«EL BANQUERO ANARQUISTA», DE FERNANDO PESSOA

Portada El banquero anarquista (Berenice)

Portada El banquero anarquista (Berenice)

Hoy, con los banqueros en el punto de mira de los antisistema, una novela corta con este título es toda una provocación. ¿Un banquero anarquista? ¿No están los banqueros del lado del Estado? ¿No son los banqueros el poder? Para sorpresa del lector, aunque se trate de una gran artimaña irónica, Pessoa pone ante nosotros a esta extraña pareja banquero-anarquista.

Una cena. Dos personajes. Un diálogo continuo en el que, al modo dialéctico ateniense, se sigue una argumentación que, por prejuicio ideológico, sospecharíamos falaz, y por perspectiva argumental, tomaríamos como juego lógico-semántico. De lo que no hay duda es de que no es sólo un cuento, una broma o un chascarrillo literario del padre de los heterónimos. No puede decirse que se trata de un simple sofisma o de una reducción al absurdo. Con Pessoa, no. Con alguien que no da puntada sin hilo, no.

Un banquero, gran comerciante y mejor acaparador, como se le describe, se declara tan anarquista como en el pasado. De hecho, va a afirmar ante el rubor de su interlocutor que ser banquero es la consecuencia lógica del anarquismo práctico, y no sólo el teórico del sindicalismo.

-Es verdad: me dijeron hace días que ud. en sus tiempos fue anarquista…

-Fui, no: fui y soy. No cambié con respecto a eso. Soy anarquista.

-¡Ésa sí que es buena! ¡Usted anarquista! ¿En qué es ud. anarquista?… Sólo si ud. le da a la palabra cualquier sentido diferente…

-¿Del habitual? No; no se lo doy. Empleo la palabra en el sentido habitual.

-¿Quiere ud. decir, entonces, que es anarquista exactamente en el mismo sentido en que son anarquistas esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Entonces entre ud. y esos tipos de la bomba y de los sindicatos no hay ninguna diferencia?

-Diferencia, diferencia, hay. Evidentemente que hay diferencia. Pero no es la que ud. cree. ¿Ud. duda quizás de que mis teorías sociales no sean iguales a las de ellos?…

-¡Ah, ya me doy cuenta! Ud., en cuanto a las teorías, es anarquista; en cuanto a la práctica…

-En cuanto a la práctica soy tan anarquista como en cuanto a las teorías. Y en la práctica soy más, mucho más anarquista que esos tipos que ud. citó. Toda mi vida lo demuestra.

(…)

-Lo que yo quiero decir es que entre mis teorías y la práctica de mi vida no hay ningún desacuerdo, sino una conformidad absoluta. De allí que no tenga una vida como la de los tipos de los sindicatos y de las bombas, eso es verdad. Pero es la vida de ellos la que está fuera del anarquismo, fuera de sus ideales. La mía no. En mí, sí, en mí, banquero, gran comerciante, acaparador si ud. quiere, en mí la teoría y la práctica del anarquismo están reunidas y ambas son verdaderas. Ud. me comparó con esos tontos de los sindicatos y de las bombas para indicar que soy diferente de ellos. Lo soy, pero la diferencia es ésta: ellos (sí, ellos y no yo) son anarquistas sólo en la teoría; yo lo soy en la teoría y en la práctica. Ellos son anarquistas y estúpidos, yo anarquista e inteligente.

Un primer dardo ya ha sido lanzado y apenas lo percibimos, velado por la aparente paradoja que nos impide ver la asociación anarquismo-sindicalismo-violencia-estupidez, sustentado por el hecho de que se trata de un anarquismo teórico y no práctico. ¿Cuántas veces no habremos visto cómo el sindicalista de turno, o el anarquista más extremo, claman contra un sistema mientras viven y disfrutan de las comodidades del sistema? Pessoa ha planteado en paralelo a la contradicción del título la paradoja del otro lado: sindicalista-acomodado.

El banquero comienza su justificación biográfica reconociendo que él nació en la clase obrera. Que se embebió de libros, de conferencias, de artículos, hasta que

-(…) Siendo anarquista yo encontraba insoportable ser anarquista sólo pasivamente, sólo para ir a escuchar discursos y hablar de eso con los amigos. No: ¡era necesario hacer algo! ¡Era necesario trabajar y luchar por la causa de los oprimidos y de las víctimas de las convenciones sociales! Decidí ponerle el hombro a eso, según pudiese. Me puse a pensar cómo es que yo podría ser útil a la causa libertaria.

Los anarquistas teóricos son los anarquistas de los discursos y las charlas de café. El anarquista práctico entiende que ha de actuar contra el origen de la injusticia: la convención social. El banquero, que se toma por el segundo, define dos tipos de desigualdades: las naturales y las sociales. Con las desigualdades naturales, confiesa, nada se puede hacer. Son las ficciones sociales las que se pueden combatir porque son convenciones impuestas y postizas, llega a decir. Y luchar contra estas ficciones es luchar por la libertad natural de todos.

¿Pero qué es un anarquista? Es un sublevado contra la injusticia de que nazcamos desiguales socialmente; en el fondo es sólo eso. Y de ahí resulta, como es evidente, la rebelión contra las convenciones sociales que volvieron esa desigualdad posible. Lo que le estoy indicando ahora es el camino psicológico, esto es, cómo es que la gente se vuelve anarquista. (…) Las injusticias de la Naturaleza, vaya, no las podemos evitar. Ahora las de la sociedad y de sus convenciones, ésas, ¿por qué no evitarlas? Acepto, no tengo incluso otro remedio, que un hombre sea superior a mí por lo que la Naturaleza le dio: el talento, la fuerza, la energía, no acepto que él sea mi superior por cualidades postizas, con las que no salió del vientre de su madre, sino que le ocurrieron por azar después que apareció por aquí. (…) ¿Qué es ser anarquista? La libertad, la libertad para uno y para los otros, para la humanidad entera. Querer estar libre de la influencia o de la presión de las ficciones sociales

Observemos que si el anarquismo es contrario a la ficción social y sus consecuencias, habrá de ser por fuerza posible de forma natural, al igual que sus consecuencias. El anarquismo no puede generar ficciones. Lucha contra ellas.

El interlocutor del banquero le pregunta de inmediato por qué hacerse anarquista cuando podría optar por una posición más moderada (y menos contradictoria) como el socialismo. La respuesta del banquero es otro dardo, para los socialistas. Lo considera como un estadio intermedio y antinatural que no lucha contra las ficciones sociales sino que las suple por otras, más o menos justas, pero que no dejan de ser ficciones. Es una aplicación directa del adjetivo «utópico» que se adjudicó al socialismo que no era el comunista, autodenominado «científico». Para el anarquista, sin embargo, ambos son igualmente utópicos porque sólo generan ficciones opuestas a las ficciones burguesas. El socialismo es, en este sentido, una ficción más, un fingimiento, y, recordemos, que para Pessoa esa palabra no es inocente.

(…) cualquier sistema que no sea el puro sistema anarquista, que quiere la abolición de todas las ficciones y de cada una de ellas completamente, es una ficción también. Emplear todo nuestro deseo, todo nuestro esfuerzo, toda nuestra inteligencia, para implantar, o contribuir a implantar, una ficción social en vez de otra, es un absurdo, cuando no resulte incluso un crimen, porque es provocar una perturbación social con el fin expreso de dejar todo igual. (…) Ahí tiene ud. por qué y cómo me volví anarquista, y por qué es que rechacé, como falsas y antinaturales, las otras doctrinas sociales de menor osadía.

La revolución, por tanto, cualquier revolución -más bien- debe dirigirse desde el principio hacia su fin, sin ambages ni medias tintas, sin trasbordos ni objetivos a corto plazo. Cualquier posición intermedia, como el socialismo, es una mera propedéutica de la revolución, que cuenta con dos únicos caminos: el material y el mental(espiritual). Habla de una revolución social que ha de ser:

Una revolución social súbita, brusca, aplastante, haciendo pasar a la sociedad, de un salto, del régimen burgués a la sociedad libre. Esta revolución social preparada por un trabajo intenso y continuado, de acción directa e indirecta, tendiente a predisponer a todos los espíritus para la llegada de la sociedad libre, y a debilitar hasta un estado comatoso todas las resistencias de la burguesía.

Y para ello sólo el camino mental(espiritual) de la revolución es posible. El materialismo cae por su propio peso. No es posible adaptarse materialmente al futuro por mucho que se prevea su materialidad.

No hay adaptación material sino a una cosa que ya hay. Ninguno de nosotros se puede adaptar materialmente al medio social del siglo XXIII, aunque sepa lo que será; y no se puede adaptar materialmente porque el siglo XXIII y su medio social no existen materialmente todavía. Así, llegamos a la conclusión de que, en el pasaje de la sociedad burguesa a la sociedad libre, la única parte que puede haber de adaptación, de evolución o de transición es mental, es la gradual adaptación de los espíritus a la idea de la sociedad libre

Una vez establecido que no son posibles posiciones intermedias para derribar las ficciones sociales que generan desigualdades en la sociedad burguesa, porque generarán ficciones que, a fin de cuentas, generarán otras desigualdades (pues lo dejan todo igual), la unica opción es el anarquismo en una gradual adaptación espiritual. Ahora bien, hay un escollo. ¿Por qué luchar por los demás, por todos, por el futuro y la libertad de todos? El banquero es consciente de que el altruismo y la solidaridad son también ficciones sociales.

(…) la misma lógica que me muestra que un hombre no nace para ser marido, o para ser portugués, o para ser rico o pobre, me muestra también que él no nace para ser solidario, que él no nace sino para ser él mismo, y en consecuencia lo contrario de altruista y solidario, y por lo tanto exclusivamente egoísta.

Y peor aún, no es natural sacrificar un placer sin más. Sólo es natural si es por otro. Podría sugerirse que es la justicia y que el placer sería el deber cumplido. Aunque, nada garantiza que el sacrificio del placer propio en tal deber e idea de justicia vayan a darse en realidad. Por tanto, tal sacrificio sigue sin ser natural, sino ficcional. El anarquismo no puede ser en la práctica algo ficcional o sustentado en lo ficcional. Pero aduce, en este caso, que decidió seguir, por razones sentimentales: porque siento la idea de justicia en mí, ésta ha de ser natural. Y afirma que sólo al final pudo justificar racionalmente este paso.

Hay un problema mayor todavía que el anterior, y es el siguiente: si el anarquista lucha contra la ficción social para disolver las desigualdades sociales en una libertad natural futura para todos, ¿cómo es que el anarquismo genera tiranía entre sus miembros?

-(…) se daba esta coyuntura: se creaba tiranía.

-¿Se creaba tiranía?

-De la siguiente manera… Unos mandaban a otros y nos llevaban para donde querían; unos se imponían a otros y nos obligaban a ser lo que ellos querían; unos arrastraban a otros por mañas y por artes hacia donde ellos querían. No digo que hicieran esto en cosas graves; incluso, no había cosas graves allí como para que lo hicieran. Pero el hecho es que esto ocurría siempre y todos los días, y se daba no sólo en asuntos relacionados con la propaganda, sino también fuera de ellos, en asuntos vulgares de la vida. Unos iban insensiblemente para jefes, otros insensiblemente para subordinados. Unos eran jefes por imposición, otros eran jefes por maña.

Esta tiranía, dice el banquero, es una tiranía nueva que, evidentemente no pocede de las ficciones sociales, pero tampoco de la naturaleza, porque la naturaleza no cae en contradicciones. Indudablemente hay alguna perversión, algún error en la naturaleza propia del hombre que deduce la tiranía en su camino hacia la libertad: o es malo por sí mismo o simplemente ha mimetizado su naturaleza con la ficción por simple costumbre. De nuevo, el banquero recurre a una solución dialéctica poco ortodoxa, y se inclina por la segunda opción por mero criterio probabilístico

Ahora, de estas dos hipótesis, ¿cuál sería la verdadera? De un modo satisfactorio, esto es, rigurosamente lógico o científico, era imposible determinarlo. El raciocinio no puede enfrentar el problema porque éste es de orden histórico o científico, y depende del conocimiento de hechos. Por su lado, la ciencia tampoco nos ayuda, porque, por más lejos que retrocedamos en la historia, encontramos siempre al hombre viviendo bajo uno u otro sistema de tiranía social, y por consiguiente, siempre en un estadio que no nos permite averiguar cómo es el hombre cuando vive en circunstancias pura y enteramente naturales. No habiendo manera de determinarlo con seguridad, tenemos que inclinarnos hacia el lado de la mayor probabilidad, y la mayor probabilidad está en la segunda hipótesis. Es más natural suponer que la larguísima permanencia de la humanidad en ficciones sociales creadoras de tiranía haga que cada hombre nazca con sus cualidades naturales pervertidas, en el sentido de tiranizar espontáneamente incluso a quien no pretenda tiranizar.

Fernando Pessoa

Fernando Pessoa

No deja de ser interesante que el argumento sea tan cercano a la suposición de un estado de naturaleza pervertido por un estado social, con un claro referente cultural en Rousseau. Y es llamativo, porque Rousseau fue un ilustrado sentimental y defensor de la abolición de la propiedad privada, ejemplo de la defensa de la Voluntad General, incansable teórico del ideal sentido de la justicia para recuperar algo del estado natural de inocencia primigenio… Y hoy día, tomado como padre de las democracias que crean tiranías o desigualdades sociales a través de ficciones que sustentan el capitalismo. ¿No es esto otra contradicción del hombre? Poco a poco Pessoa va cerrando un estudio crítico sobre la sociedad, sus ideologías y sus contradicciones, que, empero, nadie parece detectar. Burlonamente, Pessoa pone por título una paradoja que a todos pueda resultar evidente para que perciban después aquéllas otras que no le son tan notorias. Sólo a esta altura de la novela corta podemos confirmar esa intención: el capitalismo burgués se sostiene sobre ficciones sociales que justifican desigualdades e injusticias; el socialismo de cualquier especie es un sucedáneo que se autoengaña al crear ficciones nuevas que toma por naturaleza; el anarquismo, sólo es teórico, discursos sin más sobre la liberación de toda convención sostenido por una base ignorada de relación tiránica entre los individuos, lo que es una manifiesta contradicción con el origen ilustrado.

Como vemos, lo que se desprende de la novela son contradicciones políticas e ideológicas de mayor calado, lo que ya anuncié al comienzo, que van mucho más allá de la simple ironía del banquero-anarquista. Pessoa ataca todas y cada una de las grandes visiones ideológicas de su época (y la nuestra), como grandes ilusiones que niegan, cada una a su modo, la libertad de los individuos, cuando todas, en su discurso, dicen defenderla.

La conclusión del banquero nos deja tan boquiabiertos como a su interlocutor:

En el estadio social presente no es posible que un grupo de hombres, por bien intencionados que estén todos, por preocupados que estén todos sólo en combatir las ficciones sociales y en trabajar por la libertad, trabajen juntos sin que espontáneamente creen entre sí tiranía, sin crear entre sí una tiranía nueva, suplementaria a la de las ficciones sociales, sin destruir en la práctica todo cuanto quieren en la teoría, sin perjudicar involuntariamente lo más posible el propio objetivo que quieren promover. ¿Qué puede hacerse? Es muy simple… Es que trabajemos todos para el mismo fin, pero separados.

Dicho de otro modo, la lucha contra las ficciones de la sociedad tiránica burguesa que crea desigualdad ha de ser anarquista e individual, nunca colectiva, porque lo último genera tiranía. Cada uno trabajará por el mismo fin, la libertad, lo que les une, y de forma individual, lo que evita traicionar el ideal con tiranía. ¿Qué implica esto? Que se ha de luchar contra las ficciones capitalistas de forma personal, cada uno por su lado. ¿Cómo es eso? ¿Ir matando burgueses capitalistas?

Suponga ud. que yo mataba a uno o dos, o una docena de representantes de la tiranía de las ficciones sociales… ¿El resultado? ¿Las ficciones sociales quedaban más conmocionadas? No lo quedaban. Las ficciones sociales no son como una situación política que puede depender de un pequeño número de hombres, de un solo hombre a veces. Lo que hay de malo en las ficciones sociales son ellas, en su conjunto, y no los individuos que las representan sino por ser representantes de ellas. Además, un atentado de orden social produce siempre una reacción; no sólo todo queda igual, sino que la mayor parte de las veces empeora. (…) el «combate» está no en los miembros de la sociedad burguesa sino en el conjunto de ficciones sociales en que esa sociedad se asienta.

La única posible acción individual anarquista contra las ficciones sociales de la burguesía es anularlas, invalidar su influencia dentro de la sociedad que se sostiene sobre ellas. Y, sobre todo, en lugar de ir de una en una, reducir la influencia de la mayor ficción de la que nacen todas las demás y las desigualdades en la sociedad capitalista: el dinero.

¿Cómo podía yo volverme superior a la fuerza del dinero? El método más simple era apartarme de la esfera de su influencia, es decir, de la civilización; irme a un campo para comer raíces y beber agua de los manantiales; andar desnudo y vivir como un animal. Pero esto, incluso si no hubiera dificultad en hacerlo, no era combatir una ficción social; no era ni siquiera combatir: era escapar.(…) El método era sólo uno adquirirlo, adquirirlo en cantidad suficiente como para no sentirle la influencia, y en cuanta mayor cantidad lo adquiriese, tanto más libre estaría de esa influencia. Fue cuando vi esto claramente, con toda la fuerza de mi convicción de anarquista, y toda mi lógica de hombre lúcido, que entré en la fase actual, la comercial y bancaria, mi amigo, de mi anarquismo.

Y ahí tenemos la conclusión que nos lleva del anarquismo al capitalismo, sin paradoja entre los términos. Ya digo, sin embargo, que esta conclusión es lo de menos, incluso previsible desde el inicio. Aún enfrenta una última objección nuestro banquero: ¿acaso no genera también tiranía al enriquecerse? Y la respuesta es sumamente coherente -similar al «mejor lo malo conocido…»-:

No, mi viejo, ud. se engaña. Yo no creé tiranía. La tiranía, que puede ser resultado de mi acción de combate contra las fuerzas sociales, es una tiranía que no parte de mí, que por consiguiente yo no creé, está en las ficciones sociales, yo no la junté con ellas. (…) Por centésima vez le repito: sólo la revolución social puede destruir las ficciones sociales (…) No se trata de no crear tiranía, se trata de no crear tiranía nueva, tiranía donde no la había.

El que en todo caso crea tiranía es el otro anarquista, el que durante toda novela es denominado el estúpido:

El anarquista estúpido, que tira bombas y pega tiros, bien sabe que mata, y bien sabe que sus doctrinas no incluyen la pena de muerte. Ataca una inmoralidad con un crimen, porque encuentra que esa inmoralidad vale un crimen para ser destruida.

Escena de El banquero anarquista, Teatro Margen (2013) sobre texto de J. Maqua

Escena de El banquero anarquista, Teatro Margen (2014, Teatro Filarmónica de Oviedo) sobre texto de Javier Maqua

«El banquero anarquista», publicada en mayo de 1922 en la revista Contemporánea, fue calificada por Pessoa como relato de raciocinio, de influencia anglosajona. Es decir, texto que exige seguir un argumentario de nexos causales y consecuentes. Uno de los pocos textos que vio publicado en forma acabada, aunque quiso pulirlo más, sin llegar a dar la versión definitiva. Se trata de una novela corta, fundamentalmente dialogada ante la prácticamente inexistente participación del narrador en primera persona, más testigo que protagonista. Sólo dos personajes, el primero, voz narrativa, del que nada se nos dice, y el segundo, un banquero insólito; en un solo lugar, por espacio; y un tiempo, inmediatamente después de la cena, en la sobremesa. Cabría decirse que el texto asume el caracter de una crónica y entrevista periodística, con claros toques teatrales. Así, precisamente, supo entenderlo Javier Maqua, para publicar en 1991 su versión dramática en monólogo del texto, que, por su actualidad recogió Teatro Margen para representarla en diciembre de 2013. Esto manifiesta también modos literarios novedosos, la plena pertenencia y aportación literaria de Pessoa a su tiempo y la rica herencia que nos legó.

Y lo que es más: la claridad intelectual y el enorme sentido profético para nuestros tiempos.

Héctor Martínez

 

 

Deja un comentario