; nuestro protagonista, no, aunque la novela queda abierta.

La novela tiene también el dejo de las novelas policíacas/detectivescas o de novela negra, con un punto de rizo rizado: tenemos a un periodista indagando la verdad de unos crímenes/suicidios, y por tanto se trata del esclarecimiento de los mismos y del descubrimiento de la única escurridiza sospechosa, la muerte misma.

Y en fin, Los suicidas es una novela autobiográfica, en aspectos principales como el protagonista-periodista, habiendo sido Di Benedetto subdirector de Los Andes o corresponsal de La Prensa, o como el subrayado acto del suicidio que en su familia se cobró también vidas.

Concluyo, pues, con la grata sorpresa de descubrir a un autor cuyo nombre se trata de recuperar del olvido editorial, y de haberlo hecho con este libro. Reconozco que no a todo lector le va a convencer una novela como Los suicidas, no tanto por el contenido (habrá quien prefiera que el tema del suicidio siga enterrado en el tabú) como por las formas literarias, si no están acostumbrados a la novela construida sobre la pura función narrativa. Pero el problema ahí no es de la novela ni de su autor, sino de la rigidez del lector que le impide disfrutar de una joya literaria como ésta.

por Héctor Martínez

Un comentario

  1. Laura · marzo 11, 2021

    Muy buen análisis!!!
    Hay algo de existencialismo también en este debate por la decisión del hombre de elegir su propia muerte.

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