THEATRUM MUDI EN EL NEOSIMBOLISMO: THOMAS LIGOTTI

Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo

Ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Rubén Darío

Retrato de Thomas Ligotti, Sttein-Christian Fagerbakken

Retrato de Thomas Ligotti, Sttein-Christian Fagerbakken

Los versos anteriores retumban en mí con obsesionada frecuencia desde que los leyera tiempo atrás. Hallo en ellos una intuición, que no verdad, sobre la forma de vida consciente que nos caracteriza a los hombres, que nos acucia cada vez que esa misma vida consciente nos refleja en nuestra paradoja de autonegación consciente. Hay dolor y hay pesadumbre en ser conscientes de nosotros mismos, y conscientemente reprimirlo y engañanos. Hay dolor y pesadumbre en negarnos la realidad que podemos percibir, por el miedo a sufrir como resorte que hace saltar las alarmas e incentiva las ensoñaciones. La vida consciente es un problema para el hombre, pues en lugar de acatar lo que la conciencia ofrece, el hombre lucha contra su propia naturaleza para negarlo. Si la vida es absurda, carece de sentido, dirección u objeto, es caduca y sin garantías, afecta de lleno al hombre que sigue el dictado de una ciega voluntad de vivir. Ese hombre hará lo posible por escapar de tales horrores y poder vivir sin preocupación, sin abismarse ni desasosegarse por tales revelaciones. Otra cosa es que la ilusión sustitutiva y su sublimación sean un objetivo inalcanzable, un simple marear la perdiz mientras el río de negras aguas sigue rugiendo con su caudal por debajo de nosotros.

Cuando todavía persistía la obsesión con estas ideas, entre otros, leí profusamente a Cioran, cuyos exabruptos contra el hombre y la vida podían resumirse en los versos de Darío. Lo comparé con Unamuno, esa tragedia del necesariamente persistir heróicamente en una vida inútil. Quijotismo positivo contra la renuncia y descomposición del primero, y parecían ser cara y cruz de una misma cuestión. Los existencialistas no aportaban nada, en ellos reverberaba la descripción de la vida humana como pasión inútil y la conciencia como aquella intencionalidad siempre ocupada en todo lo que no sea ella misma, lo que implica que la conciencia (ser para sí) es nada y vacío, abismo puro de sí. Y esto es lo que para vivir preferimos ignorar. No se puede vivir con calma entre tales zozobras de la propia conciencia. Efectivamente, ¿y si soy nada, más que algo?, ¿por qué el ser y no más bien nada? La conciencia no halla respuestas seguras sobre sí, sino sospechas tan variopintas como siniestras. Nos protegemos con elucubraciones de ser y pasamos el tiempo ocupados en cuanto no seamos nosotros.

Los interrogantes de Heidegger no son tanto una pregunta a responder como una problemática que sólo puede darse en forma de pregunta. Esa problemática es el hecho de que un ser como el hombre pueda suponer, atisbar, algo así como su propia negación. El ser, en vez de afirmarse a sí mismo naturalmente, sólo se afirma como recurso de velamiento de esa suposición de la nada de sí. Y sólo el hombre es el ser que puede hacer esto, pues sólo el hombre tiene una vida consciente que puede cuestionarse a sí. Su ser consciente no es una ventaja, sino, incluso, un virus que lo devora, una enfermedad terminal que debería desembocar en la autoaniquilación de la especie humana.

Tal cosa, sin embargo, no ocurre. Y no ocurre porque el hombre reprime, se escabulle, entierra todo ello, atareado en maquinaciones, sueños, modelos, deseos, diseños, proyectos, discusiones, construcciones, debates sobre ideas que ha generado como cortinas de humo, como pasatiempos, mientras pelea contra su propia condición. Hay algo muy siniestro que acompaña al hombre y que el hombre se niega a ver: él mismo. Antes se reconocerá y se identificará con prefiguraciones que afirmen la vida y el ser y todas las ideas al respecto, ignorando que tal es una evasión de su mismo ser. El hombre, cuanto más cree afirmarse y conocerse, más lejos está de hacerlo.

El miedo, el terror, son la frontera que expulsa al hombre del terreno de su propia conciencia y del conocimiento de su ser. Curiosamente, cuanto más inventa el hombre en contra de su autenticidad, más horror y más caudal vierte en el río subterráneo (subcutáneo). Y toma la invención por consuelo.

Sin embargo, el miedo, el terror, como frontera, también pueden ser consuelo. El miedo y el terror pueden ser el canal suficiente para que el hombre se contemple, irónicamente se conozca y resuelva su trauma existencial de una vez por todas. El hombre se atemoriza de sí mismo, de la realidad de sí que ha escondido en los rincones más oscuros y los callejones más lúgubres de su ser.

Thomas Ligotti, autor de terror, de lo extraño, poco promocionado en español, afirma al introducir La fábrica de pesadillas:

El horror, al menos en sus representaciones artísticas, puede ser un alivio (Ligotti, 2006: 11).

El horror del que hablábamos, no es terror del gótico, sino de quien lo contempla. El horror es un consuelo y un alivio, tal y como afirmamos al comienzo, por servir de clave para desvelar el engaño contra la consciencia, que ya sabemos acontece por el miedo a la posibilidad del no ser y la nada. Y el objetivo es que quien contempla vea la realidad de sí mismo, sea cual sea, reflejada en la obra.

Thomas Ligotti existe porque existen los ataques de pánico y las depresiones, ese estado que no es el pesimista, el estado en el que mandas todo al cuerno, o peor, te es indiferente que todo se vaya al cuerno.

Cuando estás deprimido, todo lo que en tiempos te pareció bello, o incluso alarmante y horrendo, no significa nada para ti (…) no hay nada en el mundo inherentemente emocionante (Ligotti, 2015: 146).

Dicho estado es emocional, y es la prueba palpable de que la consciencia nada puede cuando falla el sustrato de la emoción. Te nihilizas. De ahí nacen obras como Noctuario y La fábrica de pesadillas, según Rubén Lardín «ficciones de ascendencia simbolista, postulantes a la revelación, alucinadas en boca y próximas a la abstracción en sus enunciados» (Lardín, eldiario.es 20/03/2015); y más recientemente La conspiración contra la especie humana, contundente ensayo sobre sus propias bases vitales.

Portada La conspiración contra la especie humana (Valdemar)

Portada La conspiración contra la especie humana (Valdemar)

A muchos les llama la atención esta última, por no ser relatos de terror. Para mí, sin embargo, es una confirmación más de que el arte Neosimbolista contiene un discurso, por personal que éste sea. Una confirmación, sí, porque Ligotti, hasta donde sé, no ha dejado de introducir sus obras con un ensayo discursivo, asunto indicativo de que el discurso no es accesorio, sino vertebral. Y en Ligotti encuentro ese discurso personal que cabe ser propuesto como base del Neosimbolismo, y que entronca directamente con los versos de Rubén Darío al comienzo de este escrito.

La consciencia inventa y tapa el hecho que mencionábamos, la posibilidad de ser nada, unas meras  marionetas que cobran vida pero nada en verdad nosotros mismos.

La consciencia es un lastre existencial (…) Para salir adelante en esta vida debemos fingir que no somos lo que somos: seres contradictorios cuya pervivencia sólo empeora nuestro aprieto como mutantes que encarnan la lógica retorcida de una paradoja (Ligotti, 2015: 66).

Fingimos para no asomarnos al abismo de nosotros mismos, fingimos por terror. Por ello cita de Zapffe, sobre el hombre ocupándose de cualquier cosa, considerada trivial o no, para no preocuparse de lo que le asusta de su consciencia.

La mayoría de la gente aprende a salvarse limitando artificialmente el contenido de su consciencia (Ligotti, 2015: 36).

Sin embargo, el consuelo del terror no es para éstos que ocupan su mente en sentidos de una feliz existencia atea o religiosa, sino de los condecorados:

Nosotros (los condecorados de buen grado, recordad) queremos sin duda saber lo peor, tanto sobre nosotros mismos como sobre el mundo. El tema más viejo, quizá el único, es el del saber prohibido. Y ningún saber prohibido consoló nunca a su dueño (motivo probable por el que se prohibe). Como mucho, será uno de los más irónicos dones concedidos al posesor (pues el conocimiento de lo vedado es, primero y por encima de todo, una ordalía individual). Está especialmente prohibido porque la mera posibilidad de tal conocimiento introduce una monstruosa y perversa tentación que troca los tranquilos placeres de la existencia mundana por las luces brillantes de la alienación, la perdición y, en algunos casos extraños, la condenación eterna. Así que no solo deseamos conocer lo peor, sino también experimentarlo (Ligotti, 2006: 11).

Ligotti tiene claro que el terror artístico, el horror que el Neosimbolismo toma como escenario, no es el horror real que nos ocultamos.

Por supuesto, el horror fundamental de la existencia no nos es siempre evidente a sus habitantes, siempre amenazados y aun así desprevenidos. Pero en las verdaderas historias de terror podemos verlo aun en la oscuridad. Todas las esperanzas eternas, las salidas optimistas y las redenciones definitivas desaparecen, y por un rato podemos pretender que miramos la cara putrefacta de lo pésimo (Ligotti, 2006: 20)

Es decir, no pretende que un relato de Lovecraft o de Poe o suyo puedan suplir, representar e igualar el terror de la existencia. Lo crucial de lo artístico en este sentido es otro, y puede resumirse en que:

Alguien ha compartido parte de tus propias emociones y ha hecho de ellas una obra de arte que tiene la perspicacia, la sensibilidad y (te guste o no) el conjunto particular de experiencias que puedes apreciar. Aunque sea asombroso decirlo, el consuelo del terror en el arte es que en realidad intensifica nuestro pánico, lo amplifica en la caja de resonancia de nuestros corazones ahuecados por el miedo, sube el volumen al máximo, tratando de alcanzar esa perfecta y ensordecedora amplitud con la que podemos bailar la música grotesca de nuestra propia desdicha» (Ligotti, 2006: 21)

Y sólo se adentrará el espectador/lector en su interior por medio del terror, que le atrae y que rehuye a un mismo tiempo. Hay que producir terror. Hay que provocar miedo. Sin esa dualidad entre lo que somos y lo que fingimos ser, aparecen pronto nuestros auténticos monstruos. No los vampiros, los hombres lobo, los extraterrestres o las marionetas asesinas, sino nosotros. Ligotti lo describe así:

Sin este doble juego cognitivo nos revelaríamos como lo que somos. Sería como mirarnos en un espejo y ver por un momento la calavera bajo nuestra piel devólviendonos la mirada con su sonrisa sardónica. Y debajo de la calavera… sólo negrura, nada. Ahí hay alguien, según sentimos, y sin embargo ahí no hay nadie: la siniestra paradoja, todo el horror en un vistazo. Una piececita de nuestro mundo se ha despegado, y debajo aparece una chirriante desolación (…) Estamos ausentes del mundo que hemos hecho para nosotros mismos (Ligotti, 2015: 55).

El arte Neosimbolista acude al terror, y a lo deprimente y siniestro, el sufrimiento y lo impactante, para desarrollar el hilo metafísico del interrogante sobre la existencia, la realidad y el humano velo para ocultarlas:

Las invocaciones artísticas del horror son de lo más eficaces cuando los fenómenos que describen conjuran lo siniestro (…) resultan verdaderamente amenazadores tantos desde el exterior como desde el interior» (Ligotti 2015: 115).

No quiere decir esto que el artista sea depresivo o insensible a la casquería. Recurre a estas atmósferas por sus cargas emocionales, al igual que el romántico tenía preferencia por el personaje antisocial (piratas, corsarios, mendigos), la noche, los cementerios, los muertos o los fantasmas. El Neosimbolismo es fundamentalmente emocional, hemos dicho y como señala Pedro Ortega sobre el mismo Ligotti: «La dimensión psicológica es fundamental para el escritor, quien trata de ubicar a sus personajes en espacios y en tiempos fuera de la realidad, como manera primera de deslocalizar al lector, dejarlo sin referencias, para que no sepa por dónde en realidad está transitando» (Ortega, El Imparcial 12/04/2013).

En esa dimensión psicológica juega un papel capital la creación de la atmósfera emocional que comentamos y que escenifica precisamente los hechos y circunstancias que el hombre general no quiere asumir y prefiere ignorar.

He afirmado que la actitud no es la del pesimista. Pero cabe confundirla con el pesimismo, o con lo que se llama pesimismo. Sobre todo, porque debemos tener la cautela de que pesimista es un adjetivo de valor negativo, usado por aquellos que rehuyen mirarse al espejo y que no dudan de que la vida merece la pena porque estar vivo es mejor que no estarlo. Pesimista será, entonces, todo lo que reduzca el valor positivo que sin más se le adjudica a la vida. El neosimbolista gótico no es, en este sentido, pesimista. El artista neosimbolista no quiere ir contracorriente de la vida, sino contracorriente de los que ciegamente la afirman en grado sumo por huir de sus aspectos más oscuros y sus preguntas más dolorosas. Es, en todo caso, un pesimista sin compromiso, un pesimismo de paradojas como los muertos vivientes, lo que es y no debería ser, hombres muertos que reviven sin dejar la muerte de lado; como las marionetas que actúan por libre albedrío y, en cambio, han de carecer de ello, los payasos, que ocultan a la persona y asociados a la risa provocan temor. En ambos casos, el espejo que devuelve la imagen obliga a preguntarse por uno mismo:

Para los escritores de horror sobrenatural, la ventaja de este punto muerto es que la mayor parte de la humanidad seguirá sumida en el miedo, porque nadie puede estar seguro de su propia situación ontológica ni de la de los dioses, demonios, invasores alienígenas y otros espantajos diversos. Un budista aconsejaría que nos olvidáramos de si los cocos que hemos inventado o adivinado son o no reales. La gran pregunta es esta: ¿somos reales nosotros?» (Ligotti, 2015: 106).

Desde esta perspectiva, aceptaríamos la postura Neosimbolista de Ligotti en los términos que plantea Hernández Roura: «quizá sea más conveniente el término “nihilista” para hablar del tipo específico de efecto de terror que quiere provocar, basado en la angustia existencial» (Hernández Roura, 2013: 137).

La realidad que se halla en el fondo sobre el ser humano es el misterio de esa angustia sobre nuestra propia realidad, nuestro ser o nuestra nada:

«¿qué somos sino egos ansiosos de sobrevivir? Y una vez hubieran sido depuestos nuestros egos, ¿qué quedaría de nosotros? (…) Cabe imaginar que como egomuertos seguiríamos experimentando el dolor en sus diversas formas -esa es la esencia de la existencia- pero nuestros egos no nos engañarían ya para que nos lo tomáramos como algo personal» (Ligotti, 2015: 174-175).

El misterio, la pregunta por la que nos engañamos es la puerta de entrada al arte Neosimbolista, al caso, al relato de terror:

Para aliviar los dolores de la consciencia, algunas personas se anestesian con pensamientos luminosos. Pero no todo el mundo puede seguir su ejemplo, sobre todo quienes reniegan del sol y de todo lo que el sol ilumina. Su único respiro es el bálsamo de la desolación. Desdeñando los requerimientos de la esperanza, buscan refugio en lugares solitarios: ruinas dispersas en un yermo o escombros de palabras en un libro donde alguien susurra con voz ronca: También yo estoy aquí (Ligotti, 2015: 181).

Ilustración T. Ligotti, Serhiy Krykun

Ilustración T. Ligotti, Serhiy Krykun

Las ficciones de las que se vive anulando la consciencia recuerdan significativamente nuestro Siglo de Oro y al auto El gran teatro del mundo, de Calderón, cuyo Dios-Autor afirma al comienzo:»aquello es representar/aunque piense que es vivir».

Es viejo tema éste de la vida como teatro y el hombre como actor, que cabe asumirse con guión, si nos dirigen, o en pura improvisación continua de la ilusión. Los estoicos antiguos ya consideraron que la vida estaba escrita, y que nosotros, pobres marionetas, sólo podíamos aceptar con resignación el papel que nos fue asignado. Todo lo demás sería sufrir al luchar contra un destino prescrito e inevitable.

Portada The Nightmare Factory

Portada The Nightmare Factory

El relato Teatro Grottesco de Thomas Ligotti es, precisamente, una visión posmoderna del Theatrum Mundi que plasmaron los barrocos y recuerda las líneas de un teatro del absurdo. Ya señalaba Ionesco que si el teatro buscaba imitar a la realidad, cual lo pensaron los antiguos, y la realidad se muestra absurda, entonces el teatro habrá de ser absurdo. Acaso más cerca del propio Ligotti, Beckett abre Esperando a Godot de forma tan desalentadora, pesimista y desencantada con el propio hecho cotidiano: «No hay nada que hacer»; y después cuanto hay que hacer es esperar a quien no llega, tiempo suficiente para matar al propio tiempo con lo grotesco, con el miedo de la esperanza vana, la posibilidad del suicidio con la misma cuerda que temen los personajes los ate cual marionetas, y así sumergiéndonos en la incongruencia y el absurdo a través de repeticiones y ciclos. Si no fuese por lo grotesco, por lo ridículo mismo, se ahorcarían. Pero, incluso el acto del suicidio es convertido también en algo grotesco.

Según la actualización practicada por Ligotti al Theatrum Mundi, hay una conspiración de una agencia llamada Teatro Grottesco, cuya realidad se discute y se prueba de singulares maneras, y cuyas acciones afectan al universo de los artistas, o de aquellos que se creen tales y actúan como tales hasta toparse con el Teatro que gobierna el mundo.

En un momento dado, el narrador en primera persona, Ligotti mismo, afirma:

Para mí el Teatro era, y es, un fenómeno intensamente destructivo de todos los artistas, e incluso de personas con una fuerte inclinación artística. No tengo ni idea de si esta fuerza destructiva es una materia de intención o un epifenómeno de algún diseño no relacionado, o quizá mayor; tampoco sé si existe siquiera en el Teatro nada que se acerque a la intención o al diseño, o al menos no soy capaz de pensar en todo esto con términos comprensibles. En cualquier caso, estoy convencido de que para un artista que se encuentra con el Teatro solo hay una posible consecuencia: el final de su obra (…) desde el momento en que percibí al Teatro como un fenómeno profundamente anti artístico, concebí la ambición de convertir mi forma de expresión artística, con lo que me refiero a mis escritos de prosa nihilista, en un fenómeno antiteatro. (Ligotti, 2006:85).

En esta posición metadramática, es imposible no advertir la similitud que se traza entre Teatro y Mundo, en cuya frontera el arte muere si no se nihiliza, si no se vuelve contra el Teatro. La Tragedia -género teatral- falsifica una realidad cotidiana, trágica de por sí:

La tragedia como entretenimiento desempeña una función crucial como contrapeso en la rematada fatuidad de la vida humana: la de cubrir la nada dispersa de nuestras vidas con un barniz de grandeza y estilo, cualidades del mundo teatral, no del cotidiano» (Ligotti 2015:202).

Como percibimos, existe una contradicción entre el Teatro que es grotesco, el que falsea, y el Teatro no grotesco, la tragedia que no entretiene, sino que abruma. El Teatro del que se habla no pertenece a la esfera del arte, es antiarte; el arte que consuela y del que habla Ligotti es antiteatro, porque lucha contra la impostura teatral de la existencia y la vida. Es precisamente en este escenario en el que Ligotti afirma la divisón del mundo literario y artístico  en dos grupos claramente desiguales: los insiders y los outsiders, siendo los últimos con los que él se identifica. El arte literario outsider es antiteatro, no se pierde en complacencias engañadoras, no tolera la actuación irreal y ciega de mil artificios, se abisma, se nihiliza al encontrar la realidad y servirla al mundo como en un espejo, sin adornos ni excusas ni bálsamos, en todo su terrorífico esplendor -terrorífico porque nos asusta y preferimos ignorarlo. El artista y escritor outsider es, de hecho, frente al convencional:

Aquél habituado a escribir sobre los extremos personales y la perversidad de su mundo fantástico (…) sobre sus peculiares obsesiones (Wielhorski, 2012).

Ir contra una concepción teatral y enmascarada de la vida es oponerse a la trampa de la conciencia. Asumir una actitud antiteatral, de raíz beckettiana, es abrirse al terror de la realidad desde el mundo artístico. Y el arte que sigue este camino es el Neosimbolismo. Thomas Ligotti es uno de sus valedores.

Héctor Martínez


FUENTES

Hernández Roura, Sergio A., (2013) Thomas Ligotti: los delirios de una mente rota. Brumal, vol. I, n.º 1 (primavera/spring 2013) pp. 135-156, ISSN: 2014-7910.

Lardín, Rubén (2015) Literatura antipersonas: la conspiración de Thomas Ligotti. eldiario.es 20/03/2015.

Ligotti, Thomas (2006) La fábrica de pesadillas. La factoría de ideas, Madrid.

(2015) La conspiración contra la especie humana. Valdemar, Madrid.

Ortega, Pedro (2013) Reseña Noctuario de Thomas Ligotti. El Imparcial, 12/04/2013

Wielhorski, Slawomir (2012) Born to fear. Coś na Progu 04/05/2012.

 

 

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